Don Tulio Montilla: Su obra lleva esa frescura narrativa, que la trasciende en el arte | Por: Benigno Contreras Briceño

Bautizo del libro “LO CONTÓ EL ABUELO” en el Ateneo de Valera (05/11/1989). Aparecen el Rector de la ULA Dr. Néstor López R., el Dr. Pedro Rincón Gutiérrez, Rector Histórico de la ULA, Don Tulio Montilla, Señora Mélida Perdomo de Montilla y el Prof. Henry Montilla P.

 

Don Tulio Montilla, de alguna manera nos puso en el trasegar de la posible imaginación, con su ejemplo de flama inspiradora, en el acopio fruitivo del ensueño y la creación. Y lo hizo, porque, aun cuando las cosas se las contó el abuelo, él también a nosotros nos las contó.

A sus amigos, a sus hijos, a los amigos de sus hijos brindaba hasta los resquicios de su memoria –su envidiable don natural- y los desplazaba con ternura, con fervor, con emoción: Tura, el Padre Corta, la sayona de los ojos azules, entonces, protagonizaban en el escenario inteligible por el cual discurrían con sus característicos papeles para enaltecer los encantos de aquella tierra que le dio su regazo maternal: Sabana de Mendoza.

 

Tura inmarcesible al enojo ancestral de su raza, pretendía desafiar las serranías caracheras del cacique Cariban, su padre, queriendo regar su polen silvestre y virgen en otras laderas del camino, especialmente en aquellas de que tanto se hablaban: las del cacique Mara. Por eso surca el Motatán. No le bastan los arrebatos temerarios de Skukey, ni la laxitud silvestre de Chimpire para dejar su simiente y sobre las sinuosidades de aquel río se deja llevar. Y podría lograrlo porque allá, muy lejos, en otros parajes inhóspitos unos ojos de príncipe, arrobados por aquella hermosura, ya la acompañaban silenciosamente en acecho. Mara, de las aguas de la laguna grande, conocía, sin embargo, los desmanes de aquella selva que ventilaban peligro y no pudo evitar que Tura sucumbiera. Convocando a sus dioses, con la rabia e impotencia consumida, pretende el implacable castigo recurriendo a las llamas para convertir en cenizas el doloroso desafío de aquel lugar. Por Don Tulio, entonces, sabemos que, según la leyenda, el sacrificio de Tura significó el bautizo de los llanos del Cenizo.

Supimos también de aquella mujer que por sus desvaríos naturales no pudo contener el arrebato juvenil de la lujuria que la convirtió en una figura fantasmal, con la diferencia que ella espantaba en vida. Adriana, a pesar de sus encantadores ojos azules, le laceraron su inocente picardía en aquel pueblo, aún de inquisidora moral, para condenarla de por vida, porque Gustavo, el esposo por una sola noche nupcial, la entregó al férreo juicio social que la convirtió en “la sayona de los ojos azules”. Supimos que el Padre Corta, con largos deseos de apostolar en Sabana de Mendoza, fue, sin embargo, cortó en su empeño porque su intrépida palabra le valió la servil mazmorra, ya que la dura dictadura gomecista no toleraba ni siquiera una pequeña crítica en palabras de Dios. O de Agapito, a quien la influencia de la influenza roja lo sepultó con una macabra y larga compañía que mantuvo a Sabana de Mendoza en estupor por un apreciable período.

Supimos que la recorrida, nada sagrada, de “Recorrida”, con la “Sagrada”-policía gomera-, quizás tuvo la inocencia de víctima imaginaria de aquella “loca Luz Caraballo”, a quien, por cierto, le debía no haber tenido un futuro entre papas y trigo. De aquellos Jefes Civiles de “gomera” autoridad confundidos ante la argucia inteligente de alguna víctima, como Don Ángel Lupi, que hacía saberles que entre la austera tarea y la sobrevivencia natural, el “camburito” era el intermediario.

De las tácticas inteligentes de nuestros antepasados Cuicas, especialmente los escuqueyes, para agriarles la conquista a los españoles; de los pasos de Pazos inevitablemente atrapado por una betijoqueña; del encanto que anuncia la presencia de los apellidos que le dan figura al pueblo y, sobre todo, del arrebato esperanzador que causaba el ferrocarril para hacer de aquella Sabana de Mendoza un moderno y próspero pueblo. También de eso, nos lo contó Don Tulio.

Pero es que, su impresión mnemónica, no afloraba con la rígida ocurrencia del cronista, para cubrir la responsabilidad de la tarea, más bien, parecía dejar traslucir la sublimada ensoñación de aquel mozo subyugado por las palabras de su abuelo cuando surcaban los atuendos hermosos de la crónica del pueblo. De esa manera narraba, de esa manera le gustaba que lo apreciaran. Como un narrador, como el que contaba lo que al abuelo y todos los abuelos contaban. Así nos lo hizo sentir y así lo quiso esculpir en las páginas de sus obras “Lo Contó el Abuelo” y “Camino de Piedra”.

Esta obra, “Lo contó el abuelo” –que felizmente se reproduce con esta segunda edición-, lleva esa frescura narrativa, que la trasciende en el arte, porque no sólo enaltece la hermosa vivencia de aquel lugar, sino que testimonia el protagonismo de un pueblo que, con sus leyendas, sus cosas, su gente; ha fraguado su devenir para dignificar la historia de Trujillo.  (LO CONTÓ EL ABUELO, PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN. Mayo de 2004)

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