Por: Toribio Azuaje
¡Qué felices serían los campesinos si supieran que son felices!
Virgilio
Cuando elaboré las primeras letras de aquella propuesta de la Universidad Campesina Argimiro Gabaldón, lo hice con la convicción en la necesidad de la transformación del modelo educativo rural para el impulso de nuestra agricultura y el mundo campesino que allí sobrevive. Hoy más que nunca creo que la actividad agrícola, cultivar la tierra, producir alimentos, vivir en la naturaleza, puede transformarse en un espacio para lo bueno, para lo creador, para dinamizar la economía, para lograr una vida en armonía con la naturaleza y sobre todo puede llegar a ser una actividad en la que se viva con las necesidades básicas satisfechas.
Cada finca un aula abierta, así fue concebida esa propuesta. El sustento filosófico planteaba convertir cada predio, finca, conuco -como quieras llamarlo- en un centro para el aprendizaje, sustentado en los saberes ancestrales locales, en las ciencias académicas y nuevas tecnologías de producción, logrando una mixtura capaz de provocar un crecimiento productivo ordenado, además de lograr un crecimiento espiritual armonizando nuestra actividad como agricultor en su relación con la naturaleza. Esa propuesta de educación popular era concebida bajo el concepto de la educación liberadora.
Cierto es, que nuestros predios pueden convertirse en la práctica, en un centro de aprendizaje, una escuela de formación agroecológica, en un espacio para el intercambio de saberes que nos lleve a diversificar la actividad productiva. Del mismo modo, en la medida que desarrollemos niveles organizativos y de producción, entonces, estas unidades productivas pueden abrir espacio para el desarrollo de un plan de turismo rural, o agroturismo. Muchos son los que les gustaría visitar un espacio campesino acondicionado para mostrar la faena rural agrícola, cafetalera, cacaotera, hortícola, cualquiera sea la orientación agrícola de ese espacio. Si emprendiéramos un plan permanente de sensibilización y capacitación agrícola y turística en nuestras comunidades campesinas, en pequeños espacios, considerando lo local, lo cultural, lo que tenemos, lo que producimos, lo que podemos producir, lograremos cambiar sustancialmente la vida campesina, convirtiendo la actividad agrícola en un espacio para generar niveles significativos de felicidad y placer de vida en armonía con la naturaleza. Esto supone la adecuación de los servicios básicos de vialidad, electricidad, educación, salud, entre otros.
La inversión debe ser en las fincas de nuestros campesinos, con ellos podemos construir una red de conucos o fincas para el aprendizaje colectivo, para generar niveles de solidaridad y ayuda mutua entre los campesinos de un sector o caserío.
Hay experiencias organizativas locales en algunas regiones del país que merecen ser revisadas, esos avances pueden darnos luces para la creación de planes locales de desarrollo organizativo para la producción. Se me ocurre señalar una de ellas, la Escuela Agroecológica Campesina La Mocuy, en el estado Mérida, que viene desarrollando un bonito trabajo de formación y capacitación campesina, con una clara tendencia agroecológica. Esa experiencia es digna de observarla para aprender de ella.
Si promovemos organizaciones locales similares, seguramente con otras modalidades organizativas de acuerdo a las realidades y capacidades culturales de la zona, bien podríamos comenzar a provocar los cambios necesarios que puedan darse desde lo local. El poder de cambio y crecimiento está en nosotros, solo falta despertarlo y orientarlo. Por su parte, la caficultura es una corriente productiva que se presta para ese crecimiento organizativo de producción agroecológica y de turismo rural o agroturismo.
…Y hablando de la Universidad Campesina, esa propuesta fue aprobada por el presidente Chávez, otros se encargaron de darle forma e impulsarla, a estas alturas nada sé de su salud, no sé si está en funcionamiento, si se la tragó la burocracia estatal que todo distorsiona, o se convirtió en otra más del montón.