Carolina Jaimes Branger
Cuando yo era una niña, mis hermanos, nuestros vecinos y yo inventamos tener nuestro propio club. Se llamaba el Club Conejo. No tenía una sede: el club estaba donde estuviéramos nosotros. No sólo nos divertíamos con juegos, sino que también organizábamos obras de teatro y vendíamos meriendas a nuestros padres, tíos y abuelos. Lo recaudado servía para comprar las meriendas de la semana siguiente.
Las obras favoritas para representar eran las de Cri-cri, el grillito cantor, de Francisco Gabilondo Soler. Cada semana, los socios del club nos reuníamos para ensayar una nueva obra, que luego representábamos en el garaje de mi casa o en el de la casa de mi abuela. En ocasiones especiales, como el día de la Virgen del Carmen -cuando tres allegadas celebraban su onomástico- nos disfrazábamos y preparábamos nuevas escenografías con gran entusiasmo. Nuestros familiares siempre nos comentaban lo impresionados que habían quedado por el talento y la creatividad de los miembros del Club Conejo. Nosotros nos sentíamos importantes.
Una de las cosas que nos hizo más felices fue el poseer un carnet que nos acreditaba como miembros del club. Los hice yo en la máquina de escribir Olivetti que me había traído el Niño Jesús la Navidad cuando yo tenía seis años. A los datos los acompañaba una foto de cada uno y mi mamá los forró con papel contact transparente (en aquella época no existía la plastificación).
Ustedes se preguntarán por qué traigo a colación al Club Conejo… Y es que hace una semana, Franklin Virgüez publicó en su cuenta de Instagram un supuesto carnet de 1980 que acreditaba a Edmundo González Urrutia como miembro de la CIA. Así como lo leen: de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos.
En el mundo de los trabajos encubiertos, si existe algo que es fundamental, es mantener la identidad real de los agentes en secreto. Por lo tanto, es más que imposible que los agentes de la CIA porten carnets que los identifiquen como tales. Y no sólo en situaciones de trabajo encubierto, sino en todo momento. Los agentes de la CIA utilizan identidades falsas y documentos de cobertura para poder realizar sus operaciones encubiertas. Estos documentos suelen incluir no sólo nombres falsos, también ocupaciones ficticias y otras informaciones, falsas también, que respaldan la identidad encubierta del agente, incluso hasta después de muertos. De hecho, en la entrada del edificio principal de la CIA en Langley, Virginia, hay un muro de mármol blanco cubierto por más de un centenar de estrellas, flanqueadas por la bandera de la institución y la de los Estados Unidos. Cada una de esas estrellas representa a un funcionario de la Agencia Central de Inteligencia caído en servicio, pero ninguna lleva su nombre…
El carnet en cuestión, el que supuestamente pertenece a Edmundo González Urrutia, fue expedido en 1980. Viene con una suerte de código QR que no lleva a ninguna parte (ni aplicación, ni mapa, ni correo electrónico…), y encima, esos códigos no existían para aquella fecha, porque fueron creados en Japón en 1994.
Nuestros carnets del Club Conejo eran reales. Este supuesto carnet del Embajador González Urrrutia, es una falsificación chimba, hecha para confundir, engañar y desorientar al electorado. Pero ya estamos curados de espanto y no creemos en cuentos de camino. El régimen lo sabe y cada vez está más desesperado. No hay que bajar la guardia, sin embargo. Las fieras acorraladas son muy peligrosas… Sigamos por la ruta electoral que nos hemos trazado. A un pueblo unido en un propósito de libertad como estamos los venezolanos hoy en día, no lo detiene nada ni nadie.
@cjaimesb