Por: Raisa Urribarri
En los tiempos que corren genera una particular alegría celebrar la existencia de un medio regional, local. Aunque es importante para la región andina venezolana, y para Trujillo en particular, con los 47 años de vida del Diario de Los Andes se festeja algo más importante en términos globales: la resiliencia y el compromiso de un medio con la información de las audiencias, un asunto clave para la democracia.
Diversos informes provenientes de Europa, Estados Unidos, Canadá, América Latina y de nuestro propio país, exponen una cruda realidad, la de los desiertos de noticias, un fenómeno que deja a un enorme porcentaje de personas expuesta a la desinformación sistémica alimentadas por maquinarias globales.
Regiones enteras, poblaciones completas, tienen hoy mayor acceso a información dirigida, pero de apariencia banal, que aquella contextualizada a su realidad y útil para la toma de decisiones informadas acerca de los asuntos de interés colectivo.
Como ha dicho recientemente la periodista argentina Irene Benito, “el periodismo es un escudo. La ciudadanía pierde anticuerpos frente a quienes mandan, y si les pasa algo no tienen quién cuente su historia, no tienen cómo exponer lo que les pasa”. Para ser ese escudo, ese anticuerpo ciudadano, nació el Diario de Los Andes. Ese ha sido el papel que ha cumplido durante este casi medio siglo de vida.
Prueba de ello son los diversos proyectos que se han anidado en sus páginas y de los cuales, afortunadamente, puedo dar testimonio por haber formado parte de esta casa editorial. Partí de ella hace casi 40 años, pero los aprendizajes obtenidos allí cobran cada día una significación especial.
La atención del Diario de Los Andes, más allá de lo regional, siempre ha estado puesta en las pequeñas voces, esas que en su conjunto se hacen grandes y pueden convocar gritos de cambio. Cuando la mayoría de los medios de prensa, tanto nacionales como regionales, se concentraban en “el centro”, el Diario de Los Andes volteó su mirada a la periferia, a los márgenes, a los lugares más inhóspitos, apartados y vulnerables de la región y auscultó sus pliegues rugosos, sus dificultades y sus grandezas.
Lo hizo abriéndose a la confianza, con la seguridad de que aquellos a quienes acogía y hacía parte de su proyecto editorial sabrían defender esta casa con la misma generosidad con la que les permitieron construirla y habitarla. No siempre fue así, hubo quienes defraudaron ese gesto, hubo quienes no estuvieron a la altura de entender el tamaño de ese desprendimiento. Fueron los menos, pero hicieron daño.
Afortunadamente, la mayoría, entre quienes me cuento, lo comprendimos y lo apreciamos en toda su valía. Conservaremos siempre en nuestro bagaje profesional la experiencia de haber formado parte de una empresa de medios valerosa, abierta a la escucha y capaz de desprenderse de su propia voz en favor de aquellos con más dificultades para expresarse.
En sociedades donde, según diversos índices internacionales, la democracia luce cada vez más deteriorada, con poblaciones depauperadas y sistémicamente silenciadas, hay que celebrar el cumpleaños de un medio que ha demostrado su capacidad de escucha y su talante democrático.