Epa poeta, ¿cómo está la vaina? Y, qué hace usted por aquí. Usted cómo que anda “picado” de vaquiro. Vamos a echarnos un frasquito. Eran algunas de las expresiones que con mayor cotidianidad usaba para abrir sus amorosos diálogos.
Poeta dígale a Pipi que le quite la llave de la “baticueva” a Don Ramón, para que hagamos un sancocho. Si no, nos podemos ir al golondrino. Yo para el club no voy. Vámonos para donde Félix, en el corozo, él la tiene bien fría. Fueron decires, entre otros, que siempre estuvieron presentes en la planificación de una tarde de bohemia.
Qué sorpresas nos da la vida: hoy estamos y mañana no.
En el libro de Job, fuente de sabiduría, se afirma que:
Sólo Dios su camino ha distinguido,
Sólo él conoce su lugar,
Porque él otea hasta los confines de la tierra,
Y ve cuanto hay bajo los cielos.
Y, en el Eclesiastés, el libro bíblico, se afirma que: Todo tiene su momento, y todo cuanto se hace debajo del sol tiene su tiempo. Hay tiempo para plantar y tiempo para arrancar lo plantado. Tiempo de llorar y tiempo de reír. Tiempo de lamentar y tiempo de danzar. Tiempo de callar y tiempo de hablar.
Daniel, Guajiro, compadre, hermano, amigo, no sé cómo llamarte en esta hora en que, sin decirnos nada, decidiste irte al encuentro de Dios. Me dicen que el cortejo que te trasladó hacia el mundo celestial era dirigido por El Niño Jesús de Escuque. Tú Niño, nuestro Niño, bendito de toda la vida.
Boga tranquilo, caro amigo. Nosotros recogeremos lo que plantaste; seguiremos riendo contigo al volver a escuchar los cuentos de Palomo; continuaremos danzando al son del Monterrey; pero sobre todo, algún día retomaremos el diálogo que dejamos abierto.
Será, entonces, cuando de nuevo vuelvas a preguntar: ¿y, qué hace usted por aquí?
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