Desde el conuco | ESTA VIDA SENCILLA | Por: Toribio Azuaje

 

«La patria es el hombre, muchachos. La patria es el hombre»

(Alí Primera)

Siempre quise regresar a la vida en el campo que me vio crecer. Cuando salí de allí a estudiar cuarto grado de educación primaria, dejé mi vida sembrada en aquellos mijaguales donde nací algún día. Después de mucho transitar de vida citadina, de escuela, de liceo, de universidad, de guerrilla, de lucha política y de trabajo, entre pizarrones y montones de libros, un día me jubilé como profesor de secundaria, ese día me dije en mis adentros, ¡llegó mi día!

Después de treinta años de trabajo quise vivir más cerca de lo que siempre he sido yo. Así que, me vine de nuevo al pedazo de tierra que mis padres construyeron a punta de tesón y cariño con el que criaron una docena de muchachos que se regaron en este mundo distractor y confuso.

Quise vivir y trabajar como lo hacen mis hermanos campesinos, no los de sangre, sino los hermanos de la tierra verde y maltratada por la indiferencia de gobernantes insensibles, campesinos de manos callosas, de piel curtida por el sol, de mirada que muestra los sufrimentos de vivir en una sociedad de discriminación, Esos de sudor agrio que pica en la nariz, los de pies descalzos y sombrero roído por el tiempo.

Comencé entonces a fundar un cafetal, a pulmón limpio, sin más recursos que las ganas de vivir junto a la madre naturaleza a quien he consagrado mi existencia. Quise vivir como ellos, Solo viviendo así, sabemos cómo sufre el campesino pobre. Es fácil hablar de justicia e igualdad cuando se tiene el refrigerador repleto de comida, el escaparate lleno de ropa fina, y una cuenta en el banco que nos ayuda a resolver problemas.

El campesino pobre, vive del día a día. Sin botas de trabajo, con un machete amellado por las piedras del camino, debe ir al conuco a procurarse la comida, entre riesgos  y sueños, no espera nada de falsos gobernantes que solo le visitan cuando le necesitan, no persigue más que la sonrisa de sus tripones a quienes debe levantar con la esperanza que no sufran igual que lo vivido por sus padres. La miseria ha hecho que los muchachos ya no quieran vivir en estos campos tan ricos y sumidos en pobreza.

Veinte kilos menos y sesenta arrugas más, me han hecho comprender lo que ya sabía. «El camino es duro pero ese es el camino», nos recordaba Argimiro, el de las luchas guerrilleras, el del pincel de múltiples colores, el de la poesía irreverente y soñadora, Argimiro, el campesino que teniéndolo todo, se fue a la lucha por ver una patria digna y libre, la patria una y mil veces traicionada y maltrecha.

Solo viviendo y sufriendo como ellos podemos descifrar sus sufrimientos, logramos entender su tímida mirada, su silencio guardado entre pecho y espalda, su ingenuidad y desconfianza jamás dicha. Son tantos los azotes que la vida les da, que terminan creyendo que ese es su destino divino, y hasta agradecen a su Dios por la pobreza que les da cobijo. Tan solo un soplo de vida es su compañera permanente, y solo la naturaleza y su familia le alegra su existencia. Si de verdad quieres saber lo que significa ser campesino, para eso debes vivirlo.

Allí, en esa vida sencilla, allí encontré la patria. La encontré pisoteada y maltrecha, junto al campesino pobre que la defiende con sus sudores rancios y su bondad infinita. Allí está la patria, la que hay que liberar. La patria aún aguarda las manos soñadoras que le estrechen la suya. Allí está la patria, una y mil veces traicionada. Allí está la patria, la que quiero vivir junto mis hermanos de tierra y de café.

En esta vida sencilla, apegado a la tierra y a la lluvia, junto a mis campesinos de inquebrantable voluntad. Con ellos, seguimos construyendo nuestro mundo de sueños y de luchas eternas.

 

 

 

 

 

 

 

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