Caracas. Joselis Cristina tiene 29 años de edad, empezó a hurgar en su cabeza para recordar cuando comenzó el acoso escolar contra ella. Tras una revisión en su memoria, recordó que fue durante cuarto y sexto grado de primaria. Una época que le dejó cicatrices emocionales que marcaron su desarrollo como persona, en específico sobre su aspecto físico, una de las manifestaciones más comunes del bullying.
El acoso venía porque tengo las cejas muy gruesas. Además, siempre he sido muy delgada, tenía mi pelo rulo y entonces me catalogaban como ‘la fea del salón’ ”, expresó la joven. En aquel momento era solo una niña, no llegaba a los 12 años de edad.
Cuando sus compañeros decidieron ponerle esa etiqueta social, inició la agresión de diversas formas, todos los días. En los constantes ataques, le tenían un apodo distinto, como «cejas de burro». El que más recuerda.
En una ocasión, hasta la llegaron a postular como reina del salón. Todo era parte de la agresión. “Inocentemente me entusiasmé y resultó ser una forma de burlarse de mí. Mi prima fue la que me contó todo y mi reacción fue llorar”. Joselis señaló que el acoso escolar apenas cesó cuando se cambió de colegio.
“Me afectó muchísimo, aunque mis papás trataban de darme ánimos y cambiar el discurso de esos niños. Pero, yo me sentía acomplejada e insegura”, relevó Joselis Cristina.
Tratamiento equivocado
A sus 33 años de edad, Alicia Fernández* cuenta que, en su caso, el bullying inició cuando estaba entre cuarto y quinto grado de primaria. Al principio, el acoso solo consistía en actos sutiles de su acosadora: la otra estudiante le abría el bolso y le robaba los chocolates que había comprado en la cantina. “Recuerdo que me hablaba feo, se sentaba detrás de mí, me halaba el cabello”.
Hasta que un día, la agresión escaló a un grado más peligroso, con daño físico incluido. Alicia decidió utilizar un candado en su morral por recomendación de su mamá. Cuando iba a salir al recreo, entró la acosadora para fastidiarla.
Comenzó a manotearme, yo le lancé la mano hacia un lado para que me dejara salir. Luego, ella decidió lanzarme contra los pupitres y a caerme a golpes”, detalló. El resto de los estudiantes entraron al aula, vieron lo que ocurría y varios gritaron para aupar la agresión, diciendo: “dale, dale, dale”, relató Fernández.
En medio del jaloneo, entró la maestra suplente, las separó y simplemente les ordenó: “No digan nada”. El ataque quedó allí, en el silencio. Sin mayores consecuencias.
La niña de 10 años de edad, quedó maltratada físicamente, con el uniforme sucio y desarreglado. Cuando Alicia llegó a su casa, contó lo que había pasado. Sus padres decidieron reportarlo ante las autoridades de la escuela. La solución que dieron fue suspender a la estudiante y prohibirle que se le acercara. Posteriormente, cuando ya cursaba séptimo grado de bachillerato, empezó a recibir cartas con amenazas de muerte que le dejaban dentro de su morral.
De entrada pensó que se trataba de una broma, porque en aquella época se transmitía la telenovela Angélica Pecado, un drama de suspenso en horario estelar. Sin embargo, con el transcurrir del tiempo la situación empeoró, pues las cartas empezaron a llegarle a la puerta de su casa. A partir de entonces, aumentó su sensación de miedo y decidió contarle a sus padres. Nuevamente su madre se quejó con la directora y exigió respuestas contundentes.
Por la presión, hallaron a la persona que escribió las cartas, se trataba de otra alumna y solo fue sancionada con una breve expulsión, un abordaje poco adecuado a este tipo de situaciones, que impide a víctimas y victimarios superar las secuelas de manera más oportuna. No obstante, es de los más aplicados hasta la actualidad en instituciones educativas. Desde ese momento, Fernández se convirtió en una adolescente retraída y desconfiaba de los demás, especialmente de las muchachas.
Lesiones del acoso escolar
Joselis Cristina se empezó a sentir insegura y acomplejada con su cuerpo, mientras que a Alicia le costaba establecer vínculos duraderos. No se sentía segura en su entorno más cercano y cotidiano. El bullying que padecieron estas jóvenes les ocasionó un trauma.
El psiquiatra Jan Costa le explicó a Crónica.Uno que las consecuencias que deja el bullying en la adultez son variadas, porque pueden producir diferentes síntomas y signos.
El acoso escolar produce un trauma, ¿cómo se enfrenta?, será relativo para cada persona. Puede derivar en dificultad establecer relaciones interpersonales sanas, problemas de autoestima, depresión, ansiedad, trastornos de la conducta alimentaria, dismorfia corporal, entre muchos otros”, indicó el médico.
Joselis reconoció que esas cicatrices emocionales le duraron hasta la universidad. “Siempre creía que mis amigas eran mucho más bonitas que yo, no lo decía por envidia o por celos. Realmente lo creía así”.
Del mismo modo, a Alicia le cuesta confiar en los demás y entablar amistadas, dificultad que atribuye a su desconfianza. “Eso te marca, te cambia la personalidad. Tengo pocos amigos, la mayoría son hombres. Precisamente, creo que se debe a que mis acosadoras fueron mujeres”.
Según el psiquiatra Jan Costa, la manera de reconocer si esas heridas emocionales están afectando en el crecimiento personal es cuando “se repite un constante patrón, por ejemplo, las relaciones interpersonales que pueda tener son disfuncionales, busca personas que le hagan ‘bullying’ en la adultez de manera inconsciente, ya sea que la maltraten o se está saboteando con creencias disfuncionales como ‘no sirvo’, ‘no merezco ser amado’, esas son señales de que las heridas del acoso escolar están abiertas y presentes en la adultez”.
Asimismo, Costa explicó que ese patrón se puede repetir en las relaciones de pareja, laborales y de amistad. “Generalmente es de todo un poco, que pueden producir síntomas que pueden reflejar un trastorno de la salud mental”.
Alicia mencionó que ella ha podido sobrellevar la experiencia del acoso escolar gracias a la terapia y a que adquirió la consciencia de las secuelas que padece, para poder tratarlas. Joselis contó que la ayudó hacer actividades que fortalecieran su autoestima. “Hice pole dance y me pude reconciliar con mi cuerpo. Empecé a tener más seguridad en mí y tengo una relación estable desde hace cinco años”.
El especialista en salud mental indicó que, a través de las consultas psicológicas, las víctimas pueden superar el trauma. Agregó que en las terapias se facilitan herramientas para convertir todos esos episodios en posibilidades de mejora de la autoestima y la autopercepción. Un camino que solo puede completar cada víctima de manera consciente y con el debido acompañamiento de sus familiares y amigos.
*El nombre de Alicia Fernández es ficticio, la entrevistada pidió que su identidad permanecería bajo el anonimato.
Fuente: Crónica Uno
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