El tan cacareado referéndum consultivo sobre el Esequibo se ha convertido para el mismo gobierno en un dolor de cabeza, representa una evidencia clara del fracaso en materia de política internacional y por supuesto, en contra de los mismos cancilleres que ha tenido la república en estos últimos 23 años de gobierno bolivariano, es como escupir para arriba y quedarse parado esperando que el salivazo se estrelle en el rostro. Han sido miles y miles de videos, declaraciones de prensa, entrevistas, audios que recorren las redes sociales mostrándonos como el presidente Chávez negociaban con Guyana el Esequibo, simplemente porque necesitaba el voto en los organismos internacionales como la ONU, la OEA, Caricon, Mercosur, Unasur y la Celac entre otras.
La línea gruesa que le marcaba Miraflores, por la vía de la Presidencia de la República a la Casa Amarilla (cancillería) dirigida por Nicolás Maduro, era de complacer a los aliados por la chequera loca y las dadivas que recibían esos países para complacer al “comandante eterno”. Fueron millones y millones de dólares que volaban cuando se iba a tomar una decisión propuesta por el presidente Chávez, y de esta manera se demostraba, el liderazgo absoluto del nuevo líder latinoamericano que emergía bajo las remesas del dinero en aquellas valijas del canciller. El gobierno de Venezuela hacía uso y abuso de los recursos nuestros para mantener una cuerda de vagos que se trasladaban como personal diplomático hacer turismo, visitar burdeles, importar una ideología trasnochada y mostrar un país que era una “maravilla” ante los ojos internacionales, pero aquí, internamente, ocurría otra realidad triste y vergonzosa.
Tuvimos la gran posibilidad de rescatar el Esequibo en los organismos internacionales, de retomar el juicio jurídico para que se hiciera justicia luego de largos años de una expropiación indebida y donde Venezuela mantenía un reclamo permanente, pero al llegar Chávez y su flamante canciller todo fue engavetado, tirado al olvido, verborrea diplomática, mano de seda para mantener el voto del aliado a costa de la entrega pacifica, casi sumisa de la franja que históricamente nos ha pertenecido; un gobierno y un partido político que llegaron al poder sin la más mínima idea de abordar una política exterior y echaron mano del más cercano cómplice como Cuba para que le marcara la ruta y las directrices en materia internacional, y por supuesto, los cubanos que vienen de una escuela de formación internacional bajo el manto de la Unión Soviética asumieron el tutelaje para beneficios propios.
Nicolás Maduro es el canciller número 185 que ha tenido el Estado venezolano, desde el 7 de agosto de 2006 hasta el 16 de enero de 2013, fueron siete años en la conducción de la política internacional, tiene un record de haber sido el funcionario diplomático con mayor tiempo en el cargo desde el primer canciller de la república Juan Germán Roscio en 1810. Pero si revisamos la histórica participación de su gestión (Nicolás Maduro) en siete años lo único que nos vamos a encontrar es que fue un muchacho de “mandao”, un lleva y trae, un bolsiclón de la Casa Amarilla, que nunca logró alcanzar la estatura, no llegó ni a los tobillos, de aquellos grandes e intelectuales cancilleres nuestra época democrática como fueron: Andes Eloy Blanco, Ignacio Luis Arcaya, Marcos Falcón Briceño, Arístides Calvani, Ramón Escobar Salom, Simón Alberto Consalvi, Enrique Tejera Paris, Humberto Calderón Berti, Miguel Ángel Burelli Rivas, entre otros. De allí que plantearse un referéndum consultivo sobre el Esequibo es la mayor evidencia del fracaso del actual presidente de la república y ayer canciller en materia de política fronteriza y de reclamos internacionales, pero también abarca este fracaso al presidente Chávez y al partido PSUV quien ahora tiene una crisis de identidad interna con quien fue su fundador ya que el referéndum sería en contra de Hugo Chávez y del canciller que mantuvo siete años. Eso tiene una sola lectura, el PSUV ha entrado en una acelerada agonía desde el 22 de octubre, fecha que el pueblo venezolano firmó el desalojo del inquilino de Miraflores.
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