DE LO PEQUEÑO Y SENCILLO | Por: Francisco González Cruz

 

Francisco González Cruz

De lo pequeño y sencillo habló el Cardenal Baltazar Porras en Valera e Isnotú en estos días que visitó al estado Trujillo. Y cómo del modesto hogar de los Hernández Cisneros y de ese lugar de Los Andes que mira al lago de Maracaibo, nació y se crio ese “Santo que se pierde de vista” según las propias palabras de Su Santidad el Papa Francisco.

Vienen a propósito diversas reflexiones sobre el tema de lo global y lo local y de cómo en un mundo que tiende a lo enorme y complejo, tiene y debe coexistir con la enorme diversidad y heterogeneidad de lugares pequeños y sencillos, donde la vida transcurre en su plenitud.

Desde que el proceso de globalización tomó el rumbo de la mundialización económica y financiera, donde los paradigmas del crecimiento, el enriquecimiento, el lucro y la codicia se expandieron a los insólitos niveles de hoy, han tomado cuerpo las alarmas y las propuestas e iniciativas de una globalización más sensata e incluso planteamientos sobre la necesidad de potencial el desarrollo local, diverso y orientado hacia la satisfacción de las necesidades humanas y al cuidado del planeta.

Se ponen al día los paradigmas como el formulado por E. F. Schumacher de “Lo pequeño es hermoso” de los años setenta que plantea un desarrollo ecocéntrico, basado en la calidad de las relaciones humanas, del ambiente natural y el uso de las tecnologías adecuadas a la dignidad de la persona humanas

Mucho tuvieron que ver las ideas de Schumacher de lo modesto y lo sencillo con las de Leopoldo Kohr quien planteaba la necesidad de tecnologías, políticas y sistemas de gobierno apropiadas y pequeñas, a escala humana, advirtiendo del peligro de tecnologías que se escapasen del dominio humano y de países grandes que amenazaran la existencia de los pequeños, como Rusia, China y los Estados Unidos.

También con las de Iván Ilich y su planteamiento de la convivencialidad, que es una manera de vivir en armonía entre los seres humanos y la naturaleza. O el planteamiento de “El Desarrollo a Escala Humana” de  Manfred Max-Neef, Antonio Elizalde y Martín Hopenhayn, de procesos que se concentran en la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales que definen con admirable claridad, en la articulación orgánica de los seres humanos con la naturaleza y las tecnologías, de los procesos globales con los comportamientos locales, de lo personal con lo social, de la planificación con la autonomía y de la Sociedad Civil con el Estado.

Más recientes son los conceptos de Amartya Sen para quien el desarrollo es “un proceso de expansión de las libertades reales de las que disfrutan los individuos” o las de un “nuevo lugar” de  Margaret J. Wheatley como espacios para convivir, para desarrollar confianza y compromiso, en armonía con el ambiente y con las conexiones globales.

El papa Francisco, desde que era Monseñor Jorge Mario Bergoglio, desarrolló sus ideas sobre las tensiones entre lo global y lo local que superan tanto la visión exclusivamente localista como la globalista: “Cuando la casa ya no es hogar, sino que es encierro, calabozo, lo global nos va rescatando porque es como la causa final que nos atrae hacia la plenitud. Simultáneamente, hay que asumir con cordialidad lo local, porque tiene algo que lo global no posee: ser levadura, enriquecer, poner en marcha mecanismos de subsidiaridad. Por lo tanto, la fraternidad universal y la amistad social dentro de cada sociedad son dos polos inseparables y coesenciales” escribió en la Carta Encíclica Fratelli Tutti.

Toma cuerpo el nuevo concepto de la “Lugarización” que es el desarrollo pleno de un lugar, con su entorno natural, su identidad, su cultura y su economía, aprovechando y traduciendo a lo local las ventajas de la globalización.

Así se pueden apreciar en toda su plenitud las palabras del Cardenal Baltazar Porras en su reciente visita al estado Trujillo, y que lo encarna José Gregorio Hernández, el hombre de Isnotú y que ahora alcanza la dimensión universal de su santidad. De allí la gratitud y el regocijo, también el compromiso de ser lugares modelos de virtud como su paisano.

Un Santo como modelo universal que obligan a Isnotú, a Trujillo y a Venezuela a ser faros de luz.

 

 

 

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