Los seres vivos poseen estructuras que cumplen un propósito y les permiten adaptarse a su modo de vida, y ‘parecen diseñadas’. No obstante, la revolución de Charles Darwin (1809-1882) estriba en que propuso el mecanismo de la Selección Natural para explicar el origen del aparente diseño en los seres vivos sin necesidad de recurrir a un diseñador o artífice. Inclusive el origen de un diseñador como el Homo sapiens se puede explicar por medio de la Selección Natural.
El teólogo inglés William Paley (1743-1805), en su obra: ‘Teología Natural’ (1802) dice: “Supongamos que al cruzar un terreno baldío yo tropiezo mi pie con una piedra y me preguntaran cómo llegó la piedra a estar ahí. Posiblemente yo podría responder que siempre ha estado ahí, en vista de que no conozco motivos para pensar lo contrario. […] Pero supongamos que yo encuentro un reloj en el terreno y se me preguntara cómo llegó ese reloj a ese lugar. Yo difícilmente podría pensar en la respuesta que había dado, es decir, que por lo que conozco ese reloj siempre ha estado ahí. No obstante ¿Por qué esa respuesta no serviría para el reloj igual que para la piedra? ¿Por qué no es admisible en el segundo caso igual que en el primero?. Por esta razón y no por otra. Que cuando inspeccionamos el reloj percibimos – lo cual no podríamos descubrir en una piedra – que sus diversas partes están dispuestas y ajustadas para un propósito, e.g. que esas partes están formadas de tal manera y ajustadas de tal manera que pueden producir movimiento, y que ese movimiento está regulado de tal manera que señala la hora del día; que si las diferentes partes hubieran sido moldeadas de manera distinta o colocadas de otra manera o en otro orden al que han sido colocadas, o bien no habría movimiento en la máquina, o bien no se llevaría a cabo el movimiento correspondiente al uso para el cual sirve […] Una vez que se ha observado el mecanismo […] pensamos que es inevitable inferir que el reloj debe haber tenido un fabricante – Que debe haber existido, en algún momento y en uno u otro lugar, un artífice o artífices que lo formaron para el propósito que ahora vemos que cumple, que concibieron su construcción y diseñaron su uso” (Cap. 1).
Los organismos vivientes manifiestan adaptaciones impresionantes y el argumento de Paley de un ‘Artífice Diseñador’ parecería válido. Pero Darwin al concebir su teoría de la Selección Natural se percató de que el aparente diseño de los organismos vivientes se puede explicar sin necesidad de recurrir a un Artífice. En efecto, Darwin conocía muy bien las experiencias de criadores de animales y cultivadores de plantas, que por medio de Selección Artificial habían logrado crear nuevas variedades de perros, palomas, aves de corral, ganado vacuno, hortalizas, etc. Eso lo habían logrado seleccionando de manera acumulativa pequeñas modificaciones convenientes escogidas en cada generación. Entonces Darwin pensó que en la naturaleza puede haber una selección de características de manera acumulativa y absolutamente natural. En su obra ‘El Origen de las Especies’ (1859) dice: “Debido a esta lucha por la vida, cualquier variación, por pequeña que sea […] si es beneficiosa en algún grado para un individuo de cualquier especie, en sus relaciones infinitamente complejas con otros seres orgánicos y con la naturaleza externa, tenderá a la preservación de ese individuo, y por lo general será heredada por su progenie. La progenie, también tendrá una mayor posibilidad de sobrevivir, porque de los muchos individuos de cualquier especie que nacen periódicamente, solamente unos pocos pueden sobrevivir. Yo he llamado a este principio, por el cual cada variación pequeña si es útil, es preservada, con el término Selección Natural, para remarcar su relación con el poder de selección del hombre” (Capítulo III).
Desde la época de Darwin se han encontrado evidencias abrumadoras de que su teoría es verdadera.