Por: Joan Camargo /NTA
En más de una oportunidad el agotamiento físico lo llevó a sentir que no podía continuar, pues la selva del Darién siempre suele ser más dura de lo que dicen. En esos momentos solo pensaba en su madre, y en lo triste que se quedó al conocer que su muchacho enfrentaría una de las travesías más peligrosas del mundo, en busca de aquella calidad de vida que en su tierra no encontró.
Aunque le advirtieron no ir, la necesidad siempre estuvo, y fue justamente eso lo que movió a William Manuel Navarro Rodríguez, de 26 años de edad, a cruzar el Tapón del Darién, y recorrer seis países para llegar a Estados Unidos.
La llamada «Selva de la Muerte» la atravesó junto a otros seis venezolanos, aunque él era el único que hacía vida en su país. De ese grupo, seis vivían en Chile, uno en Perú y otros dos en Colombia.
William es oriundo la ciudad de San Cristóbal, en el estado Táchira. Como buen andino siente un gran arraigo por su tierra, pero ya tenía más de cinco meses desempleado y no conseguía un trabajo que pudiera cubrir todas sus necesidades. Sin contar las precariedades que enfrentan los habitantes de esa región del país en cuanto a calidad de vida.
Su última opción era la selva del Darién
Eso lo motivó a emigrar. Paradójicamente, su última opción era cruzar el Darién. Agotó todos los medios posibles para obtener una visa mexicana, pero no lo logró.
«Viajé a Medellín porque me dijeron que allí podía tomar un vuelo hasta Centroamérica, pero tampoco pude y no quería devolverme porque ya había gastado bastante dinero. Por eso decidí irme por la selva», contó William a Noticias Todos Ahora.
Mientras usted lee esta crónica, miles de venezolanos llevan a cabo esta travesía tan dura y cruel, con la incertidumbre de no saber si lograrán llegar con vida al otro lado de la selva. Los embates de la naturaleza, las bandas criminales, el hambre, la sed y el cansancio se han cobrado la vida de decenas de connacionales van detrás del sueño americano.
«Cuando en Medellín no encontré más opción para irme, sino la selva, yo llamé a mi mamá para decirle que me iba a ir por ahí, y mi mamita se puso triste. Se le quebró la voz y se puso a llorar hablando por teléfono», recuerda William.
Con temor, pero decidido, ese 14 de junio del 2022 fue al terminal de Medellín y abordó un bus hasta la población de Necoclí, Antioquia, para comenzar la travesía de su vida.
En su bolso llevaba unos pocos panes, galletas de soda, sardinas y salchichas en lata. Además de una bolsa con medicinas, por si se enfermaba en la selva, y poca ropa. Le aconsejaron no llevar mucho peso porque cada gramo de equipaje podría representar un riesgo en su resistencia durante el trayecto.
El inicio de la travesía
Allí también se encontró un campamento de la Agencia de la ONU para los Refugiados, donde le dieron algunos implementos como pastillas purificadoras de agua.
En Necoclí le cobraron $50 dólares por una lancha que lo trasladó hasta Capurganá, un asentamiento en la frontera con Panamá, que ha sido tomado por organizaciones delictivas, como el Clan del Golfo y paramilitares, para convertir el tránsito de migrantes por esa zona en un verdadero negocio.
«Nos quitaron $300 dólares por guiarnos hasta el final del Darién y nos agruparon para ir en lancha hasta Carreto, un asentamiento indígena del lado panameño. Es un viaje de aproximadamente dos horas que se hace de madrugada porque es un paso ilegal», cuenta William.
Al llegar a Carreto se llevó su primera gran impresión. Encontró a más de mil personas en un campamento, y la mayoría de ellos eran venezolanos. «El 90% de esos venezolanos venían de países como Ecuador, Perú, Chile y Colombia, muy pocos iban directamente desde Venezuela», agregó.
En Carreto amanecieron y poco después de medio día, se internó en la selva al paso del guía, un indígena que caminaba rapidísimo, tal como afirma William.
«Yo fui deportista, y me le pegué al indio. Ese día caminamos cinco horas hasta que empezó a oscurecer y armamos un campamento para pasar la noche en el Cerro de la Llorona». dijo.
La noche en la selva del Darién
Estaba justamente en uno de los puntos más difíciles de la travesía. En la noche, antes de acostarse, pensó en un hijo. Lo extrañaba, al igual que a su esposa y su madre. Eso lo armó de fuerzas para afrontar lo que vendría al día siguiente. Comió, se hidrató, y durmió.
Según conteos periodísticos, al menos 14 migrantes venezolanos han muerto intentando cruzar el Tapón del Darien. Justamente entre las últimas víctimas se encuentran dos tachirenses. Uno de ellos era Daniel Rodríguez, conocido como “Topo”, oriundo de Rubio, municipio Junín; y José Gerardo Díaz Sandoval, trabajador en el área administrativa de la Universidad de Los Andes.
Al amanecer guardaron todo y continuaron con el trayecto. En el camino los alcanzaron el grupo de seis venezolanos que se convirtieron en sus compañeros durante toda su travesía hasta Estados Unidos.
Caminaron todo el día. Calcula que fueron al menos 13 horas. Vio el cadáver de un haitiano que presuntamente murió deshidratado. Sin embargo, no enfrentó el peligro que relatan muchos venezolanos que cruzan la selva. No vio sujetos armados, ni animales, y tampoco sintió un riesgo inminente.
«Cuando me sentía muy cansado pensaba en mi mamá, porque era la que más preocupada se quedó cuando dije que atravesaría el Darién. Eso me ayudó mucho en el camino», dijo William.
Una batalla librada
Casi al anochecer del 16 de junio lograron llegar a una zona rural indígena conocida como el «Campamento El Abuelo». Se puede decir, que en ese punto ya había logrado superar el infierno del Darién.
Ahí también se encontró a cientos de venezolanos que venían de todas partes del continente. También había cubanos, asiáticos, árabes y africanos, todos con el mismo fin y motivo: llegar a Estados Unidos.
«Al Campamento El Abuelo llegué bastante cansado, estaba agotado físicamente por el recorrido. Allí me pude bañar y descansar hasta el día siguiente para continuar», comentó William.
También pudo hablar con su familia y darles la noticia de que había logrado atravesar el Darién, aunque todavía le quedaba mucho por recorrer.
Seis países por delante
Con la salida del sol abordó una lancha que lo llevaría hasta la comunidad indígena panameña de Canaán Membrillo, por $25 dólares. Luego una piragua hasta Pueblo Limón, donde autobuses del gobierno panameño esperan a los migrantes para trasladarlos hasta la frontera con Costa Rica.
«Nos obligaron a pagar $40 dólares por el viaje, y el trato de las autoridades panameñas no fue el mejor de todos, pero pudimos llegar bien a la frontera».
A Costa Rica cruzaron por un paso ilegal hasta Nicaragua. En ese punto ya comenzó a trasladarse en autobuses, e iba acompañado de los otros seis venezolanos que conoció en el Darién. Aprovechaban el viaje para dormir y recargar energías.
De Nicaragua a Honduras lograron pasar caminando a través de una trocha sin mayor problema. En Honduras solicitaron un salvoconducto para viajar hasta Tegucigalpa, y de allí tomar un transporte hasta la frontera con Guatemala.
Esa frontera también la cruzaron de manera ilegal. Ya en tierra guatemalteca vivió extorsiones por parte de los organismos de seguridad de ese país.
«Nos paraban en las alcabalas, prendían las luces del autobús y estiraban la mano. No decían nada, pero teníamos que darles dinero para que nos dejaran continuar», afirmó William.
A México cruzaron ilegalmente por Chiapas, y tuvieron que conseguir otro salvoconducto de 30 días para cruzar el territorio azteca, que sería el más largo de todo el recorrido.
Luego de varios días de travesía llegaron a Monterrey y sin pagar ni un solo peso a guías o coyotes, y escapando de la «migra», llegaron al Río Bravo, que divide a México de Estados Unidos.
Estados Unidos
Fueron en total 20 días de viaje sin cesar, y con un objetivo cumplido. Cruzar el río representaba el inicio de una nueva vida, y lo consiguió.
El 5 de julio William llegó a Estados Unidos. Afirma que las autoridades norteamericanas lo atendieron bien, y siempre respetaron sus derechos.
«Paradójicamente el único lugar donde me sentí seguro fue en Estados Unidos. Siempre corríamos de la policía y nos cuidábamos de los civiles. Yo soy de una posición en la que tenía metido en la cabeza otro pensamiento sobre los estadounidenses, pero el único lugar donde me respetaron mis derechos humanos fue en Estados Unidos», indicó William.
Actualmente, el joven andino se encuentra en Ohio. Encontró trabajo en una empresa de impresión y debe presentarse ante las autoridades una vez al mes mientras se desarrolla su proceso legal.
Hasta el momento no sabe cuál sería su estatus migratorio. En todo su viaje gastó $ 1.800 dólares.
«Para mí el Darién no comienza en la selva panameña, para mí el Darién comenzó cuando salí de San Cristóbal», sentenció.
Fuente Noticias Todos Ahora