Era la expresión que escuchaba María Eloína Viloria, una señora nativa y residente de Mendoza, mamá de Wílmer Viloria, el alguacil de Valera, cuando llegaba a su casa algún pariente o amigo habitante de La Puerta, y la oyó en varias oportunidades: «De La Puerta vengo, pero paperas no tengo».
La simpática y popular frase, mezcla de realidad y anécdotas, contiene varios hechos, entre ellos uno de orden histórico y patológico, me voy a referir al señalamiento de “paperudos”. Ciertamente, hay en nuestra comarca una naciente de agua llamada desde antiguo “Las Paperas”, que cuando éramos niños servía de baño y sitio de recreación, ubicada cerca de la quebrada Guadalupe, frente al hotel del mismo nombre, a la entrada norte del área urbana de La Puerta. Quizás el topónimo, tenga alguna relación con este tema y con el calificativo.
También se ha venido utilizando entre nuestros pobladores, el término “paperudo” para denominar a los productores de papa, que en mi criterio, es un error o imperfección, al confundirlo con el que pudiera corresponder que es “Papero”, “persona que cultiva papas o negocia con ellas” (DRAE), y no está relacionado con lo que deseo tratar a continuación.
Aproximadamente hasta la séptima década del siglo XX, las poblaciones de La Puerta, Mendoza Fría, Boconó, Carache y la ciudad de Trujillo, sufrieron de un mal endémico que se le llamó coloquialmente como “Paperas”, y a los enfermos se les calificó como “paperudos”, que es a lo que se refería Simón Bolívar en la anécdota ocurrida en 1820, cuando ordenó a Urdaneta, buscar recursos para la guerra, al parecer en los siguientes términos: “Apriétele Ud., las “cureñas” a esos “paperudos” trujillanos, que quieren Patria y Libertad pero siempre que nada le cueste” (Gabaldón, Fabricio. Rasgos Biográficos de Trujillanos Ilustres. Pág. 173. Presidencia de la República. Caracas. 1993); en aquella época era frecuente en Trujillo, esta enfermedad.
Conocí de cerca, cómo familiares míos y amigos sufrieron de este padecimiento causado aparentemente por la baja calidad de las aguas de río, quebradas y nacientes. Se estima que en los tiempos de la Colonia, más del 80 por ciento de la población de estos lugares, sufría de paperas, es decir, era paperuda. La aristocracia expresaba su desagrado con esa afección así: “adornaban sus paperas, si hombres, dejándose crecer la barba y con un enorme cuello almidonado que les cubría desde las orejas, y una corbata, en tamaño proporcionada al cuello, que enrollaba con dos o tres vueltas la papera. Las mujeres usaban un cintillo ancho, de colores vistosos, el que la clase pudiente sujetaba con broche de oro fino en el cual estaba montada una chispa de diamante” (Gabaldón: pag. 174). Evidentemente, era un problema de salud pública.
Los indígenas del valle de los Mucas, no se salvaron de este flagelo. Los invasores españoles les llamó poderosamente la atención, que los que lo iban adquiriendo, eran gente pacífica y hospitalaria; igualmente, en la incursión por estas tierras en 1678, del corsario francés Grammont, apuntan los historiadores que “sus soldados se divertían atravesando con sus bayonetas las paperas de los habitantes” (Ídem); muy antiguo este mal.
El mismo médico e historiador Fabricio Gabaldón, uno de los primeros investigadores del tema, escribió en su ameno artículo Paperas, publicado en el Boletín del Ministerio de Sanidad, correspondiente a los meses febrero-marzo de 1943, que para la primera década del gomecismo en el poder, se había extinguido completamente esta enfermedad, lo que en mi criterio y por la experiencia familiar, fue una baja en el índice de afección para la época en que escribió dicho artículo, o que después, hubo cierto repunte. El Dr. Gabaldón, fundamentó esa desaparición, en que al fundarse el acueducto “con la eliminación de los carrizales alrededor de las aguas y con la vulgarización de la tintura de yodo. Ningún cuidado tuvo con la profilaxis, tal vez debido a que no se conocía su patogenia. Solo a la herencia se le atribuyó su única causa” (Gabaldón: pág. 175); esto lo escribió en 1934.
Los creyentes e inclinados a la cura alternativa “la clase supersticiosa usaba entre sus remedios ponerse al cuello la mano de un angelito (cadáver de un niño menor de cinco años). La clase consciente atendía a las prescripciones médicas que indicaban el yoduro de potasio al interior y en pomadas untadas al cuello, como también friccionarse la papera de manteca de cerdo con tintura de yodo” (Ídem). Estas medidas sanitarias se aplicaron en la ciudad de Trujillo, no así en el resto de los pueblos.
Lo que coloquialmente conocemos como paperas, es una inflamación de la tiroides (glándula endocrina situada delante y a los lados de la tráquea de la persona y de la parte inferior de la laringe, y patológicamente se denomina como Parotiditis, bocio, aumento difuso o modular de la tiroides, inflamación de las glándulas de la saliva. La palabra viene de “papo”, parte abultada, gorda o hinchada del animal entre el cuello y la barba, como en el caso de las aves: su buche.
Hasta hace pocas décadas, integrantes de las familias le ponían al niño o a varios porque se contagiaban, trapos en la cabeza para que no se “le bajaran” o se le “subieran las huevas” como le decían según el caso. En cada pueblo, había una forma distinta de curarlas, por ejemplo, Edgar Angulo, el ingeniero, recuerda que en San Juan de Isnotú, había un señor de nombre Zoilo Méndez, que era el médico empírico del pueblo, contó que en 1960, a su hermano Antonio que era muy tremendo y brincón, le dio paperas y lo amarraron y colgaron al revés, para que no se le bajaran; a otros tres hermanos también les dio paperas (parotiditis) y este médico los curó. Era tío del Dr. Benito Méndez, traumatólogo en Maracaibo, estudió bachillerato en el Liceo Rafael Rangel, vive actualmente en Isnotú.
Por su parte, Felipe Núñez, ingeniero de Trujillo, recuerda que hace más de 25 años a un familiar de él, se las curaron con aceite alcanforado tibio mezclado con tierra virgen, untada con una pluma de gallina y guardar mucho reposo. Tierra virgen es la que van produciendo las avispas, con la que construyen sus nidos individuales. Me comentaba Lesbia de Méndez, más reciente, que aún en 1970, conoció casos de gente con paperas, en sectores como Las Delicias, Los Cerrillos. En La Puerta, la tradición oral nos informó que, Bernabé Montilla, el médico empírico de La Puerta, las curaba con ramas y menjurges.
Me permití compartir este dato de un aspecto poco tratado por la historiografía, porque fue parte de nuestro cercano pasado histórico y ayuda a comprender las características higiénicas, sanitarias, la salud y demás circunstancias en que se desenvolvieron los primeros, segundos y terceros pobladores de La Puerta.