Francisco González Cruz
Dejar fluir es el principio más importante del Tao, esa especie de filosofía que significa camino o sendero y que se refiere al orden del universo, de la naturaleza y de la vida. Dejar fluir es el arte de vivir en armonía con el devenir y sus cambios, sin forzar la marcha de la realidad. No se refiere a la inactividad, sin acción alguna, sino a que esas acciones sean armoniosas y adecuadas al flujo de natural de la vida.
Dejar fluir es aceptar que hay cosas que no están bajo nuestro control y que la forma más sabia de proceder es tomar conciencia de ello, y actuar conforme a esa realidad, sin forzar, actuando con sabiduría y sabiendo que los seres humanos formamos parte de un gran sistema interconectado. Dejar fluir como lo hace el agua desde que cae en forma de lluvia hasta que toma su cause y busca su destino. La vida es el cause, es el camino.
Escribe el poeta Antonio Machado: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”; y Jorge Manrique: “Nuestra vida son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir”.
Nos detenemos en la metáfora del río. El agua cae en forma de lluvia en la alta montaña y una parte se queda en la cobertura vegetal alimentando la biodiversidad, otra percola a alimentar los acuíferos subterráneos, una vuelve a la atmósfera por evaporación y evapotranspiración, y la que queda corre hacia abajo convertida en arroyuelos, quebradas y ríos hasta llegar al mar.
Corre al ritmo del entorno que encuentra en el camino. Tranquila se desliza suave en la llanura o feroz en los torrentes de las alturas. Siempre a su manera. Al toparse con obstáculos no se detiene, sigue fluyendo y colma el lugar donde encuentra una represa, o acumula sus fuerzas para derribar los obstáculos, pero sigue su marcha y se desvía por donde encuentra un sendero.
Si la cobertura vegetal es abundante, su fluir es armonioso entre el agua que se queda en las plantas, la que va al seno de la tierra, la que vuelve a las nubes y la que se desliza hacia abajo. Si la cobertura es escasa ese equilibrio se rompe y entonces el agua que cae no alimenta nada, sino que escurre buscando su cause y no la detiene nadie mientras busca el mar, que no es su morir como dice el poeta, pues el río se transforma en lago, mar u océano, luego se evapora, asciende y se convierte en nubes, alguna parte cae por allí mismo, pero otras son llevadas por los vientos hasta sus orígenes, y comienza de nuevo el ciclo.
El origen es la cuenca alta, el destino es el mar, el río es el camino. Y así el fluir es su manera de ser. Solo que como todo cambia, la realidad no es la misma. La sabiduría que nos enseña el Tao es la de vivir conforme al orden natural y entender que somos parte de ese orden.
Se trata de actuar de manera espontánea y natural, sin forzar las cosas. Es como dejar que el agua fluya por su cauce. Cuando alteramos el orden natural viene el desorden y como consecuencia el sufrimiento. Toma importancia el llamado del Papa Francisco a una “conversión ecológica”, es decir, a un cambio profundo en la manera como convivimos entre los humanos, con los demás seres vivos y con la naturaleza.
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