Desde el conuco | En el campo, la lucha es por mantenernos vivos | Por: Toribio Azuaje

 

Por: Toribio Azuaje

 

“ Viene bajando el obrero, casi arrastrando sus pasos por el peso del sufrir…

Arriba, deja la mujer preñada; abajo está la ciudad, y se pierde en su maraña”

(Casas de cartón: Ali Primera)

 

Lo que a continuación hoy les relato, no es para nada grato, es la odisea sufrida a pulso, por unos amigos campesinos en busca de atención médica para una emergencia de salud. Estas son situaciones que se repiten diariamente en estos campos cafetaleros. Intentaré concluir este breve relato  sin que nos asalte la rabia y la impotencia que nos visita en estos casos.

 

Bajando la montaña:

Por aquella agreste carretera de tierra de filosas lajas; cuesta abajo, cabalgando una moto, marido y mujer bajan apuraditos y con mucho cuidado; se apresuran a conseguir ayuda, una emergencia médica les hizo salir del “rescoldo caliente”  de su hogar, intentando recibir la atención necesaria para calmar un dolor que hace dos días soporta la sufrida muchacha. Robert y Maria, son una joven pareja que como muchas otras,  viven en estas montañas del café.

Siglo XXI, Finaliza noviembre de 2023; bajaron esta mañana de “Agua Linda”, un pintoresco caserío anclado en las montañas de Biscucuy. El dolor ya resulta insoportable, lo que les llevó a salir en busca de la ayuda necesaria.

Tras la joven pareja, en otra moto, los escolta un vecino, quien acarrea un saco de café para la venta y así poder intentar cubrir los gastos médicos.

El café no es solo sembrarlo, cosecharlo y venderlo; es también padecerlo, es soportar tantas calamidades de una vida en el campo sin atenciones y sin servicios. La precariedad de nuestros campos muestran una brutal carencia en aquellos servicios que resultan esenciales para garantizar la vida en estos montes llenos de cafetales y de gente honorable.

 

Robert, se muestra preocupado, me comenta que el dolor que sufre su esposa le había asaltado hace dos días. Así que decidieron buscar la ayuda médica que requiere estos casos.

Bajar desde aquellas montañas, intentando ser atendidos y salvar la vida, es desde ya, un trauma que solo el campesino sabe como tolerar. Así es la vida rural, en un país donde el campesino tan solo vale un voto.

 

Una precariedad lacerante:

En aquella montañas no hay un centro médico habilitado, donde puedan atender un minúsculo caso de primeros auxilios, menos aún para estos casos que ameritan atención un poco más especializada.

Finalmente, el caso terminó siendo una apendicitis que obliga una cirugía de emergencia. Al rato nos enteramos que en el hospital de Biscucuy no pudo ser atendida por falta de condiciones del quirófano inutilizado por años de desidia y abandono. Allí, le ordenaron el traslado hasta Guanare.

 

El saco de café no les alcanza:

Sin servicio de ambulancia, hubo que pagar un traslado en un taxi hasta el hospital Miguel Oraa de la capital portugueseña. Ahora la gasolina es un tesoro y encarece los costos. El saco de café es insuficiente.

En Guanare tampoco pudieron operarla, no hay ningún tipo de atención que pueda resolver aquella emergencia. Así que, hubo que trasladarla al hospital central que funciona en las históricas ciudades gemelas de Acarigua – Araure.

Solo por un momento, Imaginen ustedes el trauma y la desesperación de una familia campesina pobre, tan lejos de su casa, sin dinero, y sin lograr ser atendida en un peligroso y muy común caso de emergencia médica. Son tantos los padecimientos que nuestra gente tiene que soportar a diario, tantas las indiferencias y el desconocimiento de quienes exhiben lujos y detalles  que el poder les otorga y los distancia aceleradamente del sufrido pueblo campesino.

 

A Dios rogando:

Mientras tanto, nuestra joven pareja, muy lejos de su hogar, sigue rogando y rezándole a Dios que les atiendan. La vida en estos campos es muy difícil de llevar y triste de contar. No solo es luchar un precio justo del café, es también la diaria batalla por mantenernos vivos.

Supimos que finalmente fue atendida y está fuera de riesgo, ¡Gracias a Dios! diría mamá.

Tenía razón Ali Primera, ¡No basta rezar!

 

 

 

 

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