“La Navidad agita una varita mágica sobre el mundo, y por eso, todo es más suave y más hermoso”. (Norman Vincent Peale)
Había una vez, en un pequeño caserío del pie de monte andino de la Venezuela rural, una comunidad de caficultores que esperaba la Navidad no solo por el nacimiento del Niño Dios, sino también por la aparición de los granos encantados. Se decía que, cada Nochebuena, los granos de café más puros y perfectos cobraban vida al ser tocados por la luz de una estrella fugaz, que solo aparecía en aquellos lugares donde los corazones de sus habitantes permitieran la entrada de nobles sentimientos de amor.
En las laderas de la Sierra venezolana, donde los granos de café crecen con el sabor del cielo y la tierra, la Navidad llegaba con una mezcla de esperanza y melancolía. Las familias caficultoras, con sus manos curtidas por el trabajo y sus corazones llenos de sueños, se reunían alrededor de fogatas para compartir historias que desafiaban la realidad.
Esa noche, Doña Esmeralda, la matriarca de la comunidad, preparó su mejor cosecha con la esperanza de que el milagro sucediera. Habían cosechado y seleccionados los mejores granos para ofrendarlos en la reunión donde se juntaban todos los habitantes de ese lejano paraje campesino. En cada noche buena el caserío entero se disponía a compartir y pasar la noche juntos para esperar el milagro de los granos de café.
A medianoche, cuando la última campanada resonó en aquella montaña, una luz brillante iluminó el cielo y los granos que habían sido cuidadosamente colocados en el centro del patio, en cestas tejidas de bejuco de montaña, cortados en la luna menguante, comenzaron a brillar con un inusitado resplandor dorado. Los granos encantados traían consigo la promesa de prosperidad y abundancia, pero solo si eran compartidos entre todos con generosidad y amor.
Los caficultores, maravillados por el espectáculo, recogieron los granos mágicos y los repartieron entre todas las familias, sin importar cuán humildes fueran. La magia de los granos no solo aseguraba una cosecha próspera para el año siguiente, sino que también curaba enfermedades y traía alegría a los corazones afligidos.
La Navidad de ese año fue diferente. A pesar de la precariedad, la comunidad se llenó de risas y cantos. Los niños jugaban entre las plantas de café, y los adultos compartían historias de cosechas pasadas y futuras. Esmeralda, sacando sus mejores palabras anunció ante todos, el matrimonio de su hija menor, convenido para el 12 de Enero. Por su parte, el señor Pedro, con profunda alegría, anunció la recuperación de su hija quien había padecido de una riesgosa situación de salud. Nicolás, anunció el retorno de sus hijos, quienes habían abandonado su tierra en busca de una mejor vida. La magia había tocado sus vidas, recordándoles que, incluso en la pobreza, la esperanza y la solidaridad podían florecer como los granos de café en sus campos.
Y así, cada año, la comunidad esperaba con ansias la llegada de la Navidad, no solo por los regalos o las festividades, sino por la magia que transformaba su realidad y fortalecía el espíritu de todos aquellos que creían en los milagros de los granos encantados.
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