POR FRANCISCO GONZÁLEZ CRUZ
“Dale esta ramita a Adriano, que está allí en la barra”, le decía yo al mesonero. Adriano la recibía, la miraba, soltaba una lágrima de nostalgia y exclamaba: “Díctamo Real”. Y me sumaba al grupo de la “República del Este” en el “Triángulo de las Bermudas” que era un grupo de bares cercanos de la Avenida Solano en Sabana Grande. Allí el Presidente era Caupolicán Ovalles, pero quien reinaba en medio de intelectuales de alto calibre era Adriano González León, gracias a su rico anecdotario que en su verbo tenía la saudade de “estos recuerdos que aparecen de repente”.
Sabía el escritor trujillano que esa plantita, tan modesta que crece agazapada en los altos páramos trujillanos y merideños, que sólo se avizora cuando el sol de los venados, cerca de ocaso, la hace brillar, guarda mitos y leyendas que nacieron desde los tiempos de Cuicas y Timotíes, por sus propiedades milagrosas.
Una versión atribuida a Don Tulio Febres Cordero, es que la hierba nació de los cabellos de una reina, sembrada en los altos páramos del Nudo del Águila por Mistajá, su hermosa doncella, para salvarla de la muerte. Otra que es Tibisay, la viuda del cacique Murachí, convertida en hierba cuando algún conquistador la acosaba. Lo cierto es que el Díctamo Real es perseguido aún en estos tiempos por los que buscan alargar la vida o retardar la muerte, subir sus energías, mejorar su fecundidad y aliviar penas y dolores.
Allá arriba en Cabimbú, cerquita de la Teta de Niquitao, don Rafael González González se la dio a probar al escritor en una dulzona mezcla con miche, panela y otros ingredientes que sólo Arístides conoce, pues a sus casi 90 años aún lo prepara. Allí al calor del “Dulce Sueño”, que así se llama la bebida, pusimos el baile con el cuatro de Arturo González, el violín de Jacobo Márquez, que por cierto tiene un hijo llamado Clemonensis Stradivarius Márquez, lo llamamos Clémen, que también toca, el maraquero Rosario y la voz de Filiberta.
En Carache el Sr. Gonzalo Yépez era llamado el Rey del Díctamo Real, lo buscaba en el páramo de Cendé y lo preparaba con cocuy de Siquisay y el resultado es un potente afrodisíaco. ¡No hay alarma! La tradición la mantiene su hijo Roberto en “El Oasis Turístico” en la Av. Dos San Juan entre la calle La Esperanza y Carrillo.