Desde cerro Felipe | El silencio de un país | Por: Héctor Díaz

 

Recorrer cualquier calle del país es el encuentro de un silencio, el murmullo ha pasado a hacer una solemnidad que se expresa con la vista y algunos movimientos corporales, pero la opinión, aquella que antes se encontraba a la vuelta de la esquina, pasó a las paredes silenciosas y a los muros de las miradas. La rabia, el temor, la angustia, el desosiego, la incertidumbre se ha concentrado todas en un silencio y ese silencio se puede catalogar como la esperanza para expresar el momento.

Todo el pueblo aguanta callado el chaparrón, y no es de agua, el rostro de las angustias se refleja en los centros asistenciales cuando se tiene un familiar enfermo y se nos extiende un récipe para la compra de medicamentos; se refleja en el mercado o en la bodega cuando pasamos la tarjeta de débito para cancelar un producto de la cesta básica y rogándole a Dios que cubra el costo del producto; se refleja en los terminales o paradas de pasajeros cuando esperamos la unidad del transporte para irnos al sitio de trabajo o devuelta al hogar ante el caos de este servicio; se refleja en la casa de familia cuando observamos los continuos apagones por horas o lo que el gobierno llama ahora racionamiento, las bajadas y subidas del voltaje que golpea cada uno de nuestros aparatos electrodomésticos; cuando vamos por las calles y observamos aquellos depósitos de basura en plena vía o al lado de las aceras,  ya que el aseo urbano no funciona, culpa de un alcalde incapaz; se refleja cuando vamos a una reunión de padres y representantes de un colegio y pensamos en los uniformes, útiles escolares y en el desayuno de aquellos niños y adolescentes; se refleja cuando vamos a la universidad y vemos la escasez de personal docente, ya una inmensa cantidad han emigrado; se refleja cuando nos llega el recibo de cobro del servicio eléctrico, del servicio telefónico cuando sabemos que estos servicios son pésimos y lo que estamos pagando es la ineficiencia y podíamos seguir enumerando ese reflejo de preocupación que hoy cargamos a cuesta los venezolanos, pero llenaríamos varias cuartillas y no nos alcanzaría el espacio en el periódico. Pero toda está preocupación la administra el silencio, una mirada al horizonte y una plegaria al cielo.

Los venezolanos ya no encontramos espacios donde desahogarnos, donde canalizar la catarsis o quien nos oiga, si el gobierno leyera nuestros pensamientos se daría cuenta que tiene que encarcelar a toda una nación, porque hasta los mismos dirigentes o activistas del partido de gobierno, andan en esa angustia, quizás para ellos es peor, ya que están atados a una nómina con miserables sueldos, con una dádiva “revolucionaria” y tienen que calarse un discurso demagógico del funcionario de gobierno, que trata de convencerlos que “todo está bien” “que todo es culpa del imperio” “de la cuarta república”. Pero muy dentro del pensamiento de ese militante, siempre hay una indignación a viva voz: desgraciados están robando a manos llenas y creen que uno es pendejo o se chupa el dedo.

El silencio de un país se asemeja mucho aquella célebre novela del premio nobel, José Saramago, “Ensayo sobre la ceguera”, pero la ceguera en este caso venezolano, se ubicó en el silencio, algo está tramando el pueblo, dicen los jerarcas del régimen; lo que refleja este pueblo es una mirada de odio frente a los que han pisoteado la dignidad, la confianza depositada y las esperanzas. Pero allí se mantiene ese pueblo, como los árboles, de pie, como las olas que se desplazan lentamente o como las nubes que se van uniendo para provocar una lluvia. El pueblo es sabio y paciente, dice un cantautor popular y es como el cuero seco, se levanta por cualquier lado y llegara el momento que ese silencio se expresara a viva voz y tronará por los cuatro costados, en el momento preciso para ponerle coto a todas esas angustias generadas durante veintitrés años; angustias que han sido llevadas con mucha paciencia al lomo.

Vamos a entrar al año electoral donde ese silencio se va a expresar, esa angustia se depositara en una confianza para un nuevo liderazgo en el país, y allí el gobierno entenderá, que ya pasaron a la historia como los más incapaces y corruptos de la historia republicana, pero también será una lección para los que vengan. Feliz Navidad.

 

 

 

 

 

 

 

 

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