Doctor
Eduardo Fernández
Caracas.
Apreciado amigo:
Ayer, temprano, tuve la oportunidad de abrir tu correo con el artículo para la prensa titulado “¡Ganaron!” y desde entonces sentí la necesidad de expresarte el estupor que me ha causado su lectura. Para ir al meollo del asunto de una vez, siento obligante expresarte que antes que ver derramada tu bilis política en el texto que comento, yo al menos hubiera esperado de una persona con tu formación profesional y religiosa, con tu cultura, con tu nivel y con tu larga experiencia en la vida pública venezolana, el sesudo análisis sociopolítico, sereno y frío, del hecho político dominante sucedido el pasado 20 de mayo. Fue el ensordecedor silencio producido por los venezolanos llamados a participar en la “votación presidencial” convocada por la Asamblea Nacional Constituyente y montada por el CNE. Conforme a tu opinión, ese ensordecedor silencio puede ser técnicamente considerado como una abstención electoral, pero, sin la menor duda, políticamente fue otra cosa y el liderazgo nacional del cual formas parte tiene la obligación de entenderlo y explicarlo.
Claro amigo, tú también fuiste víctima de lo que he llamado la ilusión electoral. El 20 de mayo llamé ilusión electoral a la creencia de aquellos venezolanos que, sin fundamento en la realidad, se imaginaron o fueron persuadidos que, si se votaba en la consulta electoral de más alto rango convocada por este régimen, Venezuela tendría otro Presidente de la República, así no se supiera en que momento asumiría el cargo y con la sola certeza que su juramentación no sería ante la Asamblea Nacional, único organismo establecido por la Constitución para presidir y validar tan relevante ceremonia. La ilusión electoral tiene su base en una confusión conceptual sobre la identificación y ubicación política de lo electoral. En términos políticos, lo electoral, en tanto que conjunto de procedimientos para consultar libremente la voluntad de la colectividad sobre los asuntos del poder y para hacer depender de esa consulta la formación de los órganos directivos de las instituciones del Estado, es parte natural y esencial de los sistemas democráticos. Por el contrario, porque lo que se denomina voluntad colectiva no se articula de la misma manera que en las democracias ni los órganos del Estado nacen de la voluntad directa de la sociedad, lo electoral no forma parte de la esencia de los regímenes dictatoriales cualquiera sea la forma que estos adopten.
Voy a decirlo de otra manera. El pasado 20 de mayo el régimen le puso término definitivamente a la ilusión electoral con la que convivió la oposición interna después de 1998 y también, en buena medida, la opinión internacional. La verdadera historia comenzó cuando la Corte Suprema de Justicia de Venezuela, y no la abstención, como tú dices, le dio la mano al recién encargado Presidente Chávez, mediante una discutible y discutida decisión judicial, que lo autorizó a Convocar una Asamblea Constituyente y fijar las bases comiciales de la misma y le permitió conseguir un número abusivo de constituyentes sin correspondencia con los votos obtenidos. Se había alterado el principio democrático de la representación proporcional de las fuerzas contendientes. Desde entonces el gobierno bolivariano pudo andar, aquí adentro, en el país, y en el mundo, a caballo de la media verdad que en Venezuela existía una democracia y que el poder obtenido descansaba en una legitimidad democrática lograda en base a votos. Esta media verdad que en realidad ha sido, con perdón de la Ciencia Política, una media democracia, fue hasta diciembre de 2015, un juego no pactado entre un gobierno con claridad de sus objetivos políticos y una oposición venida a menos, errática y fragmentada que identificó, y sigue identificando, pura y simplemente la parte con el todo, vale decir, el acto de votar, a secas, con la democracia.
Las cosas ocurrieron de la siguiente manera. Mientras los logros electorales de la oposición no representaron un peligro inminente para la supervivencia del régimen o tuvieran lugar en escenarios diferentes de los centros neurálgicos de la política oficial, se toleraron. Con la ayuda de una permisividad excesiva de la oposición y mediante la manipulación de la ley por organismos del Estado como el CNE así como de decisiones judiciales dictadas a conveniencia por el más alto tribunal de la República, no hubo necesidad de violar sin escrúpulos la soberanía popular. Hasta que a raíz de la última elección de la Asamblea Nacional el régimen no tuvo más alternativa que desconocerla sin posibilidad de reversión. Se dejó sin representación popular a uno de los estados de la Federación; se desconoció luego el derecho constitucional de los ciudadanos de pedir, mediante referendo, la revocatoria del mandato presidencial; se violó más adelante descaradamente el artículo 347 de la Constitución que pauta que “el pueblo venezolano es el depositario del poder constituyente originario” y se eligió una asamblea constituyente sin consultar al pueblo; se desconoció la soberanía del pueblo del estado Zulia al declararse la vacancia del gobernador recién electo por no juramentarse ante la asamblea constituyente; se usurpó la voluntad del pueblo del estado Bolívar al consumarse fraude contra el candidato que ganó las elecciones; la presidenta de la asamblea constituyente afirmó impúdicamente que no se entregaría más nunca el poder conquistado, y se procedió a montar el tinglado de la votación presidencial. Si con la sucesión de estos hechos ocurridos entre 2015 y 2018 no éramos capaces de darnos cuenta que se había traspasado la línea roja de una cierta convivencia con el régimen, bien merecedores nos hicimos de la histórica lección dada por el pueblo venezolano al darle la espalda al gobierno y a la oposición.
Como venezolano que no voté el 20 de mayo pero que no fui un abstencionista en el sentido político del término, debo rechazar por desobligante el ofensivo silogismo con que comienzas tu artículo y que copio a mi pesar para que no se diga que estoy malinterpretando las cosas. Son tus palabras las siguientes: “En efecto, ganó la abstención. Por tanto, se queda Maduro. En principio se queda por un nuevo período constitucional que dura seis años. Junto con él se queda la hiperinflación, el alto costo de la vida, la pobreza creciente, las condiciones miserables de vida, el hambre, el desabastecimiento, la falta de medicinas, el deterioro de los servicio públicos, la corrupción, la inseguridad, los presos políticos y el desconocimiento al estado de derecho”. Si otros sentimientos no te impidieran comprender las cosas te podrías dar cuenta que el pueblo venezolano, el 20 de mayo, dio una categórica manifestación contra todo eso.
Un cordial saludo
José Mendoza Angulo.