Desde el conuco | Vida campesina | Por: Toribio Azuaje

 

«El NATURACENTRISMO nos reencuentra con lo que realmente somos, pequeños seres que formamos parte del mundo natural, en realidad es la naturaleza y no nosotros el centro de la vida»

Mis años de vida, en este maravilloso planeta en el que me tocó vivir me han transmitido desde las multitudes entre las qué me ha correspondido habitar, todo un cúmulo de saberes que me han convertido en un empedernido hombre del campo al que cada día me abrazo más y más.

Son tan solo un poco más de seis décadas las que han transcurrido desde aquel día en que mi madre a la que adoro, me dio vida junto aquel maravilloso ser a quien le correspondió convertirse en mi padre. Ambos se encuentran hoy juntos en el otro plano que nos corresponde vivir después de transitar por esta corta estadía.

A punto de completar 64 soles en este abril que se avecina, estos años  me han transmitido una querencia por mi tierra y por mi mundo campesino que algunas veces me culpo a mi mismo el haberme ausentado tanto tiempo de este maravilloso espacio rural que contiene en su ser todo un manojo de riquezas culturales y de sueños que esconden en su ser toda la riqueza de una vida sencilla y placentera.

He vivido los mejores momentos de mi estadía en este planeta, compartiendo en estas tierras de árboles y pajararos. Desde las entrañas de la tierra surgen los cauces de riachuelos y quebradas que se convierten en espacios infinitos de vida. Tierra y agua, tierra y vida, montaña y flores con miles de colores que esconden un mágico repertorio de poesía impresa en los frutos que la naturaleza nos regala. En ella se esconde la respuesta que nos da para el disfrute de la vida. Son estos los territorios que han dado la vida a miles de seres maravillosos que aún comparten este mundo duro y a la vez placentero de vivir en el campo.

Aquí el monte autóctono da paso a sembradíos y caseríos que son el espacio de la modernidad para ver crecer sus poblaciones. Terso y sonoros son las aguas que se escurren sobre la tierra maravillosa de frutos dadivosos que nos acompañaran por siempre.

El campo goza de una quietud profunda y cosmica tan solo distraída por el bullicio de su gente en las fiestas patronales de los pueblos. A lo largo de todos estos momentos de transformación han visto pasar infinidad de historias que corren como el agua que se convierte en rio al pie de la montaña. Los cafetales y camburarles se combinan en una mixtura inexplicable que convierten estás montañas en bosques alimenticios llenos de árboles autóctonos que otrora constituyeron el alimento de nuestros ancestros que afortunadamente vivieron privados  de esta modernidad que hoy nos arropa.

Los campos productivos son el futuro promisor de cualquier sociedad, no podríamos sobrevivir sin él. Ese mismo campo y sus campesinos sienten por demás la indiferencia de gobernantes que andan «porai» con sus gringolas que les impiden mirar hacia estos lugares que son la vida misma. Por acá desfilan todas las esperanzas de las grandes ciudades que sostienen un crecimiento irracional a partir del maravilloso fruto producido por las manos callosas de campesinos que en complicidad con la naturaleza procrean todo lo que los citadinos necesitan.

Es tal la indiferencia e injusticia hacia el campo que me recuerda que somos la especie animal más destructora que habita en el planeta tierra.

 

 

 

 

 

 

 

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