De Nicea a León XIV, de Spinoza a Lutero y Einstein | Por: Frank Bracho

Frank Bracho / 16 de Mayo del 2025

En un mundo tan esquizofrénico en el que vivimos—tan contradictorio e incoherente entre lo que dice y termina haciendo—no es difícil presentir que el recién ungido Papa León XIV podría ser el último de su estirpe y el primer líder espiritual de otro linaje radicalmente nuevo y difuminado, basado en el ejemplo.

(Y que su predecesor e indirectamente ductor, el muy recordado meneador de la mata Papa Francisco, no hizo sino servirle de antesala o tenderle la cama a tales fines. Oramos filialmente para que tan alta tarea pueda tener éxito con su propia impronta y con el concurso de todos, pues todos debemos sentirnos aludidos en ello.)

Lo decimos por tratarse de un Papa tan multicultural: nacido en un vecindario de diversos inmigrantes en Chicago y ordenado como un misionero agustino. Pero formado, incluso hasta en el legado de las altas culturas indígenas originarias de la zona, en un remoto pueblo del Perú llamado Chiclayo. Y primer Papa agustino, autonombrado como León XIV.

Como hay un dicho que dice que lo que elegimos ser tiene más mérito que lo que nos cae encima en el camino (aunque de tal palo, tal astilla), empecemos por aclarar en base a esto último.

León XIII, su inspirador antecesor, fue un Papa que trajo como misión el aportar decisivamente en el aggiornamiento de la Iglesia desde lo místico (incluyendo la ayuda de San Miguel Arcángel). Y, en uno de los más largos pontificados, duró muchos años haciéndolo. León XIV ha dicho venir en una análoga misión para los actuales tiempos.

Pero, además, se trata del primer Papa agustino: su orden católica de adscripción, la cual terminó presidiendo a nivel mundial por varios años en otra obligada inmersión multicultural planetaria.

San Agustín, el generador de dicha orden, fue un nacido en el norte de África (en la actual Argelia) quien, luego de haber sido un gran erudito defensor legal multicultural del imperio romano, terminó siendo un gran obispo cristiano, rebautizado luego como un místico Doctor de la entonces incipiente Iglesia. Y quien terminó muriendo con muy simples, aparentemente misteriosas, pero muy poderosas frases de la más idónea relación con lo Divino:

«Si lo defines, ya no es Dios.»

«No corras, que a donde tienes que llegar es a tu propio corazón.»

(En una especie de vuelta al quid o esencia de todo.)

El Concilio de Nicea, poco antes de que naciera Agustín, fue reconocido como el primer genuino concilio ecuménico de la Iglesia. Los principales grupos cristianos asistieron al mismo, aunque el nuevo poderoso aliado aupador del evento, el emperador romano Constantino, mucho se hizo sentir en dicho acontecimiento.

Pronto asistiremos a la conmemoración del 1.700 aniversario del mismo, en el actual suelo turco de Nicea, presuntamente con la presencia del Patriarca Bartolomeo y nuestro nuevo Papa, en cumplimiento de un muy sentido anhelo del predecesor Francisco.

Unos 1300 años después de Nicea, tendríamos actuando desde Ámsterdam, en Holanda, al prominente contestatario—tanto, que fue condenado por las respectivas jerarquías judías y católicas de entonces—filósofo de origen judío sefardí Baruch Spinoza.

Con reverberaciones hasta hoy, incluso en una figura científica de tanto renombre como Einstein, quien, al ser preguntado por un periodista si creía en Dios, respondió: «Yo creo en el Dios de Spinoza.» Al igual que el gran tecnólogo congénere admirador, Elon Musk.

Einstein también fue un gran devoto del gran santo Mahatma Gandhi, a quien consideró «un ser tan admirable e inmaculado que parecía casi de fuera de este mundo.»

Spinoza concebía lo Divino como el Orden Inherente Universal Natural—no impositivo ni dictaminador, sino más bien horizontal y espontáneo entre todas las criaturas, humanas o no—que, por tanto, sí debían dedicarse a conocerlo de la mejor manera posible para poder vivirlo y experimentarlo.

Combinar siempre un genuino conocimiento con el asombro y reverencia por el misterio, un orden que desde nuestro plano nunca lograremos conocer del todo.

Así como por sus enseñanzas, en la voz de dicho Ser Supremo:

«Respeta a tus semejantes y no hagas lo que no quieras para ti. Lo único que te pido es que pongas atención en tu vida, que tu estado de alerta sea tu guía. No me busques en templos afuera, no me encontrarás… Búscame dentro… Ahí estoy, latiendo en ti.»

Es de presumir que Spinoza seguramente no habría aprobado mucho las tendencias centralizadoras o abstractas de Nicea. Al igual que el San Agustín de las frases anteriores, o incluso la enseñanza de un muy destacado seguidor de Gandhi como Martin Luther King, cuando nos dejara dicho:

«Hay un orden moral inherente en la estructura del orden divino del universo que tenemos que seguir lo más fielmente posible.»

Gandhi, por su parte, siempre habló de seguir los dictados de su vocecita interior, siempre portadora de la Verdad y el Espíritu, la forma en que el Evangelista San Juan atribuyó a Jesús el dicho de que ese era el mejor modo de adorar a Dios.

Para no evocar asimismo la bienaventuranza bíblica de que: «Los puros de corazón verán a Dios.» También de gran resonancia sanagustiniana.

Luther King fue asimismo un pastor cristiano de los Bautistas del Sur de EE.UU., país de donde también procede el actual Papa Robert Francis Prevost (¡otra diosidencia!).

Pastor bautista, el cual, por su propio nombre y pertenencia cristiana, seguramente fue asimismo un admirador del monje agustino reformista Lutero.

Lutero había vivido e inspirado, como un siglo antes de Spinoza, desde Alemania, un segundo cisma en la Iglesia Latina con su gran crítica a un exceso de intermediarismo clerical en cuanto a las enseñanzas iniciales, y un utilitarismo ritualista ajeno o desvirtuador, con prácticas como las indulgencias express por dinero de los pecadores.

En verdad, se trata de tiempos con muchas acechanzas y riesgos, pero también se percibe una nueva energía restauradora de rescate de la Esencia, promisoria y esperanzadora.

El llamado es a que ninguno de los de buena voluntad deje de sentirse aludido. El llamado es a sumar en divina entrega.

Digamos, como San Agustín, con fe y esperanza proactivas:

Mañana es hoy. Somos quienes hemos estado esperando.

 

 

Salir de la versión móvil