Edgar Morín : humanista planetario | Por: Clemente Scotto Domínguez     

                                          

 “la voluntad de conservar en nuestros espíritus y en nuestros corazones la voluntad de lucidez,… el sentimiento…, de la aventura  extraordinaria en la cual el género humano… se compromete para ir más allá de no sabe dónde”         Paul Valéry

En artículo anterior, “El  buen vivir con el ejemplo de haber vivido”, hicimos referencia a Stéphane Hessel y Edgar Morín, dos personajes con apasionadas vidas puestas al servicio de lo humano en este tiempo histórico; la compresión del artículo nos dejó por fuera un mayor tratamiento acerca del segundo de ellos, quien además del compromiso en la confrontación al nazismo como oficial de la Resistencia Francesa durante la ocupación y en la post-guerra, su posición en favor de la descolonización e independencia de Argelia y  otras causas libertarias, así como la ruptura y confrontación ante el totalitarismo del comunismo dogmático, destaca por su vida dedicada a la construcción del camino hacia  el desarrollo del pensamiento complejo, del cual se le reconoce como el padre e impulsor. Una apasionante vida en la dedicación de hacer el recorrido para contribuir a la reflexión de lo humano sobre la tierra en el servicio al modo de pensar la vida y el mundo, de modo que sea de provecho  para las nuevas generaciones, entre las cuales están mis nietas y mis nietos, para quienes deseamos puedan vivir y habitar la tierra con sus propios sueños, en este siglo XXI y más allá.

El mismo Morín nos aclara lo que entiende por complejidad, al expresar, “es un desafío, no una solución”. “Cuando se dice de algo que “es complejo”, se está confesando la incapacidad de brindar una explicación sencilla, clara y precisa. Se siente que distintos aspectos, que pueden ser contradictorios, están vinculados, pero no se puede dar cuenta de ellos. Se está en la vaguedad y en la confusión. A menudo decimos de algo que “es complejo”, lo que quiere decir que cada vez nos cuesta más describir y explicar, pero no somos conscientes de esta incapacidad. O sea el “es complejo” expresa nuestro malestar, nuestra incapacidad de describir sencillamente, de ordenar nuestras ideas. El conocimiento complejo es un intento de responder a ese desafío”

El término complejo deriva del latín “complexus” y refiere a “lo que está tejido conjuntamente”. El conocimiento  complejo intenta situar su objeto en el tejido al que está vinculado; a la inversa del conocimiento simplificante que trata de conocer aislando su objeto, es decir, ignorando lo que lo relaciona con su contexto y más ampliamente, con un proceso o una organización de conjunto. El pensamiento complejo intenta reconocer lo que vincula al objeto con su contexto, el proceso o la organización en la que se inscribe. El efecto resultante es que el conocimiento se hace más rico, más pertinente, en cuanto se le vincula con un hecho, un elemento, una información, un dato dentro de su contexto.

Morín nos propone el ejemplo de la traducción de una frase a otro idioma. Nos expresa que “uno parte de una intuición respecto al sentido global de la frase, después del sentido de las palabras. En la medida que muchas palabras son polisémicas (con varios significados o acepciones), su sentido se precisa a medida que el sentido global se precisa y esa precisión creciente es a la vez lo que va a justificar la palabra y clarificar la frase”. De tal manera que vamos de las palabras a la frase y de la frase a la palabra, y es así como uno termina por establecer el sentido correcto de la frase y el de cada palabra en esa frase; podríamos agregarle otros componentes a esa complejidad, tales como el momento histórico o el marco social y cultural, en el cual fue expresada la frase, para la adecuada comprensión del sentido de ella en ese contexto. Esto lo hacemos de manera casi instintiva en una traducción; “pero -nos comenta Morín-, en el ámbito del conocimiento, ya sea cotidiano o científico, no lo logramos cuando los conocimientos están separados o compartimentados en disciplinas, es decir, cerrados e ininteligibles incluso para los especialistas de las disciplinas próximas. Esto significa que el desafío de la complejidad exige la comunicación entre los conocimientos separados; exige al mismo tiempo principios de organización del conocimiento que permitan vincular los saberes de manera pertinente, lo cual intenté en El Método”

“El Método” es su obra fundamental desarrollada en seis volúmenes y resultante del repensar ininterrumpidamente en su largo desempeño como investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica de Francia, no sólo de teorías sino en la del campo social comunitario, así como también de su activa  participación en grupos interdisciplinarios de alto nivel científico, que reunían a representantes de diversas ciencias exactas, de las ciencias humanas, de las ciencias políticas y de la cibernética, la cual -como nos confiesa Morín-, “no es la teoría mecanicista que yo creía que era, sino un progreso ejemplarizante que introduce la retroacción en el conocimiento”. Nos continúa relatando: “este “Grupo de los Diez” fue para mí una verdadera caldera de cultura que me preparó para lo inesperado: la inmersión en esa otra caldera de cultura extraordinaria que luego encontraré en el Salk Institute de La Jolla, en California. Una caldera de cultura insoluble del pensamiento complejo, de la antropología y de un nuevo impulso vital”.

Esa permanencia ocurrió al final de los sesenta cuando de manera especial los movimientos juveniles californianos con sus palabras claves love y peace  manifestaban el malestar y las carencias de esa sociedad para la necesidad de vivir el pleno desarrollo humano; allí vivió y convivió en experiencias que le desbordaban y le transformaban. Durante ese tiempo “mi tarea fundamental consistía en cultivarme: rehice mi cultura, descubrí un universo que iba a alimentarme. Los conocimientos que adquiría operaban desestructuraciones y reestructuraciones en mi sistema de ideas”; “en cierto sentido me permitió un born again. Fue un nuevo nacimiento. Me regeneré intelectual y existencialmente. Fue una de mis épocas más felices”. Imaginemos ese viaje intelectual y humano como volar en un parapente con vientos encontrados e inesperados que provocan giros y movimientos sorpresivos fuera de control, que cambian el rumbo y obligan a reposicionarnos en el vértigo del vuelo.

“Estando cada vez más convencido de que nuestros principios y conocimientos ocultan lo que es vital conocer, elaboré los principios de un conocimiento capaz de asumir el desafío de la complejidad”… “Se me impusieron dos principios el primero es el de la vinculación… un conocimiento que aisla su objeto lo mutila y esconde su carácter esencial; así una información cobra sentido dentro de un sistema de conocimiento, un acontecimiento cobra sentido en las condiciones históricas en las que aparece. El segundo es la insuficiencia de la lógica clásica frente a las contradicciones que rechaza; de allí la necesidad de asumir una dialéctica que vincule esas contradicciones en lo que llamé una dialógica. Estos dos principios van a constituir conjuntamente el núcleo del “paradigma” de conocimiento complejo.

“El Método” está concebido como el recorrido del pensamiento en una aventura en los conocimientos  y las ignorancias desde lo que finalmente emerge un método. Se va estructurando en seis volúmenes -que parten de lo físico como espacio donde emerge la vida, el conocimiento, las ideas, la identidad de lo humano con la exigencia permanente de la ética en una realidad diversa y compleja-, :V.1 “La naturaleza de la Naturaleza”; V.2 “La vida de la Vida”; V.3 “el conocimiento  del conocimiento”; V.4 “Las ideas”; V.5 “La humanidad de la humanidad: La identidad humana”; y V.6 “Ética”.

Dentro de sus aportes importantes acerca de la unidad del hombre y la antropología compleja, está la noción de “trinidad humana” con una relación en circuito recursivo entre la especie, el individuo y la sociedad; también aporta la noción de “sujeto” de modo novedoso con la autoafirmación de un “yo” en el centro y al mismo tiempo la integración en un “nosotros”, en una suerte de dos programas complementarios y antagónicos.  Morín también refiere a la complementación de las nociones dominantes de Homo sapiens/demens, la lucidez y el delirio que se entrelazan en la condición humana; del hombre que fabrica y trabaja con instrumentos desde la prehistoria modificando al mundo y a la vez desde ese tiempo ha creído en la supervivencia a la muerte con la potencia de los mitos y amplificado en las religiones e ideologías, de manera que es homo faber  y al mismo tiempo homo mythologicus y además, ese homo economicus que se mueve por el interés personal, alzado al protagonismo a partir del siglo XVIII en Occidente,  también se expresa en el darse y el juego; es ludens y no solamente economicus. Otro aporte fundamental es que somos hijos del universo y en tanto tales, nuestra singularidad humana conlleva toda la historia del universo y al mismo tiempo contribuimos a su hominización con nuestra cultura, nuestra mente y nuestra conciencia. Somos portadores de una doble identidad, natural y cultural.

Edgar Morín cumplirá el próximo 8 de Julio, cien años de vida humana, dando testimonio con el ejercicio activo en esa vida, del ir construyendo un legado acerca de la intensa huella de lo humano sobre el Planeta y de los caminos del conocimiento para atender la necesidad de hacer un pacto amoroso de convivencia, que nos permita enlazar con la complejidad del “sí mismo”, la de “los otros” diferentes y distintos y la de “lo otro”, del Universo multiverso.  Su legado servirá a las nuevas generaciones para que puedan soñar y desplegar mayores armonías humanizadoras  en el buen vivir, para el desafío del tiempo histórico donde les tocará lidiar.

 

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