Por: Toribio Azuaje
“La cultura es la memoria del pueblo, la conciencia colectiva de la continuidad histórica, el modo de pensar y de vivir”.
Milan Kundera
Para el campesino, el sombrero representa su identidad, sus raíces, su vinculación con la tierra que lo vio nacer y lo verá morir. El pedirle que se lo quite implica solicitarle que se deshaga de sus raíces, es algo así como pedirle que renuncie a su forma de ser que ha sido curtida por su herencia cultural y su historia de vida apegada a esta tierra que ama tanto.
Los centros de poder imponen sus normas de dominación y como para recordarnos quien es el que manda prohíben la entrada con sombrero a los edificios del poder público. Un sombrero campesino no es una cachucha, una gorra o un adorno impuesto por la modernidad, el sombrero es parte de su vestimenta y de su identidad, el sombrero representa su montaña, su llano, su sabana, representa su rio y su quebrada, representa su cultura y su forma de vida. Pedirle que se quite el sombrero para poder entrar a un edificio gubernamental es pedirle que renuncie a sus raíces. Pero es de ese modo se hace costumbre sentirnos más débiles y dominados, “Sin raíces pues”.
Para sobrevivir, el sombrero debe enfrentarse al poder, y esto lo hace en profunda minusvalía, pues el edificio gubernamental representa el poder y la dominación, representa el colonialismo y la supremacía del poder del Estado y el dinero. Pedirle a un campesino que se quite el sombrero es como despojarlo de su autenticidad construida para poder sobrevivir en un entorno donde se valoran más las normas y los protocolos establecidos que la cultura persistente en la esencia de vida de la gente.
El edificio gubernamental representa el poder y la dominación, es el espacio donde se toman las decisiones que afectan a muchos. Pedirle al campesino que se quite el sombrero para ingresar a él, nos indica como el poder impone sus propias reglas ignorando o menospreciando el contexto de quienes viven en estratos sociales más bajos, lo hacen como para recordarnos quien manda y quien debe obedecer, es la evidencia que vivimos en el mundo de las desigualdades.
Para el campesino, el acto de quitarnos el sombrero es una muestra de respeto, no una postura de sumisión. Nos quitamos el sombrero justamente como una muestra de respeto y lo hacemos con el placer de sentir que reconocemos al otro y no como una forma de humillación.
El sombrero es un símbolo de resistencia y la decisión de quitárnoslo o no, representa un claro símbolo de identidad y de reafirmación de nuestros valores.
Recientemente estuve por Trujillo compartiendo con agricultores y campesinos amigos, hube de acercarme al palacio de justicia y me impidieron entrar al tribunal agrario con sombrero. El sombrero permaneció secuestrado a la entrada de aquel frío y temerario edificio del poder, allí esperó hasta mi regreso y el reencuentro con ese pedazo de raíz cultural que me acompaña siempre. Leí y releí las normas para entrar al edificio que se exhiben pegadas a una cartelera y en ningún lado encontré tal restricción, sin embargo, no me fue permitido ni siquiera llevarlo bajo el brazo.