Dolarización irracional y perversa | Por: Antonio Pérez Esclarín

 

Hace unos días, un grupo de niñas de cuatro o cinco años, estaban jugando al supermercado con una caja registradora de juguete, y me sorprendió que  los precios de todos los productos que vendían  eran en dólares. Me integré al juego y le dije a la niña que manejaba la registradora: “Señora yo quiero comprar un pollo, pero no tengo dólares, sólo tengo bolívares. ¿Me lo puede vender?”. La niña pareció desconcertada, como si no entendiera, y al rato me dijo: “No, no puedo, los bolívares no valen. Tiene que pagarme en dólares”. Niños al fin, otra  pequeña,  posiblemente al verme preocupado, se apresuró a decir. “No se preocupe señor, yo tengo muchos dólares y le puedo regalar”. ¿Están conscientes los que nos gobiernan del daño que  estamos haciendo a nuestros niños que piensan así de nuestra moneda y en consecuencia del país?

Hace unos días, llamé a un técnico en refrigeración para preguntarle si podría venir a revisar un aire acondicionado que no enfriaba. El técnico me dijo que sí, pero se apresuró a aclararme que el cobro mínimo por venir era de treinta dólares y que él  sólo aceptaba dólares, pues no trabajaba  con bolívares. Le dije que eso era ilegal pues la moneda oficial de Venezuela seguía siendo el bolívar y que a mí me pagaban en bolívares, y que incluso lo que pensaba cobrarme por un rato era  lo que yo ganaba en quince días, pero él insistió en que eso era lo que consideraba justo por su trabajo y que él no tenía la culpa de que a mí me pagaran  tan mal, y que si no le pagaba en dólares, no vendría pues no iba a recibir una moneda que enseguida perdía su valor.

Vivo en un conjunto residencial popular de Sierra Maestra, al Sur de Maracaibo, que tiene 24 apartamentos. Una señora viene tres  veces a la semana a limpiar los pasillos, tarea que realiza en unas tres horas o menos. Cada apartamento le paga tres dólares al mes, o sea que en menos de un cuarto  de tiempo, viene a ganar 72 dólares, unos 1.296 bolívares a la tasa oficial cuando escribo esto, es decir, unos diez salarios mínimos, y aproximadamente lo que yo gano en un mes como profesor  con doctorado, maestrías y 75 libros publicados. ¿Es esto justo? ¿No resulta un verdadero absurdo?  Cuando se lo cuento a mis amigos de otros países, no me creen.

Si bien en la calle todos los precios están dolarizados, se mantienen en bolívares las pensiones y el salario mínimo, y los sueldos de los empleados públicos. ¿Será que les da pena reconocer ante el mundo que el salario mínimo y la pensión equivalen hoy a unos  siete dólares al mes,  con los que no se puede comprar ni un pollo, expresión  de miseria extremísima, pues  a nivel mundial se considera que el que gana menos de un dólar al día vive una situación de indigencia? Y todos  los que dependemos del Estado, como somos los educadores, recibimos nuestros sueldos en bolívares que la nueva e incontenible inflación los ha convertido en una  miseria, pues en unos diez meses, hemos perdido  el 70 por ciento del valor.

¿Cómo pueden  repetir  que Venezuela se ha arreglado  ante esta realidad, con  un sistema sanitario destruido,   una educación colapsada,  unos precios de numerosos  alimentos como el pollo, los huevos, el queso y las verduras y frutas mucho  más caros que en Europa o Estados Unidos, con una red de carreteras y calles en el interior del país que parecen salidas de un bombardeo, y la zozobra de no saber cuándo volverán los apagones, si llegará el agua por las tuberías y cuándo podremos echar gasolina dolarizada sin angustias ni colas?

 


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@pesclarin     

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