Zipaquirá (Colombia), 8 sep (EFE).- Un yogur a punto de caducar, un pan del día anterior o una caja de leche sobrante encuentran un nuevo destino en las montañas del centro de Colombia, donde el Banco de Alimentos de Zipaquirá transforma donaciones en mercados mensuales para más de 3.500 familias campesinas y adultos mayores en riesgo de hambre.
El impacto es enorme en las zonas rurales, donde recibir lo que sería impensable en las tiendas locales —como una caja de cereales, chocolatinas o productos que muchos niños nunca habían visto— se convierte en un alivio.
«El recibimiento siempre es de esperanza», dice a EFE el sacerdote José Alejandro Quiroga, director pastoral del banco. Las entregas son escenas sencillas pero poderosas: ancianos que esperan bajo el sol, madres que cargan a sus hijos y vecinos que ayudan a acomodar los paquetes.

Choque entre el turismo y lo rural
En la bodega de Zipaquirá, ciudad turística famosa por su Catedral de Sal, a 42 kilómetros al norte de Bogotá, las manos separan un tomate golpeado de uno en buen estado, una cinta sella las cajas y un montacargas va y viene entre los pasillos.
Afuera, el ruido de los autobuses turísticos contrasta con la rutina silenciosa de quienes preparan la carga que viajará a los pueblos más pobres.
«Somos rurales, completamente rurales: el 95 % de nuestro nicho de mercado es gente campesina», señala Lida Plata, directora administrativa del banco, quien decidió dedicar su jubilación a esta labor, que en menos de una década pasó de 500 a 3.700 familias atendidas y de cinco a 25 trabajadores.
El crecimiento fue posible gracias a una alianza tras la pandemia con la Asociación de Bancos de Alimentos de Colombia (Ábaco), que agrupa a 24 de estos centros, y a los donantes diarios: desde grandes supermercados como PriceSmart y Makro hasta panaderías que cada mañana ceden el pan del día anterior.
«Haya o no haya donaciones, garantizamos que la gente reciba alimento», enfatiza Plata, quien explica que, como organización sin ánimo de lucro, el banco se abastece también a través de Ábaco para asegurar que los paquetes mensuales —con alimentos básicos a menos de la mitad del precio de supermercado y un kit de aseo— lleguen lo más completos posible.
Las familias que pueden pagan los mercados a bajo costo, entre 42.000 y 180.000 pesos (entre 10 y 45 dólares). Quienes no tienen recursos acceden a un programa de apadrinamiento, en el que otra familia aporta 15.000 pesos para que el mercado llegue igualmente a destino.
Cada mes el contenido de las bolsas es similar, pero según las donaciones de los supermercados —productos próximos a vencerse pero en buen estado— los beneficiarios reciben artículos que, en muchos casos, nunca habían visto.
Eterna lucha contra la inseguridad alimentaria
En un país donde se desperdician 9,7 millones de toneladas de comida al año y 14,4 millones de personas padecen inseguridad alimentaria, cada camión cargado de arroz, leche o pan se vuelve crucial en algunas zonas.
Eso es lo que ocurre en barrios humildes como el de Villa del Rosario, en Zipaquirá, donde 43 familias ayudan a descargar el camión frente a una iglesia construida por la propia comunidad con tablas de madera.
Al terminar la entrega, muchos beneficiarios evitan detenerse. Con las bolsas al hombro o en coches de bebé, se marchan rápido hacia sus casas. La mayoría no quiere hablar, por vergüenza o por miedo a mostrar la necesidad, y en ese silencio se percibe también el peso de la inseguridad alimentaria.
«Esto no se paga con ninguna plata del mundo», reconoce la directora del banco, quien recuerda con emoción que, a pesar de que muchos no tienen para comer, les ofrecen un plato de almuerzo en muchos de esos barrios.

El reto del apoyo integral
En zonas rurales, antes autosuficientes en la producción de alimentos, hoy el acceso a la comida se ha vuelto un reto por el conflicto armado y el cambio climático.
Cada parroquia bajo la jurisdicción del banco cuenta con un líder voluntario que recolecta el dinero y, junto con los trabajadores sociales, identifica a las familias más vulnerables para que la ayuda llegue a quienes más la necesitan.
Diana Orduy, trabajadora social del banco, reconoce que los casos más duros han sido los de familias en condiciones críticas de salud e higiene.
«Me ha tocado acompañar situaciones muy difíciles, y ahí intentamos ayudar de la manera más integral posible: no solo con la entrega del paquete alimentario, sino también buscando redes de salud o apoyos adicionales. Hemos identificado necesidades que incluso las autoridades locales deben atender», explica.
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