A los cronistas de ayer y de hoy
En el jardín de los Cínaros, un jardín donde dormita silenciosamente la neblina entre los camburales. Donde emergen misteriosamente de las tierras arcillosas hilillos de cristales húmedos y acuosos que forman pequeños canales como en el antiguo Egipto. Donde el tiempo cambia con la hojeada de sus flores. En ese entorno de tanta belleza, silencio y reposo reflexiono sobre la importancia del ají en la cultura trujillana. El ají (el chirere) parte fundamental de la gastronomía del Estado Trujillo. Sin ese ingrediente es imposible saborear con el paladar las sabrosas comidas que son preparadas con tanto amor y cariño por las mujeres trujillanas. Es el símbolo natural que vincula física y espiritualmente nuestras vidas en la mesa. Ha permeado históricamente desde el punto de vista sociológico los más diversos grupos sociales que se ha constituido en nuestra geografía. Ese fruto ha resistido los embates de los procesos de globalización que a partir del descubrimiento de América. Así, penetró las cortes europeas y cambió entre los príncipes y emperadores la forma de cómo degustar sus alimentos. El ají democratizó la cocina americana y europea y contribuyó a fortalecer nuestra salud ante los enemigos invisibles regados por los aires atmosféricos. El ají trujillano conquistó los espacios geográficos venezolanos. La emigración de nuestras familias hacia los campos petroleros y la presencia de los escritores en el escenario nacional permitieron que ese fruto natural poco a poco se fuera irradiando en la cocina nacional. En la medida que se fueron ampliando las vías de comunicación, en esa medida nuestro fruto llegaba a las cocinas de nuestros hogares. Nuestro ají, el chirere, ha sido un elemento natural para la paz y la guerra. Por un lado, unió a nuestras familias en el hogar; pero también ha sido utilizado para enfrentar los avatares de la naturaleza, y de aquel que ha intentado perturbar la tranquilidad de nuestra geografía. Los indígenas lo consumían para fortalecer su capacidad física y muscular y así dominar la fuerza de nuestros bosques. De igual modo, lo hicieron en contra de los españoles: el ají se secaba y se hacía arder en fuego produciendo un gas tóxico que provocaba malestar en los pulmones de los conquistadores.
El caudillismo trujillano preparaba a sus hombres con ese elemento maravilloso y mágico proveniente de la naturaleza. Soldado que comía picante, soldado que se graduaba y se aventuraba hacia la guerra. Había una relación significativa entre el caudillo, sus hombres, el picante y la guerra. Juan Vicente Gómez siempre respetó al caudillo trujillano. Decía en su silencio y con su mirada penetrante: esos hombres comen demasiado picante y eso produce una fuerza indomable para las batallas. De alguna manera había cierto machismo cultural que provenía del ají chirere. Por ejemplo, el viejo Nava decía: que aquel que comía tres veces ají se hacía hombre. O como se decía en el hogar a los niños: aprenda a comer picante desde la cuna para que sea un verdadero macho. Es decir, la cultura machista del trujillano estaba relacionada con este fruto. Es de fama el sabor y picor del picante trujillano, pero también es cierto que sus efectos es lo que hace que se comente en el mundo que los trujillanos son corajudos porque comen mucho picante. Desde su descubrimiento, hace miles de años hasta 1980 picor del ají trujillano era fuerte. Sin embargo, desde la caída de la utopía comenzó a disminuir su picor. Es una de las interrogantes que se viene haciendo nuestro querido colega el profesor Luis Caraballo Vivas.
Nota con cierta preocupación que este fruto ya no parece ser el mismo el que tanto animaba al espíritu de nuestra geografía hace décadas ¿Qué pasó? La respuesta que le di fue la siguiente: el Estado Trujillo dejó de ser tierra de caudillos.