Desde cerro Felipe | Pido perdón a la vida | Por: Héctor Díaz

 

Estar en la calle desde hace años, las primeras luchas estudiantiles, luego pasar a las luchas gremiales todo en pro de nuestros semejantes por un mejor vivir y un mundo distinto donde podamos vivir con justicia social. En aquella época el compromiso ideológico estaba envuelto en una gran ternura, con sueños de esperanza y no imaginamos jamás, que llegaría el día en que la vida te va arrinconando y lentamente te va desplazando para el carril lento, donde también te vas a encontrar a otros que llevaban una velocidad full chola, pero ahora lo que queda es la poca velocidad del recuerdo.

En nuestro apogeo vigoroso nos comíamos al mundo, ahora el mundo nos come a nosotros, ya físicamente nos encontramos como modelo viejo pero con un pensamiento que ha trajinado las tres etapas más importantes de ver las incidencias de dos siglos la cual muchos no tuvieron esa gran oportunidad. Las eras evolutivas las enfrentamos para irnos adaptando lentamente a cada una, sin frustraciones, sin dejar de soñar y siempre con el norte de la esperanza; jamás perdimos el enfoque y hoy, aún, las mantenemos intactas.

El recorrer de la vida nos ha enseñado que la constancia es la pedagogía más hermosa para convertir la rabia en anhelos, las derrotas en impulsos y energías para afincar la continuidad, la solidaridad como el mensaje más sublime frente al caído y al que está a punto de rendirse; la mano amiga para estrechar la alegría y conectarnos con el espíritu para inyectar esperanzas; el mensaje escrito o hablado para traspasar el alma para aquellos ojos acaramelados que buscan desesperadamente la luz en medio de la angustia. Ese es el código hereditario que hemos traído desde el mismo momento en que nos enviaron a esta experiencia llamada vida.

En el camino hemos encontrado amigos que a la vuelta de la esquina nos han traicionado o no han comprendido que la lucha no es por un cargo, es por la vida misma; sembramos surcos de amor para que de allí brotara semillas, pero muchas se secaron frente al clemente clima del inmediatismo; nuestra voz jamás se cansara de la prédica en ese desierto de sordos y de inconsciencia. Allí estaremos con nuestra cruz acuesta, de algún lado saldrá algún Simón de Cirineo para ayudarnos con la cruz y el recorrido al calvario se mantendrá firme, sin remordimientos ni cargos de conciencia; simplemente le hemos dado cumplimiento al mandato de Dios.

Los años nos han enseñado que la vida tiene colores, fragancia, es dulce, pasiva y lo más importante, tiene alegría; por eso, pido perdón porque muchas veces nos estacionamos en la acera de la indiferencia, fuimos compulsivos tratando de que nuestros semejantes entendieran a cabalidad el mensaje, sin percatarnos de sus limitaciones. Nos volvimos intolerantes en muchas oportunidades cuando fuimos arrastrados por un mundo trivial y nos olvidamos que somos seres espirituales que venimos a vivir una experiencia humana, ya los años nos han entregado un voluminoso libro llamado experiencia y cuando ya nos faltan días para entrar de lleno al mundo de la tercera edad, la jubilación es el júbilo del recorrer de los años y la pensión es el pensamiento para evaluar los activos y pasivos de los almanaques de la contaduría donde cada digito, no solamente cuenta, también pesa.

Pido perdón porque a veces me quedo dormido en aquel rincón de la vida y cuando me percato observo que el día ya ha pasado y otra noche nos cae encima; pido perdón porque ya estoy lento en mis movimientos, pero las ideas siguen manteniendo la misma velocidad que cuando comencé el maratón de la vida; pido perdón porque perdí la capacidad de asombro y entré en los escenarios de la contemplación: ya que contemplo la naturaleza, el canto de los pájaros, el sabor del agua, el crecimiento del nieto, disfruto la poesía y la lectura como alimento del alma, pido perdón porque cuando voy a misa no observo al sacerdote, contemplo a Jesús y las enseñanzas del maestro; pido perdón porque pase del deseo de la carne a la maravilla de las maravillas del cuerpo humano y pido perdón porque ahora enseño la pedagogía del espíritu, no la pedagogía humana.

Los años te dan claridad profunda y pensamiento sublime, la cual poco a poco vas entendiendo que has entrado a la antesala de la verdadera vida, la que no está agotada aún y es la que te va a permitir seguir llevando el mensaje, escribir y hablar hasta que llegue el momento de entregarle a Dios un cuaderno llamado mis memorias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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