DÍA DE LA MADRE EN CUARENTENA     

Por: Antonio Pérez Esclarín

         

             

 

La celebración del Día de la Madre en situaciones de confinamiento, crisis y escasez, puede brindarnos  una excelente oportunidad, ya no  para regalarle cosas, sino para regalarnos nosotros y esforzarnos de verdad para que se sienta especialmente valorada, agradecida  y querida.

A la madre le debemos el don más preciado, que hace posibles todos los demás: La vida. Nacimos  junto a su corazón y durante meses nuestra  existencia tuvo lugar en la de ella, en una especie de comunión total, donde nos alimentamos de su propia vida. Luego, nos desprendimos de ella como un fruto maduro, pero allí estaban sus brazos y su pecho llenos de amor para brindarnos cobijo y seguridad. A través de sus ojos nos asomamos al mundo y fueron un espejo maravilloso donde siempre nos vimos bellos y queridos. Su ternura guió pacientemente nuestra necesidad de comunicación y nos abrió al otro, al milagro de la palabra. Posiblemente ella fue también nuestra primera evangelizadora  y nos enseñó a fiarnos siempre de Papadiós. Incluso pudimos asomarnos al amor de Dios al palpar la profundidad de su amor de madre, que siempre ama sin condiciones. Cuando nos golpearon las enfermedades y quebrantos, ella siempre estaba allí, al pie de nuestro dolor,  multiplicando sus atenciones, más fuerte que el cansancio, el hambre, la fatiga, sanándonos con su entrega y sus caricias.  Y en estos días donde hemos tenido que pasar con ella largos ratos hemos podido observar  cómo se esfuerza en atendernos y animarnos en los problemas, cómo sus manos multiplican los escasos alimentos, cómo está siempre dispuesta a compartir, incluso privándose de lo que le toca a ella. Por ello, es un día especial para agradecerle, expresarle con ternura nuestro amor, y proponernos tenerla siempre alegre.

Por ello,  el regalo mejor que podemos darle y que siempre nos va a agradecer es esforzarnos por robustecer los lazos familiares. Ella se siente especialmente feliz cuando  ve que nos apoyamos, que nos tratamos con cariño, que nos esforzamos por ayudarnos a enfrentar juntos los gravísimos problemas que sufrimos. Por ello, la celebración de este día debería  ayudarnos a asumir responsablemente el papel que nos corresponde a cada uno en nuestra familia concreta, es decir, con las personas que vivimos: madre-esposa, padre-esposo, hijos-hermanos, abuelos, tíos… No podemos olvidar que la familia es  el lugar privilegiado para aprender la solidaridad, el respeto, la colaboración, el amor. Sin amor, la libertad se transforma en capricho y en agresividad.

Para mantener vivo el amor y  superar las dificultades y problemas que estamos sufriendo,  es muy importante cuidar los detalles: mantener el buen humor, echarnos una mano en las tareas o trabajos, ser muy comprensivos  con los cansancios, problemas y preocupaciones de los otros,  evitar toda palabra que ofenda, o desanime, y cultivar con especial esmero las palabras de ánimo, valoración, agradecimiento.

El amor verdadero es siempre fecundo: engendra hijos, ilusiones,  proyectos,  entrega a los demás. El amor en la familia debe  extenderse a los otros. Una familia que viva encerrada en sí misma, pendiente sólo de su  comodidad y de aprovecharse de la situación para especular y ganar, sin ojos, oídos y manos para las necesidades de los demás, no está alimentada por un verdadero amor. Por ello, la familia debe concebirse como una comunidad solidaria de personas que tratan de vivir un ideal común de justicia y solidaridad y se esfuerzan en avanzar hacia él.

 


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