A comienzos del siglo XX, en La Puerta, se mantenía la cultura del patriarcado, la del dominio o jefatura que comenzaba sobre la familia y se desplazaba sobre la colectividad en general. Hombres con cierta sabiduría y edad, que asumían la conducción de los pueblos andinos. Uno de ellos fue Don Natividad Sulbarán, quien nació en 1866. Obviamente a este trujillano, le tocó vivir el tiempo de caudillos, y aunque tuvo simpatía por ciertas causas políticas, fue un hombre de paz, de espíritu conciliador, de una notable cordialidad y siempre anduvo con el mejor buen humor.
Su particular historia se remonta a los comienzos del tercer poblamiento de La Puerta, luego del genocidio de 1891. Natividad tuvo una pequeña y productiva finca en un punto del estrecho y ascendente camino que va de Comboquito, hoy La Flecha, hasta el Portachuelo, hoy La Lagunita, que era un legendario paso en la travesía serrana, porque fueron los predios de los coroneles Sandalio Ruz y Américo Burelli García, así como de los valientes Cesáreo Parra, el mártir José Pabón y el último montonero Mitrídates Volcanes, paladines nacionalistas y enemigos de la tiranía.
Su tiempo fue desde finales del siglo XIX, hasta casi mediados del siglo siguiente. Siendo muy trabajador y próspero hacendado, cultivaba su tierra, a la que dedicó todo su esfuerzo, bastante cercana a los trigales y plantaciones de los Burelli García, la recuerdan como una hermosa heredad.
Mario Briceño Iragorry lo inmortaliza al describir su personalidad y su estancia en la novela Los Rivera, por cierto la única que escribió don Mario, allí describe la belleza de esta finca, así: «Un camino que conduce a La Puerta a través del estrecho y delicioso valle… Enfrascados los viajeros en el interesante tema de la política, no se dieron cuenta de la vía ni de los dorados trigales del contorno, hasta que llegaron al delicioso sitio de “El Pozo”, ya despejado de la niebla mañanera y en cambio alumbrado por un sol esplendoroso que daba mayor nitidez a los lirios inmensos y vueltos hacia el suelo, pendiente de las frondosas matas de floripón ahiladas a la vera del camino. Los viajeros se detuvieron en la más grande casa del lugar. En realidad, las casas del pintoresco vecindario no pasaban de cuatro, la de Don Natividad… la mejor, la más grande, la de mayores recursos era la de Don Natividad«; se refiere al caserío donde está ubicada la finca, otro tanto se percibía en aquella pequeña y apartada comunidad rural andina, que pugnaba por hacer sus primeros trillos de poblamiento, después que los indígenas Bomboyes fueron desalojados fraudulentamente de sus tierras y sus casas quemadas y destruidas.
Igualmente, Briceño Iragorry al escrutar que había pocas casas, narra que se apearon en la más grande y bonita, y quien los atendió fue su dueño Don Natividad Sulbarán, a quien detalló, que, «lucía su ruana azul y su ancho sombrero pelo de guama», éste, además de hacendado, era primera autoridad del municipio. Los invitó a desayunar, «les fueron servidos los típicos platos de la tierra fría» (Ídem). Refirió la amabilidad de este personaje, y el gusto de ver y tener la visita de esporádicos visitantes, de seres de otros lugares, así fuesen de Mérida y del mismo Trujillo.
En su casa de hacienda, donde se respiraba un ambiente hogareño, que él en forma natural iluminaba, proveía a su familia de profundo afecto y de atención a sus necesidades. Entre la amplia lista de hijos que se recuerdan están: Froilana Sulbarán Rivas, Josefa María Rivas, Rafael Abreu, Prudenciana Sulbarán y Ruperto Sulbarán, nativos de La Puerta, Aurelio González, de San Pedro, Alcibíades Briceño, de Los Cerrillos, y Enrique Sulbarán, de Mendoza.
Su hijo Ruperto fue seminarista, quien favorecido por su formación en derecho canónico y la influencia civilista le valió para ingresar al servicio de la administración pública, siguiendo el ejemplo de su papá, entre otros cargos, fue el secretario del Tribunal de La Puerta. Martín Sulbarán, también hijo, fue un agricultor y comerciante, quien tuvo una prolífica familia. El menor de Don Natividad, al parecer, fue Antonio Tiburcio Sulbarán, quien estuvo pendiente de él, en sus últimos años de existencia. Don Natividad estaba emparentado con Josefa Sulbarán, la destacada pintora de Los Cerrillos.
En las primeras décadas del siglo XX, su participación activa en los asuntos colectivos del pueblo, lo fue destacando cuando lo que hoy constituye el área urbana de La Puerta, era un sitio de 38 casas de tapias y techos de fajina, y apenas 260 habitantes. Pese a sus ocupaciones como productor agropecuario, se distingue como organizador, con iniciativa, como dirigente en la comunidad, en las actividades religiosas y populares, su canto y sus versos le imprimían lucidez a alguna casa, fiesta y a las damas, dentro de las incipientes actividades festivas de aquel pequeño pueblo acogedor y campesino. Destacó tanto por su personalidad, como por su buen trato y mejor verbo. Estuvo al frente de la municipalidad, presidente de la junta comunal, secretario del Tribunal, luego ocupó otros cargos, donde destacó en su carrera como empleado público.
En la literatura local, se le recuerda por sus gestiones en cuanto a las festividades que algunos comentaristas clasifican como de sincretismo religioso, específicamente la iniciativa por la celebración de San Isidro, del cual fue muy devoto, que «hiciera el señor Natividad Sulbarán de mandar a celebrar anualmente una misa, el 16 de mayo, en honor del santo patrono de los agricultores» (Abreu, José Rafael. La Puerta un pueblo. pág. 59. Editorial Arte. Caracas. 1969). Formó parte de aquellos recordados e «insustituibles cantores en estas ocasiones…Natividad Sulbarán» (Abreu, pág. 84); villancicos, gaitas, coplas y canciones que llenaban las noches de fiestas religiosas y populares, tanto las decembrinas, las patronales de enero y especialmente la del 16, ahora 15 de mayo, dedicada a San Isidro, el patrono de los agricultores.
Dentro de lo anecdótico, al viejo roble de los Sulbarán, devoto de San Isidro, le gustaba cantar, y siempre tenía un verso para obsequiar a las damas, uno de ellos, de los que más se recuerdan, es el siguiente: «Señores y señoritas tengan lástima de mí, porque se fue de mi lado, la paloma que escogí»; quizás esas dotes poéticas, le sirvieron en su prolífica existencia reproductora.
Cuando en La Puerta se recibía la visita pastoral de algún obispo u otro prelado, o se celebraban misas, bautizos, o confirmaciones u otro acto eclesiástico, y llegaban los muchos hijos uniformados al templo San Pablo Apóstol, la gente del pueblo decía: «Allí viene el colegio de Natividad Sulbarán»; todos con el mismo color de ropa. Era que él, compraba un corte de tela para niños, con el que les elaboraban un mismo tipo de camisa, y otro para las niñas, y les hacían un repetido modelo de vestidos para todas, los uniformaba, pero ninguno de los hijos quedaba sin su ropa y sin calzado, porque fue un hombre que vio de todos sus hijos, tanto los de matrimonio, como los extramatrimoniales. A mediados de noviembre de 1946, cayó en cama como consecuencia de una enfermedad que no logró superar. Murió «de tensión alta e infección en la cabeza que le causó la muerte», en La Puerta, el 11 de enero de 1947, según su Partida de Defunción suscrita por Antonio José Simancas Herrera, Jefe Civil del Municipio, y los testigos Wenceslao Briceño y Obdulio Palomares.
Fue Natividad Sulbarán, uno de los preocupados forjadores del avance, crecimiento y progreso de La Puerta. Según los recuerdos de su pariente Benito Rivas, en las cuentas de la familia, este Sulbarán habría procreado 60 hijos. Su vida, su familia y su intenso amor por La Puerta, lo conserva vivo en el recuerdo colectivo y lo aferra a perpetuidad con esta tierra serrana. Natividad es el modelo del andino pacífico de su tiempo, emprendedor, alegre, en medio de una dura realidad, pero con la mirada puesta en un mejor porvenir para su comunidad.