La celebración del Primero de Mayo, Día del trabajo y del trabajador, me brinda la oportunidad de insistir en que, si pretendemos acabar con la marginalidad y la pobreza, necesitamos unas políticas orientadas a fomentar la productividad. El trabajo productivo es el medio esencial para garantizar a todos unas condiciones de vida digna en vivienda, alimentación, salud, educación, recreación…, como factores esenciales para la convivencia pacífica. Si gran parte de la población no cuenta con condiciones adecuadas de vida y apenas sobrevive, no será posible la convivencia. Solo mediante un trabajo responsable y mediante unas políticas que promuevan y premien la productividad, la eficiencia, la calidad, y combatan la mentalidad limosnera, facilista y mesiánica, o que pretende mamar de la ubre del Estado, convertiremos esas posibilidades en realidades y haremos de Venezuela un país próspero.
Detrás de cada milagro económico, aparece siempre un pueblo que ha tomado en serio su capacitación y formación y ha hecho del estudio y del trabajo los medios fundamentales para levantar el país. En Venezuela necesitamos una educación que siembre el valor del trabajo, de las cosas bien hechas, de la responsabilidad, de la productividad. Mientras sigamos dependiendo de la renta petrolera o minera, y nos creamos con derecho a disfrutar de ella sin esfuerzo ni productividad, mientras ignoremos el valor del tiempo y obliguemos a multitudes a gastar horas improductivas en colas para echar gasolina o realizar cualquier gestión, mientras no funcionen los servicios públicos, seguiremos siendo un pobre país pobre. Venezuela es un país potencialmente rico, pero hoy es uno de los más pobres – o mejor, empobrecidos- del mundo, con el aparato productivo destruido y sin servicios públicos eficientes.
El Gobierno ha resultado muy exitoso en destruir las dos palancas del progreso: el trabajo y la educación. El autodenominado Presidente Obrero ha logrado el milagro de que las empresas del Estado estén en ruinas, las haciendas expropiadas sólo producen lástima, y que ningún trabajador público pueda vivir dignamente con su salario, entre ellos los educadores de todos los niveles, que hemos sido condenados a llevar una vida de miseria. De este modo, el Gobierno ha logrado imponer esa mentalidad perversa de que no merece la pena estudiar o trabajar pues no son puertas para el ascenso social. De ahí que escuelas, liceos y universidades, no sólo se están quedando sin profesores que abandonaron en masa la educación en busca de un trabajo o un lugar donde puedan vivir dignamente, sino también se están quedando sin alumnos, que no le ven sentido a estudiar y esforzarse pues bachaqueando cualquier producto ganan un sueldo muchas veces superior al de sus profesores.
Una educación para el trabajo y la productividad debe enseñar a aprovechar bien el tiempo, a buscar calidad en los productos, a valorar al trabajo y al trabajador, y despreciar a los parásitos que viven sin trabajar, es decir, que viven del trabajo de los demás. Debe premiar a los productores eficientes y combatir la mentalidad que espera que se lo regalen todo sin poner como contraparte el esfuerzo y el trabajo. Cuánta falta nos hace escuchar a Simón Rodríguez: “Yo no pido que me den, sino que me ocupen; que me den trabajo. Si estuviera enfermo, pediría ayuda. Sano y fuerte debo trabajar. Sólo permitiré que me carguen a hombros cuando me lleven a enterrar”.
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@pesclarin