Por: Héctor Díaz*.
El papel fundamental de un cronista es narrar y describir todas las incidencias que ocurren dentro de una determinada geografía, es pulsar los valores en cada una de las conversaciones, y lo más importante, ser un creador para elevar el conocimiento a las nuevas generaciones. Don Tulio Montilla se destacó en aquella Sabana de Mendoza aldeana, llena de buenos conversadores, de historias que pasaban de generación en generación, de ser el protagonista en el abordaje de los viajeros y de plasmar con su maravillosa pluma aquella célebre expresión de Tácito: “Sine ira et studio” (escribir sin odio ni parcialidad); buscar el testimonio del abuelo fue la primera osadía para arrancar la creación de la atmósfera aldeana e ir articulando la historia desde nuestros indígenas Vitichas, paseándonos por las epopeyas de los caciques, de sus hijas, de los jóvenes guerreros que con la llegada de los conquistadores brillaban de valentía frente al usurpador.
El maestro Don Tulio Montilla siempre muy pendiente de todos los escenarios con la llegada del ferrocarril, desde la Ceiba y desde Motatán para indagar el origen, las familias, los parientes y los sucesos; era como un moderno reportero, siempre detrás de la noticia y la crónica. Esa es la verdadera función de alguien que desea escribir la historia de un pueblo haciendo uso de la vieja pedagogía romana “la historia es obra de arte”. Ganarse el aprecio de la comarca fue la primera meta, que el pueblerino sintiera la presencia del maestro como un aliado, un cómplice, un hermano a quien contarle las anécdotas y haciendo uso de la fe cristiana en el secreto de confesión no lo fuese a delatar y conservara la fuente como información originaria; allí está la gran diferencia entre quien desea dejar un testimonio escrito para abrazar el tiempo y el burócrata cronista que vive más pendiente de la quincena y del chisme.
Don Tulio Montilla desde el aula de clase hizo un puente para pasar a cada rincón de las casas de bahareques, cada solar y permitir que aquellas voces narraran con la mayor familiaridad los sucesos de un ayer y rescatara esas leyendas pérdidas en el laberinto del imaginario. Primero fue el abuelo que vertió toda esa narrativa, empezando por aquella mirada profunda hacía Betijoque, como dándole a entender “empecemos a traernos la atmósfera desde el origen de nuestro nacimiento, el portachuelo del Boquerón”. Luego el abuelo le contó la historia indígena, el Cenizo en llamas, el templo de la Diosa Icake adornada con pepitas de oro de mucha abundancia en las profundas cuevas de las riveras de la Vichú. Allí comenzó la crónica de la aldea ya que somos los únicos de encontrar las leyendas en las piedras, en el soplo de la brisa que se desplaza por aquel corredor del playón y donde sólo el silbido del viento es traducido por el indígena como el mensaje de los dioses.
Don Tulio conoció de cerca la tragedia de Adriana, la Sayona de los ojos azules, tan azules como las esperanzas de su pueblo. La historia de los amores y sentimientos de la mujer de Sabana de Mendoza, que se enfrentó a la vida de los comentarios malsanos y de las lenguas viperinas donde todo quedaba santiguado. La crónica de Don Tulio sacó aquel personaje del anonimato y lo expuso en pantalla gigante para que comprendieran los sentimientos de Adriana, y al mejor estilo de Tomás Eloy Martínez, en el vuelo de la reina, le dio el sitial de honor como la mejor protagonista de una célebre telenovela, para que sus ojos azules alcanzaran la profundidad de cómo aman las mujeres de Sabana de Mendoza.
Don Tulio también ha unido los milagros de la Virgen del Carmen y encontró en aquel personaje, el terrible Antonio, una forma de narrar entre lo humano y lo divino. El amor de madre frente al hijo rebelde, las osadías de los curas párrocos quienes desde el pulpito y bajo el manto de la palabra denunciaban las atrocidades de los gobiernos militares y de los caudillos. Sabana de Mendoza jamás olvidara esas hermosas leyendas del primer cronista que le dio vida a la narrativa de la comarca, rescató los personajes conversadores, le dio brillo y semblante a la atmósfera aldeana y nos colocó frente a la historia de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que seremos. Don Tulio hizo honor aquella célebre expresión del escritor Carlos Fuentes, en su trabajo la Gran Novela Latinoamericana: “Todas esta profusa corriente de la oralidad corre entre dos riberas: una es la memoria, la otra es la imaginación. El que recuerda imagina. El que imagina recuerda. El puente entre las dos riberas se llama lengua oral o escrita”. Esa es la gran diferencia entre un cronista que brota del alma de un pueblo, que deja un legado para una generación digna y otros que se hacen llamar cronistas pero que arrastran la cultura burocrática y son simples vagos de una nómina.
*Ex concejal.