Estos han sido días muy difíciles. Es duro ser testigos de la muerte física de familiares muy cercanos, de amigos de larga data y, entre otros, de personalidades importantes en diversos aspectos de la vida venezolana. Me había prometido no referirme más a este tema. No hay espacio suficiente para mencionarlos a todos, pero la desaparición de Fernando, mi hermano, y de José Curiel, gran amigo y compañero de toda la vida me ha pegado muy duro. Cuando estaba sintetizando en ellos el vacío abierto por los fallecidos cercanos en este tiempo de pandemia, desaparecen nuestro inolvidable “Chelique” Sarabia, gloria de la música popular contemporánea y el dirigente político y escritor Américo Martín, adversario pero íntegro en todas las jornadas de su interesante trayectoria.
Sin lugar a dudas, el patrimonio humano del país disminuye progresivamente. Quizás los años cumplidos acercan poco a poco al inevitable desenlace, pero nos obliga a profundizar la lucha por valores y principios que han sido nuestro norte en la vida. La frase del famoso Yankee Yogi Berra fortalece su vigencia. “El juego no se acaba hasta que termina”, cada uno la aplicará a su propia realidad. En nuestro caso se trata de mantener viva la Dignidad de la Persona Humana, de la Familia como factor fundamental de la nación; profundizar el trabajo para Perfeccionar la Sociedad Civil y la Justicia Social como instrumento para alcanzar el Bien Común. Esto es lo básico de nuestra razón existencial.
Pero no basta con teorizar sobre la materia. Tenemos la obligación de sembrar estas convicciones en las nuevas generaciones ya en pleno desarrollo, como nos las trasmitieron a nosotros los líderes fundadores. Se dice fácil, pero es más complicado de lo que parece. Adelante jóvenes, no se detengan nunca a pedir excusas por la lucha en defensa de sus convicciones. Siempre estén orgullosos de batallar por la libertad y la democracia.
Hace unos cuantos años dije que teníamos varias asignaturas pendientes relativas a la práctica concreta de la política, el funcionamiento de los partidos y los fines mismos de la democracia. Estamos llegando al punto crucial después de más de dos décadas de esta llamada “revolución del siglo XXI”. Es la hora definitiva. En las cabezas del régimen hay mucho temor porque están conscientes de lo que vendrá con el cambio inevitable y el incierto destino inmediato de esta izquierda estéril e inmoral, protagonista del mayor fracaso de que tenga memoria el continente americano. Unos marcan distancia y otros se aferran al poder con la idea de mantenerlo como sea.
El gran ausente y, por supuesto, la víctima humana es el pueblo, depositario intransferible de la Soberanía nacional. El país debe ser reconstituido. La vía constituyente está planeada como camino inmediato para el cambio.
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