Del crecimiento al desarrollo a escala humana | Por: Clemente Scotto Domínguez

 

 

“No exploramos nuestro territorio con fines de lucro, sino para alimentarnos, sostener nuestra cultura y preservar nuestras tradiciones y espiritualidad” Manifiesto Indígena

En el año 73, al regresar de estudios en el exterior, me mudé de Ciudad; nacido y desarrollado caraqueño, a los 30 años estaba insatisfecho con el rumbo del crecimiento de la capital, cada día más congestionado en tráfico de vehículos y agitación de la vida en creciente trajín de actividades; me establecí en Guayana y allí llegó a mis manos un libro editado en México por el fondo de cultura económica con el sugerente título “Los límites del crecimiento”. En ese tiempo eran los inicios de mi década de los treinta en el plan de la vida y multiplicaba las actividades, hacía tareas de abogado, de construcción política y  ocupaba también, en tareas de formación a jóvenes estudiantes de bachillerato en la materia de geografía económica de Venezuela; se iniciaba el período presidencial 74-79; el embargo petrolero árabe estaba en pleno desarrollo, lo cual determinaría la implosión de los precios en el mercado de los hidrocarburos que produjo al interior de nuestra sociedad un “estado de encantamiento” por el inusitado sobre-ingreso de divisas que alucinaron la mentalidad de poder en los gobernantes –y también de buena parte de los gobernados-, para finalmente intoxicar de modo permanente nuestra economía y afectar la cultura política y social dominante en nuestra nación.

Ese libro lo leí con curiosidad que contribuyó a mi formación y comprensión del momento coyuntural del mundo y el demencial camino destructivo por el cual nos ha conducido el modelo de desarrollo predominante, basado en la cultura del crecimiento continuo del capital y su concentración en grupos minoritarios. El ejercicio de la docencia me permitió compartir algunos aspectos de su contenido con aquellos jóvenes estudiantes del “Piar” y la “Escuela Técnica”, ubicados en sectores populares de la Ciudad, quienes empezaban a ser envueltos por las encantadoras olas del crecimiento económico al impulso del discurso en boga que pregonaba el advenimiento de la “Gran Venezuela”. Su lectura me ayudó mucho a presentarles los temas del desarrollo económico y social, la ecología, la geografía urbana y hasta la mineralogía, con una mirada más amplia de la que se pretendía con los planes oficiales y a proponerles trabajos de campo con la aproximación mediante visita de estudio en las empresas básicas, en las minas de hierro de El Pao y Cerro Bolívar, así como en la observación del desbordado crecimiento poblacional, la transformación del uso del espacio  y sus efectos en los servicios urbanos, así como en las conductas de los ciudadanos, lo que vale decir, los efectos en el cambio cultural.

Dado lo amplio de las propuestas, la cantidad de cursos y diversidad de equipos de trabajo, a la par de la exigencia de evaluaciones académicas, junto a otros docentes, planteamos un programa experimental con presentación abierta de las exposiciones y sus respaldos documentales por parte de cada equipo, con la asistencia de todos los estudiantes de los diversos cursos, quienes debían atender las presentaciones y también participar en las evaluaciones mediante una sencilla encuesta escrita, a consignar en las mesas de trabajo organizadas por ellos durante esas jornadas. Una experiencia de docencia activa con la incitación a la curiosidad y asombro con atención crítica de aquellos jóvenes, para ayudarles al desarrollo de un pensamiento abierto a la realidad del mundo.

Las circunstancias del desbordamiento alucinatorio en la ciudad con los grandes planes de inversión industrial y urbana, permitieron algunas condiciones favorables para desarrollar una cátedra de reflexiones críticas que despertaron inquietudes de capacitación y compromiso en muchos de esos muchachos y muchachas con algunas herramientas que ayudaron a sus propósitos de vida,  como lo revelan conversaciones con diversos jóvenes de esa generación, quienes aún recuerdan con alegre memoria aquellos tiempos de los cuales, -asombra decirlo-, han pasado cerca de 50 años, que es decir casi medio siglo.

“Los límites del crecimiento” como obra es el resultado de los estudios de la investigación auspiciada por el Club de Roma sobre “El predicamento de la Humanidad”, realizados por un equipo del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) dirigido por Dennis L. Meadows, por lo cual en ocasiones se le menciona como “informe Meadows” y también “informe del Club de Roma”.

En la presentación del libro se expresa “En esta época de cambio acelerado nos hemos percatado que el hombre es una criatura que entiende, aunque confusamente, sus orígenes y la capacidad que tiene para disponer de su propio futuro; pero también hemos visto que carece de un sentido real de orientación. La tecnología ha aumentado y extendido grandemente sus poderes físicos, pero parece haber contribuido muy poco o nada a su razonamiento y sensatez. La evolución orgánica con los miles de años que exige el surgimiento de nuevas y saludables especies a través de la mutación, ya no puede aplicarse a la situación actual; el hombre ha llegado al punto en el que debe desarrollar una vía enteramente nueva para su evolución cultural”.

También se expresa que “ningún país, ni siquiera el más  grande, puede intentar resolver sus propios problemas si antes no se resuelven los que amenazan al sistema global” ”ni siquiera sabemos cuál será el futuro o las consecuencias indirectas de nuestras llamadas “soluciones” acostumbradas. Este es pues el “predicamento de la humanidad”, somos capaces de percibir los síntomas individuales del profundo malestar de la sociedad; sin embargo, no podemos entender el significado y la interrelación de sus innumerables componentes o diagnosticar sus causas básicas, y por lo mismo, somos incapaces de planear respuestas adecuadas al caso”.

Ya en 1969, el entonces Secretario General de la ONU U Thant, había expresado: “a los miembros de las Naciones Unidas  restan, tal vez, diez años para controlar sus antiguas querellas y lanzarse a una participación global que frene la carrera armamentista, mejore el medio ambiente, limite la explosión demográfica y dé por fin el impulso necesario a los esfuerzos orientados al desarrollo. Si esta participación no se crea en el próximo decenio, entonces mucho me temo que los problemas que he mencionado habrán alcanzado proporciones tan escalofriantes que seremos incapaces de controlarlos”

En el informe también se señala que “es posible que los avances tecnológicos permitan la expansión de la industria con disminución de la contaminación, pero sólo a un costo muy elevado” y destacaba que la industria debía contribuir con una elevada cantidad de recursos que era necesaria en aquel momento, para llevar a cabo “una limpia parcial del aire, el agua y de la contaminación provocada por desechos sólidos”. Más adelante añade “cualquier país puede aplazar el pago de esos costos para aumentar la actual tasa de crecimiento de su planta de capital, pero únicamente a expensas de una futura degeneración ambiental que sólo puede ser reversible a un costo muy elevado”. La avidez de ganancias y la crisis energética junto a la contaminación ambiental y el efecto invernadero que ya eran manifiestos sobre el planeta y su biósfera, impulsaron a los grandes países industrializados al traslado de las industrias más demandantes de energía y generadoras de daño ambiental hacia otras regiones del mundo.

En nuestro país, des-oímos las voces que insistieron en la necesidad de la disminución drástica de la producción petrolera, de modo a evitar la intoxicación del inusitado sobre-ingreso petrolero y tampoco escuchamos la advertencia sobre el famoso V Plan de la Nación como un verdadero plan de destrucción nacional. Hacia Guayana se volcaron gigantescos planes de expansión industrial para atender necesidades del mercado internacional, con las secuelas y efectos sobre la geografía territorial y social. Crecimos como en un aluvión que nos alejó de la consideración a la escala humana del desarrollo.

Las conclusiones del informe nos señalaron: 1.- si se mantienen las tendencias actuales de crecimiento de la población mundial, industrialización, contaminación ambiental, producción de alimentos y agotamiento de los recursos, este planeta alcanzará los límites de su crecimiento en el curso de los próximos cien años. El resultado más probable sería un súbito e incontenible descenso tanto de la población como de la capacidad industrial. 2.- Es posible alterar estas tendencias de crecimiento y establecer una condición de estabilidad ecológica y económica que pueda mantenerse durante largo tiempo. El estado de equilibrio global puede diseñarse de manera que cada ser humano pueda satisfacer sus necesidades materiales básicas y gozar de igualdad de oportunidades para desarrollar su potencial particular. 3.- Si los seres humanos deciden empeñar sus esfuerzos en el logro del segundo resultado en vez del primero, cuanto más pronto empiecen a trabajar en ese sentido, mayores serán las probabilidades de éxito.

Hoy, -como 50 años atrás-, la comprensión de la gravedad y magnitud de la situación actual de la humanidad y del planeta Tierra, tiene que hacernos conscientes de la necesidad de prepararnos y hacernos activos actores en un urgente período de transición del crecimiento al equilibrio global con un desarrollo a escala humana que considere y con-viva con todos los seres en la biósfera.

Salir de la versión móvil