Aunque algunas publicaciones venezolanas no otorgan el mérito de la herencia de los valores de la modernidad política, por cuanto entre nosotros nada parece funcionar dentro de las instituciones con apego a la razón y lo razonable, en los discursos constitucionales hay parte de ese legado teórico. Modernidad en su rasgo básico se define por la reciprocidad moral: “aquello que funciona para nosotros debe funcionar para los otros”; algo así como “no le hagas a otro lo que no quieres se haga en ti”. Dicho desde una ética del bien común: “aquello bueno para ti debe serlo también para los demás”. Dentro de este discurso estarían postulados elementales de bondad democrática y sin embargo algo se extravió en el camino venezolano como para no hacer visible un proyecto tan prometedor como el denominado Socialismo del siglo XXI, o mejor como le agrada a los fanáticos patrioteros: Socialismo Bolivariano. Pues bien, para no caer en la tentación pornográfica de escribir con datos de denuncia a corruptores y corrupciones o de incapacidades manifiestas del funcionariado; intentaré referirme a la contradicción entre firmantes del texto constitucional de 1999 y donde se promueve la autonomía como principio frente a su escasa práctica real desde sujetos en puestos de gobierno. Habría allí un dato de nuestra crisis de moral política, pues una cosa es lo que se prometió y otra cosa lo cumplido. Por supuesto, a esta constatación no escapan sujetos colocados en la acera del frente y denominados oposición. Una consecuencia es obvia: tenemos una sociedad enferma de moralidad política. Desde lo conocido con el nombre de herencia napoleónica del Código Civil con los principios de libertad y emancipación de los sujetos frente a cualquier dominio permitiendo construir en algunos lugares la llamada sociedad civil, hasta la digitalización de los mundos de vida, para nombrar a J. Habermas; entre los venezolanos por el contrario tenemos una nube negra casi como una suerte de pava guiando nuestra caótica existencia dentro de la ejecutoria de ese denominado Socialismo Bolivariano. El nuevo orden con el cual tal proyecto político intenta consolidarse adolece de originalidad, pues es un híbrido traído de afuera y donde sus postulados en educación, economía, y planificación social, entre otros, choca moralmente con lo propio. Venezuela por ser una economía petrolera venía consolidándose en su democracia bajo la influencia de la postguerra. La idea de independencia con la cual los sujetos de la modernidad confrontan proyectos dominantes y la pluralidad de mundos de vida entre los latinoamericanos si bien choca con proyectos moralistas de corte religioso-militarista, ello no significa aceptación pasiva de cualquier aventurero autoproclamado Mesías. Este dato de la resistencia ha sido ignorado en distintas épocas y momentos políticos con consecuencias trágicas para la naciente democracia. Incluso puede hablarse de una identidad nuestra cercana al romanticismo, las utopías y culto a leyendas que como encantos vienen produciendo desencantos y anomalías en un mundo dominado por el liberalismo y la innovación tecnológica. Sin embargo, tomar en consideración ese dato les hubiese ahorrado a los ejecutores de la represión de protestas el alto costo de su credibilidad política. Por el contrario, en una isla el asunto de los pastiches revolucionaricidas es diferente, pues allí el miedo, la tortura y la cárcel es lo aceptable frente al riesgo de los tiburones y las olas del mar para quien se resiste. Y cualquier híbrido desde los reproductores del poder político se hace a conveniencia de no protestar y practicar el culto al opresor de turno. Lo anterior obliga a decir que somos resistentes, basta saber hasta cuándo. Saque sus conclusiones.
@CamyZatopec