Resulta espantoso presenciar una guerra en vivo y en directo, con su carga de sufrimiento, dolor y muerte, frente al televisor. Y uno no comprende y se pregunta alarmado cómo la ambición, las ansias de poder y los delirios de grandeza pueden conducir a esos niveles de deshumanización para asesinar niños, ancianos, personas indefensas, destruir un país y obligar al exilio a millones de personas. Como ha dicho el Papa Francisco “quien hace la guerra olvida la humanidad. No mira la vida concreta de las personas, sino que antepone a todo los intereses de poder. Confía en la lógica diabólica y perversa de las armas, que es la más alejada de la voluntad de Dios. Y se distancia de la gente común, que desea la paz, y que en todo conflicto es la verdadera víctima que paga en su propia piel las locuras de la guerra. Pienso en los ancianos, en cuantos buscan refugio en estas horas, en las mamás que huyen con sus niños”. Unamos nuestras voces y oraciones a las del Papa Francisco que, con el corazón desgarrado, clama: “¡que callen las armas! Dios está con los operadores de paz, no con quien emplea la violencia”.
No es posible que, en estos tiempos en que se vocea la defensa de los derechos humanos, siga habiendo personas que envían a otros a matar y a correr el riesgo de ser matados mientas ellos se quedan bien resguardados y seguros. Toda guerra es un fracaso humano y muestra el rostro más horrible de la insensibilidad y la crueldad. El enorme desarrollo tecnocientífico no ha ido acompañado de desarrollo humano y la guerra es una prueba evidente de nuestra deshumanización. Por ello, si queremos un mundo de paz y de justicia hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del amor. De ahí la urgente necesidad de promover la educación para la paz y el rechazo decidido a toda forma de violencia, especialmente a la guerra. La gran pedagoga María Montessori puso el dedo en la llaga: “Todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz; la gente educa para la competencia y este es el principio de cualquier guerra. Cuando eduquemos para cooperar y ser solidarios unos con otros, ese día estaremos educando para la paz”. A su vez, Gandhi, profeta de la no-violencia, expresaba: “No hay camino hacia la paz, la paz es el camino”. No hay alternativa a la paz, pues la guerra nunca podrá ser una solución apropiada para resolver los problemas y conflictos.
Ser pacífico o constructor de paz no implica adoptar posturas pasivas, sino comprometerse a resolver los problemas y trabajar por un mundo justo, respetuoso y libre, rechazando el recurso a la violencia. Quien ofende, amenaza, o mata, se degrada como persona y no puede contribuir a construir una sociedad humana. Valiente no es el que golpea, domina o conquista a otros, sino el que es capaz de conquistarse a sí mismo y responde a la intolerancia, al odio y venganza con respeto y comprensión. De ahí la necesidad de aprender a resolver los conflictos mediante el diálogo y la negociación, de modo que salgamos beneficiados de él, convirtiendo la agresividad en fuerza positiva, fuerza para la creación y la cooperación, y no para la destrucción.
Del espectáculo terrible de esta guerra ocasionada por la invasión de los ejércitos rusos a Ucrania, deberíamos aprender al menos a no aupar ni seguir a personas violentas, megalómanas, que cegadas por sus ambiciones y ansias de poder están dispuestas a imponer sus ideas sin importar el sufrimiento, destrucción y muerte que ocasionan.
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@pesclarin