“el que no busca lo inesperado, nunca lo encontrará” Heráclito
Hace un año comenzó el confinamiento ante el acecho globalizador del Covid-19. Al principio del 2020 el asunto era un problema de “allá lejos” en la distante China, luego en las regiones de Lombardía y Piamonte en el norte de Italia, seguidas de Madrid en España y desde allí a nuestramérica de modo resaltante en Guayaquil con los ataúdes en medio de las calles y el temor anulando solidaridad, al punto del rechazo aireado ante el vecino sospechoso de estar contaminado. Después ya fue generalizado y en algunos países como EEUUA, Inglaterra, Brasil y otros, donde la posición de sus gobernantes permitió el avance geométrico de los contagios y decesos. La ignorancia, la imprudencia y la arrogancia se hicieron cómplices de esos rápidos avances del virus, lo que incrementó los temores en las distintas poblaciones del mundo y también, dolorosamente, los efectos nocivos y las muertes de manera exponencial entre los más vulnerables.
Asimismo fue manifiesta la diferencia de visión y acción políticas desde los diversos gobiernos, así como el modo de asumir su responsabilidad ante la emergencia sanitaria en los respectivos países; también en relación con sus acciones para acceder a los insumos bio-médicos, algunos haciendo arrebatos de contenedores con esos insumos, mientras otros hacían gestos de solidaridad entre las naciones. Más reciente, el acaparamiento de vacunas por algunos países poderosos o la imposición de condiciones inauditas para cederlas a quienes las requieren, ha mostrado nuevamente las diferencias de perspectivas que mueven a los gobiernos de diferentes países. Felizmente –para alivio a su milenaria carga de insania colonial, esclavitud, extractivismo, guerras fratricidas, intolerancias y otras calamidades-, el covid-19 tuvo menor desarrollo en África. También fue grato conocer de espacios recuperados con la apertura a los animales y a la naturaleza, en la medida del confinamiento de los humanos.
En aquellas primeras de cambio andábamos llenos de incertidumbres, no sólo por la amenaza del coronavirus, sino por la manifestación de otras consecuencias resultantes por el gran confinamiento planetario; su significación en la desigualdad, el trabajo y la economía, la educación y el desarrollo cultural en especial para las nuevas generaciones, el mundo digital y el acceso a su utilización, los altos intereses orientados hacia el establecimiento del nuevo orden y gobierno mundiales, así como la emergencia de nuevos espacios y potencias que avanzan hacia una recomposición del mapa geopolítico del mundo, con los desequilibrios que provoca y los nuevos equilibrios por establecer. Un mundo complejo y en plurales crisis, que la pandemia nos sigue presentando de modo abrupto en el inicio de la tercera década del siglo.
Recuerdo que hace un año, en marzo del 2020, un grupo de amigos de distintas latitudes de nuestro país, atrapados por el decreto de confinamiento al amparo de El Manzano en Barquisimeto y nosotros desde la casatalaya de Guayana, -al frente del Caroní de las energías y los amaneceres-, hacíamos intercambios de inquietudes, acercando las consideraciones que nos traían algunos pensadores de “la sopa de Wuhán” y las propias, con las cuales fuimos cocinando nuestro “sancocho criollo” de conjeturas, apreciaciones, deseos e interpretaciones de ese proceso “en pleno desarrollo” (como diría Walter Martínez del programa “Dossier”, el cual extrañamos). Ya pasó un año y el confinamiento continua con renovada rigidez por la amenaza de una cepa más agresiva del virus, que nos viene desde el Amazonas brasileño; a la par continúan las plurales crisis que se han venido acumulando desde hace buena cantidad de años y que fueron advertidas desde diferentes espacios y actores, las cuales amenazan la vida en la biosfera del planeta Tierra, de manera significativa para esta especie humana de la que formamos parte. Ante este panorama al que hemos llegado por la continuada acción del homo sapiens/demens (sabio y demente) sobre la tierra, podemos preguntarnos si hay motivos para la esperanza por una vida mejor. Aquí se hace pertinente la frase de Heráclito en el epígrafe: “el que no busca lo inesperado, nunca lo encontrará”.
La acumulación ha sido una perspectiva prevaleciente en los diversos liderazgos sociales, políticos y religiosos; de ella deriva la avaricia y la descalificación como actitud crítica al contrario. Esos liderazgos enfocan sus esfuerzos hacia la constitución de un gran grupo de seguidores que les permita conformar una “mayoría”, acompañada de una descalificación al contrario, para convencer a los propios que sólo ellos tienen “la verdad”, frente a los otros, a quienes convierten en “minoría” que “amenaza”. La avaricia y la descalificación tienen su raíz en el temor; la avaricia es el temor a perder lo que se tiene; la descalificación es el miedo a no tener la razón.
Frente a esa perspectiva existe otra sostenida en la compasión y la tolerancia. La compasión es una emoción que nos mueve hacia la atención y piedad ante las necesidades y el sufrimiento del sí mismo y de los otros; la tolerancia es la capacidad para expresar esa compasión, a pesar de las dificultades y diferencias. La aceptación de mismidad, la compasión ante el sufrimiento y la tolerancia a las diferencias nacen del amor. En todas las culturas hay personas que se toman es serio esta perspectiva enraizada en el amor; la habilidad de aceptar el cambio nace de la convicción que si la vida de una persona mejora, también mejora la vida de las personas en su entorno, con lo cual se fortalece la voluntad hacia el cambio y el desarrollo de valor y coraje para re-evaluar nuestra relación con el planeta, con la comunidad del entorno y la sociedad en general y también, con nosotros mismos. El papa Francisco, durante su visita a Irak, ha hecho algunas reflexiones en el mismo sentido.
Esa fuerza instintiva por la vida es la que, en medio de una crisis, se manifiesta en el poder de la transformación y la capacidad para alcanzar soluciones inesperadas. A lo largo de la historia ha habido mujeres y hombres valientes, que actuando por encima de sus temores personales, encendieron la llamita para la transformación individual y colectiva. Tener valor es uno de los retos más grandes que enfrentamos los seres humanos; el coraje del valor es necesario sobre todo en esos momentos cuando el miedo amenaza con paralizarnos. Me viene a la memoria la imagen contenida en la expresión: “poner el barco del tamaño de la marejada que se presenta”; lo cual reclama la habilidad que debe desarrollar el marinero para ser capitán en la hora de la tormenta, -valor y capacidad para hacer los amarres precisos y soltar los que permiten aligerar la carga, impulsar al ánimo y coordinación del esfuerzo común para salvaguardar la embarcación y así, “encomendado a la virgen”, entrarle con coraje y valor al ímpetu de la ola. Eso me enseñó el maestro Mateo, buen marino de la isla de Coche, vecina de Cubagua y Margarita.
La transformación es necesaria e inevitable. Vendrá como resultado de los esfuerzos voluntarios y conscientes de parte de la colectividad para abordar y superar los problemas que enfrentamos; o será el resultado de las exigencias de sobrevivencia que nos imponga un desastre de proporciones globales como éste. Nuestras esperanzas apuntan hacia la contribución del desarrollo del valor de confiar en los caminos que nos permitan las transformaciones en el encuentro mediante la cooperación (co-operar), la colaboración (co-elaborar), la coordinación (co-ordenar) y la compartida inspiración (co-inspirar) en el esfuerzo común.
Las amenazas de catástrofes naturales y violencias sociales, incluso de guerras, están en la cotidianidad de los noticieros y en los pronósticos de los grupos de estudio y seguimiento del tema; algunos las consideran como inevitables con el desarrollo de corrientes de fanatismos religiosos, o políticos u otros, que se imponen como “verdades” y fuente de negación hacia quienes no comparten sus creencias. El rechazo a las minorías y la expansión de la geografía de la furia, es una situación importante a considerar en el seno de cada sociedad y en la comunidad de las sociedades humanas sobre la tierra. Frente a lo que se presenta como inevitable, busquemos lo inesperado hasta encontrarlo en las posibilidades de la compasión y la tolerancia.
Hoy, más que nunca, se hace imprescindible transitar el camino hacia el respeto del vivir democrático que permita abrir el espacio de convivencia en el cual todos los asuntos de la comunidad sean públicos, es decir, sean accesibles a la mirada, a la reflexión, a los comentarios, a las proposiciones y decisiones de acción de todos los miembros de la comunidad corresponsable, de modo que nadie pueda “apropiarse” de ellos para sujetar y someter a los demás; animar la voluntad de la participación consciente y cor-responsable (responsabilidad con afectividad) en el compartir la atención a las necesidades colectivas, en especial de los más vulnerables, con la aceptación de las diferencias. Que nos saque del temor y mueva hacia la confianza para la construcción radical de la democracia, que nos permita la articulación entre los diferentes actores de la comunidad y desarrollar los espacios para liberar al “ser humano interior” individual y colectivo, a la par del sentido humano en cada uno y en el convivir de las sociedades con el respeto a la vida sobre esta Tierra-Patria de todos. Cierro con una frase de Edgar Morín “necesitamos vivir en pequeños oasis de vida y fraternidad”