La historia de la moda refleja la evolución cronológica de las prendas de vestir. La novedad es el arte del vestido, de la confección de prendas sobre la base de parámetros funcionales y estilísticos, tanto en ropa como en accesorios. El vestido es una necesidad básica para el ser humano, para protegerse de las inclemencias del tiempo. Comienza con la aparición del Homo sapiens, que en principio se cubrió con las pieles de los animales que cazaba. En el neolítico el ser humano sabía ya hilar y tejer, pero las ropas que utilizaba eran trozos de pequeñas dimensiones, que no se adaptaban al cuerpo, aunque allí aparecieron los primeros dibujos ornamentales, en forma de cenefas. En Egipto se encontraron vestigios de prendas muy elaboradas, siendo el lino la principal materia para confeccionar telas.
La base de su indumentaria era el shenti, una pieza de lino que envolvía las caderas, sujeta con un cinturón. Durante el Imperio Nuevo de Egipto apareció el calasiris, una túnica ceñida al cuerpo, considerada de lujo. La principal prenda femenina era la blusa, una túnica larga y ceñida de distinto color según la posición social: blanca para las campesinas, rojo o azafrán para rangos más elevados.
En Mesopotamia, la otra gran civilización del Próximo Oriente, los sumerios solían vestir con largos mantones de lana, de tipo falda, adornados con franjas de vivos colores y con pliegues y largos mechones de tela. Los asirios usaban túnicas de lana, cuya longitud dependía de la clase social: hasta las rodillas el pueblo llano, hasta los pies las clases dirigentes o políticos. Los persas usaban prendas de vivo colorido, destacando el púrpura y el amarillo, adornados con dibujos de colores, generalmente círculos, estrellas y flores, de color azul, blanco o amarillo.
Con el tiempo el vestido ha adquirido un carácter estético, por cuanto ha reflejado el gusto y el carácter de su portador, y se ha ido convirtiendo en un adorno más de la persona, sujeto a los cánones de la moda y del devenir artístico de cada civilización. Durante la Edad Media, en Europa, la ropa masculina que se usaba era el taparrabos, que fue reemplazado poco a poco por la ropa interior que era similar a los pantalones. Con la llegada de la era industrial, los tejidos de algodón revolucionaron el mercado de las prendas íntimas, lo cual trajo como resultado su fabricación en masa.
En el año 1717, estando de viaje en París, Pedro I de Rusia, mientras paseaba por una concurrida calle, presenció cómo, frente a su caballo, una joven resbaló y cayó de espaldas, con las piernas hacia arriba. El Zar, observando aquella preciosa tijera de piernas francesas, exclamó con picardía: “Las puertas del paraíso están abiertas”. Implícita la travesura en el hecho de que, para aquella época las francesas acostumbraban no usar ropa interior. Un mensaje parecido fue reproducido, en nuestro tiempo, por Vicente Fernández en una canción cuya letra dice: “con el arca abierta hasta el ser más justo peca”.
La prensa rosa europea publica información sobre la moda y los asistentes a desfiles sostienen que los anticuados atuendos íntimos “no volverán”. Algunos compatriotas, atrincherados en las esferas del poder, que regurgitan dólares por los poros, coinciden con esos criterios de los europeos y para sus fastuosos gustos, esos tiempos tampoco volverán.
Hasta finales del siglo XVIII la ropa interior consistía solo en blusas largas y holgadas que era la más común y en blusas con ojales en la cintura o corsés que en sus inicios era una prenda aristocrática. También las enaguas fueron populares, especialmente cuando los médicos asociaron gordura con salud y como subir de peso era un lujo en esa época, la gordura y caderas anchas estaban reservadas para la gente de la alta sociedad.
En los tiempos que corren en Venezuela, la inflación provocada por torpeza o mala fe de la clase revolucionaria, ha convertido en misión imposible adquirir, entre otras cosas, la ropa interior para ambos sexos y como no se vislumbra una pronta salida a la crisis económica, no es descartable que pronto veamos, en las calles de Caracas, personas vestidas como luchadores de Sumo, en traje de Adán y Eva o retornando a la moda que despertó los instintos naturales de Pedro “El Grande” de Rusia.