Se escucha de la inveterada superstición popular, que es de mal agüero que el «padrino de aguas» titubee al momento de pronunciar las palabras del bautizo. Es muy delicada, seria y formal la ceremonia del «bautizo de aguas» o «echar aguas» o el pre bautizo, a pesar que los «vasitos de cartón», dicen que se disfrutan bastante esas «aguas». A Don Octavio, nada le hizo tambalear la voz y menos, su firmeza.
Aquel rito, que sin la solemnidades eclesiásticas sea en la casa del «Padrino de Aguas» o en la casa misma del recién nacido, en el que se le echa agua bendita en la cabeza y se le hace una cruz en la frente con un poquito de sal y se le hace un rezo, es lo que se denomina “echar el agua” al niño o niña. Esto antiguamente lo hacían las parteras después del alumbramiento, ante la poca curia, para atender estas situaciones.
En los pueblos andinos, existen vecinos preparados para estos bautizos, convirtiéndose así en Padrino del recién nacido. En La Puerta, el más reconocido y respetado fue don Octavio Montilla Valladares, que cuando salía a la calle, muchos de los que lo encontraban, le pedían la bendición arrodillados y otros, lo saludaban como compadre. Al bautizarlo de esta forma el Padrino daba fe que ese niño, protagonista de ese rito, pertenecía a la religión cristiana católica, de ahí esa especial consideración y respeto de los «ahijados» con su «Padrino», como personaje espiritual en la comunidad.
También ocurría cuando un niño estaba enfermo o se sospechaba que tenía eso que llaman «mal de ojo», que forma parte de las creencias populares, podía hacerse también el rito de echarle «agua bendita», se le administraba agua de la pila bautismal, de hecho era considerada una especie de antídoto contra el mal.
Don Octavio Montilla Valladares, nació en «El Lamedero», cerca de las Mesitas de Niquitao, Boconó. Murió en 1998, en La Puerta, a la edad de 85 años. Don Octavio era hijo de Lorenza Valladares, natural de Las Mesitas y su papá fue el señor Diego Montilla, agricultor. En una época difícil, la familia se trasladó a vivir a <<La Quebrada, primeramente, y luego se vinieron a La Puerta, aquí donde hoy se mantiene la casa materna, en la avenida Bolívar con calle 3>> (Conversación con Carlos Quintero. La Puerta. 17 agosto 2023). Don Octavio Montilla es abuelo del vecino Carlos Quintero, quien nos dio esta información. Carlos, nació en 1955, su padre es Ciro Quintero.
La hija de Octavio, Odila Montilla Quintero, fue la que crió a Carlos; éste cuenta que su papá Ciro tenía muy buena relación con Octavio, no obstante, Ciro se fue a los 16 años de su casa y se fue a trabajar por más de 30 años en la empresa Vinccler, donde era operador de máquina, luego fue encargado de una finca.
¿Cómo era Don Octavio Montilla?
Hay un punto muy interesante y es que don Octavio no sabía leer ni escribir; esto lo comentó su nieto Carlos así: <<qué cosa, pero era un hombre muy elegante en el hablar, usaba los bigotes así como cuando Juan Vicente Gómez, era de piel blanca, tenía los ojos azules, un hombre delicado, no le gustaban los juegos ni las chanzas>>, esta pequeña descripción de los rasgos, nos da idea de cómo era don Octavio.
Acerca de la manera de ser del abuelo, Carlos nos relata una anécdota que vivió él, dijo: <<Un día se me ocurre chancearme con él y le digo: – Epa mi llave, tal cosa. Mi abuelo inmediatamente dejó lo que estaba haciendo y me contestó: – Mire ni soy llave ni soy candado, ni para usted ni para nadie>>; primera y última vez que se jugó con su abuelo.
Recuerda Carlos, una anécdota que ocurrió <<en una fiesta del 31 de diciembre, yo tenía como 8 años, aquí en la casa materna en la avenida Bolívar, llegué como a las 7 de la noche y estaba mi abuelo sentado con un machete, al verlo le preguntó: – Abuelo ¿Qué hace con ese machete? y me respondió: – Para cuidar la fiesta. Así era como se hacía antes, es decir, la gente se hacía respetar, andando armado, hasta en las fiestas>> (Conversación citada); el respeto infundido con machete.
Su formación de rezandero en «El Lamedero»
Se formó rezandero porque su mamá era muy religiosa, en «El Lamedero», lo había aprendido de ella, en aquellos tiempos, las parteras de pueblo, echaban aguas a los recién nacidos. Don Octavio viene poniendo aguas benditas desde el año 65, recuerda Carlos Quintero que el rito era que, <<el muchacho se lo llevaban los padres y algunos padrinos, y él les hacía la cruz con sal en la frente del niño, luego le echaba agua bendita en la cabeza. Los compadres lo invitaban al almuerzo, que se acostumbra, él no bebía, no tomaba bebidas alcohólicas, si fumaba pero no tomaba bebidas alcohólicas>>. Los muchachos se los llevaban a la casa para que los bautizara allá.
Siempre estaba preparado, <<el agua bendita la sacaba de las que bendecían en Semana Santa, entonces él con esa agua la guardaba y apadrinaba a los muchachos, le hacía su cruz con sal, era muy apreciado por la gente>> (Conversación citada). No hay bautizo, sin agua bendita.
¿Han calculado cuántos ahijados dejó Don Octavio?
Acerca de la cifra de bautizados, Quintero refiere, <<muchos, de acuerdo a sus propias palabras, mi abuelo decía que tenía 1.200 ahijados. Hasta llegó a decir que tenía 1.200 compadres y 1.200 comadres. Hay gente actualmente que tiene entre 25 y los 70 años, que son ahijados de él>>, con toda seguridad que existen de varias generaciones.
Uno de sus ahijados es Michell González Villegas, hijo de la profesora Belkix Villegas, quien nos comentó la imagen que acompañamos, correspondiente a la echada de aguas en 1988, en la misma se observa de izquierda a derecha, a Lorena de Maracaibo, sobrina política de Benito Rivas, a su lado, la profesora Emilia Briceño, Benilé Rivas quien tiene al recién nacido en los brazos, son las tres madrinas de agua, y don Octavio Montilla, padrino de aguas, quien le colocó el agua bendita y estaba autorizado por la Iglesia.
Don Octavio entre el oficio del padre de Jesucristo, carpintero, lutier y el ser agricultor
Le preguntamos ¿Cuándo llegó Don Octavio a La Puerta? Carlos fácilmente recordó: <<Él se vino cuando ya tenía los 19 años de edad, a La Puerta. Trabajaba la agricultura y trabajaba la madera, la agricultura era la que le daba para mantener a la familia, porque le ocurrió que lograron agua y siguió sembrando en El Lamedero, ese fue su oficio agricultor, y su entretenimiento era trabajar la madera. Se había amañado en La Puerta>>.
Entre lo que recuerda de sus abuelos, están las madrugadas, porque su abuelo <<sembraba las tierras de él en “El Lamedero” y mi abuela le preparaba la comida a los peones, él se la llevaba, eran rumas de arepas de maíz, tipo rueda de camión, y le preparaba ollas de caraotas, cuajada, bueno, eso era para toda la semana, él se quedaba allá toda la semana>>; eran tiempos difíciles.
¿Dónde aprendió lo de carpintero y de dónde sacaba la madera, tuvo algún problema para sacarla? <<Él aprendió a trabajar la madera, ayudando y viendo a los carpinteros de la época. En esos tiempos no había problema pues él la sacaba de su propia tierra, allá en “El Lamedero”>>.
Le preguntamos ¿Qué cosas elaboraba Don Octavio en el taller de carpintería?
Su nieto recuerda que <<Él comenzó haciendo mesas, sillas, y después se puso a hacer bateas de madera pulida, para batir la masa de harina, se entretenía, hacía también urnas para la gente del campo. Recogía la madera allá en El Lamedero, de las tierras de él>; muebles y cosas útiles, para un pueblo rural.
Don Octavio no fue vendedor de baratijas traída de otros países, era un artesano criollo de los pioneros de La Puerta, igualmente elaboraba, <<instrumentos musicales, hacía cuatro, arpas, mandolina y las cuerdas las ponían los amigos que sabían tocar, se las afinaban, piezas únicas de madera, trabajaba detalladamente>> (Conversación citada); dejaba la armonía y entonación a quienes conocían de esto.
Anécdotas en el taller de carpintería
Hay una anécdota de Don Luis Ignacio Araujo, hombre de mucho dinero, de los más ricos del pueblo, amigo de Don Octavio. <<en una ocasión se murió un angelito, y fue a buscar a mi abuelo a la carpintería, la tenía en la casa y pregunta por él, le responde Angélica: – está en el patio, por ahí está. y llegó a donde Octavio y le dijo cómo está Don Octavio, y seguido le dijo: – aquí le traigo estas cuatro tablas para que me haga una urnita. Mi abuelo vio la tabla y le dijo: – Luis Ignacio pero eso no alcanza para hacer la urnita. Y este, le respondió: – no importa Octavio, no importa que le queden los bracitos afuera, con tal que le haga el cajoncito>> (Conversación citada). Sin palabras.
Amigo de sus amigos. El Dominó, Gallero y Cantor
A la interrogante de quienes eran los amigos de Don Octavio, los de mayor confianza, dijo: <<Sus amigos cercanos fueron Esteban Quintero, quien vivía por allá frente a la Escuela de Música, Juan de Dios Briceño, que vivía frente a Benito Sánchez, Dolores Briceño, que vivía arriba de los Carrasquero, Amadeo Rivas y Benito Sánchez. Fue un empedernido jugador de dominó, jugaba partidas hasta las 2 de la mañana, al frente de Benito Sánchez, donde había una bodega y el mostrador se había convertido en la mesa de jugar dominó, ahí estaban Dolores, Esteban, Juan de Dios y mi abuelo Octavio>>; vecinos cercanos y amigos.
Otra de sus facetas fue lo de gallero, relató Quintero que, su abuelo <<criaba sus gallos>>; y recordó una anécdota en la que siendo muy pequeño, estando al frente de su casa el negocio de Gil Cómbita, <<me mandó a comprar un real de maíz, que era un kilo, y estando en el negocio, en lugar de pagarle al señor Gil, le dije: -mire señor Gil, que por favor le anote ese kilo de maíz a mi abuelo, y me lleve el maíz. Resulta que un día se encuentran mi abuelo y Gil Cómbita, y este le dijo: -Señor Octavio me debe por ahí un kilo de maíz que el nieto suyo me dijo que se lo mandara fiado. Al llegar a la casa, inmediatamente, agarró una toalla y me dio una paliza por mentiroso>> (Conversación citada). Se le acabaron las vivezas. Además de carpintero, y artesano de instrumentos musicales, le gustaba cantar en paraduras de niño.
Situaciones inexplicables
De su memoria, Carlos Quintero, nos narra otra anécdota. En una oportunidad estuvo su abuelo hospitalizado en la clínica Rafael Rangel, lo estaba atendiendo el doctor Johncker, médico muy respetado y conocido como buen profesional en la ciudad, y llegó un momento que el doctor lo dio como desahuciado, sin esperanzas de vida. Uno de esos días, luego de la visita, en el pasillo de la clínica, <<ya nos íbamos un primo y yo, cuando veo que aparece la figura de un pequeño hombrecito, bien vestido con flux negro, corbata, un sombrero, con los brazos y manos atrás como si fuese caminando hacia delante, y emocionado gritó: – ese es el Dr. José Gregorio Hernández, un doctor igual a la imagen del médico de los pobres>>. Creencias populares.
Al día siguiente después de comentar esto, el doctor Johncker, le había mandado hacer una placa al abuelo, <<cuando fueron a buscar la placa que le hicieron a mi abuelo, pudieron ver la imagen de una silueta sobre la placa de radiología que fue asociada con la figura del doctor José Gregorio Hernández, y le dijo el doctor Johncker: – Carlos su abuelo tiene un 60% de alentado, estoy sorprendido, no sé cómo ocurrió esto>>; y ya le habían dado un mes de vida. Seguido, <<Le dijimos al Dr. Johncker, de que esto parecía obra de Dios y José Gregorio, pero no supo darme explicación>> (Conversación citada). Esto le había ocurrido a Octavio, por haber tenido un accidente con un cable de electricidad, él estaba poniendo unas tejas en una de las casas del Hotel Guadalupe, porque Octavio le metía la albañilería. Increíble y sorprendente.
Curiosidades espirituales de sus últimos tiempos
Don Octavio era muy respetuoso y cumplidor con sus obligaciones religiosas, además, devoto de la Virgen del Carmen e iba todos los domingos a la misa. Nos relató el mismo nieto, que <<la esposa de Don Octavio, era Angélica de Montilla, ella murió en 1998, mi abuela, a los 83 años de edad, aquí en La Puerta>> (Conversación citada). Formaron un apreciado matrimonio. En edad avanzada, comenzó a sufrir de mal de Alzheimer. En ese año, <<enfermaron los dos, él y su esposa, y él no supo cuándo murió la esposa. Él murió en las manos mías, y le digo una cosa, en el momento en que murió tenía los ojos fijos y viendo a lo alto y dijo: ¡Ah, Virgencita del Carmen!>> (Conversación citada), ahí comenzó su viaje a la otredad.
Al vecino Carlos Quintero, nuestro agradecimiento por toda la valiosa información que nos dio relacionada con este interesante personaje, fuente y ejemplo de espiritualidad de nuestra memoria histórica local.