¿y si nosotros fuéramos indios? fray Bartolomé de Las Casas
Se celebra el Día del Abogado, establecido en el país en honor al político y abogado Cristóbal Mendoza, nacido en Trujillo el 23 de junio de 1772, quien fuera el primer presidente de Venezuela en su decisión declarada de independencia el 5 de Julio de 1811. En intercambio digital con un buen amigo decepcionado por el deterioro moral de quienes debían servir a la justicia, me trajo a reflexión la presencia de aquel clérigo doctrinario de 28 años, que vino a Las Indias en abril de 1502, como parte de la expedición de Nicolás de Ovando quien había sido designado gobernador de La Española.
Diez años después de su llegada, Bartolomé de Las Casas fue ordenado sacerdote, siendo el primer “misacantado” en el Nuevo Mundo. En esos años presenció la avaricia de la encomienda conquistadora y su perversión devastadora sobre los indígenas, al punto de su casi total extinción. El sufrimiento provocó varias sublevaciones que fueron cortadas a sangre y espada por los encomenderos, con la razón aristotélica del “derecho de someter a los indios bárbaros y siervos por naturaleza, por lo que la conquista de los españoles de raza superior, es plenamente justificada”. Entre esos rebeldes ante la injusticia del despojo y el maltrato cruel, hechos prisioneros y ajusticiados, destacó la cacica Anacaona, que algunos recuerdan hoy por la canción tropical del portorriqueño Catalino “Tite” Curet Alonso. Mientras que cuando Ovando fue destituido por incumplir las instrucciones reales, “volvió rico a España y se retiró a Alcántara”. Avaricia, crueldad, genocidio, injusticia, impunidad.
“Como amigos habían recibido los indios a los hombres blancos de barbas, les regalaron su miel y su maíz y el mismo cacique Behechío le dio de mujer a un español hermoso su hija Higuermota, que era como la torcaza y como la palma real”, como nos cuenta Martí en su escrito sobre El padre Las Casas “y aquellos hombres crueles los cargaban de cadenas, les quitaron sus indias y sus hijos y los marcaban con hierros como esclavos”
Tan pronto fue sacerdote, Las Casas se valió de la homilía para fustigar la crueldad de unos y el sufrimiento de los otros; luego se embarcó “en galera de tres palos” para viajar seis veces a España a ver al rey Fernando y al emperador Carlos V, y dar testimonio: “yo he visto traer a centenares maniatadas estas amables criaturas y darles muertes a todas juntas, como a las ovejas”. Hablaba y escribía sus alegatos para “defender el derecho del hombre a la libertad y el deber de los gobernantes a respetárselo”; con dignidad, valentía y sagacidad se enfrentó a Juan Ginés de Sepúlveda ante la Junta de teólogos, convocada por el emperador para ventilar la polémica; en aquella época y sociedad de la inquisición, donde por decir eso quemaban a los hombres.
Las Casas abogó por la justicia para nuestra américa, no sólo por la compasión como deseo que todos los seres queden libres de sufrimiento, porque la injusticia, la falta de libertad, el sometimiento coactivo por la fuerza o la manipulación de la voluntad, son un estado general de sufrimiento; lo cual “clama justicia a los ojos de Dios !”, diría mi madre.
También abogó para la causa justa de liberación a la población del nuevo mundo, cuando como un rayo, lanza la pregunta desconcertante y transformadora “y si nosotros fuéramos indios ?”; con lo cual pone sobre la mesa del juicio, ayer y hoy, la necesaria visión desde el mundo del otro que el conquistador niega y aniquila, para poder escudriñar en nuestra alma colectiva, pensar con cabeza propia, con emoción descolonizada, nuestra identidad en la construcción del sentido histórico, en nuestro compromiso con esta tierra de gracia y el porvenir de las nuevas generaciones.
23 de junio 2020