En la baja Edad Media había una pequeña comarca autónoma y autosuficiente, que estaba poco poblada, poseía abundantes recursos naturales y nada le faltaba para que sus habitantes fueran felices. Gobernada por un anciano sabio y prudente, de acuerdo a valores de la verdad, el amor y la razón, políticamente estaba bien organizada, prevalecía la libertad, la fraternidad y la ayuda mutua, los bienes se distribuían con equidad y justicia entre sus habitantes, cuya vida era tranquila y respetuosa del orden establecido. Sin embargo, a pesar de tan favorables condiciones, un sector de su población estaba insatisfecho por considerar que el gobierno no estaba colmando su nivel de aspiración, y atribuían a éste, infundadamente, la causa de todos sus problemas y frustraciones. Un día apareció, venido de las regiones bárbaras, un hábil prestidigitador, quien con sus artilugios y sus métodos de confusión, fascinó a sus habitantes ofreciéndoles espejismos, y los mantuvo cautivos con su arte, hasta el punto de que, llegado el momento oportuno, manipuló el descontento de un sector, para llevar al pueblo a desconocer a su gobernante, a fin de que lo designaran a él, seducidos por sus falsas promesas de llevarlos a una vida mejor. Pero, una vez en el poder, valiéndose de sus habilidades como ilusionista y de su verbosidad, aprovechó el poder de sugestión que ejercía sobre la población, sobre todo entre los más torpes o ignorantes, para influir astutamente sobre su manera de pensar, sentir y actuar, con el objeto de hacerse rendir culto y para falsear la verdad de las cosas y dividir a sus habitantes, con la intención de irlos privando progresivamente de sus bienes y riquezas y convertirlos en un pueblo sumiso y enteramente dependiente de él para la satisfacción de sus necesidades. Paralelamente su egolatría creció desmesuradamente hasta el punto de fomentar el culto a su personalidad en las demás comarcas, para lo cual, y para ganar su alianza, ofrecía cuantiosas dádivas. Con el tiempo el empobrecimiento se fue adueñando de toda la población, con excepción del grupo de sus favoritos, al que, además, dio facilidades para amasar inmensa fortuna. Fue tan grande la pobreza que se produjo, que pronto de desató una hambruna general, muchos tenían que hurgar en la basura en busca de alimentos. Experto conocedor de las flaquezas y debilidades de la voluntad humana sabía que un pueblo hambriento es muy vulnerable y por tanto fácilmente manipulable, por lo que se propuso utilizar el hambre del pueblo como medio de controlarlo. El prestidigitador, al observar el comportamiento de las aves, dedujo que en situaciones similares los seres humanos se comportarían de manera parecida. Así como las aves del cielo son capaces de sacrificar su libertad, para volar en todas las dimensiones, al acostumbrarse a recibir regularmente su alimento en tierra, y terminan por convertirse en aves de corral. De esa manera, muchas personas, con tal de ver aseguradas un mínimo de sus necesidades vitales o de su comodidad personal, son capaces de renunciar a su libertad de pensamiento, a la idea de gobernarse a sí mismos y a discrepar, para resignarse a una indignante servidumbre con menoscabo de todos sus derechos como persona. Por esa razón, el prestidigitador se propuso explotar esa debilidad de los individuos para asegurarse la sumisión total del pueblo, por lo que procedió a implementar toda clase de medidas con tal de conseguir ese objetivo. Cabe recordar en este punto la parábola de Dostoivski en “Los hermanos Karamazov”: “Al final, pondrán la libertad a nuestros pies y nos dirán “Hacednos vuestros esclavos, pero dadnos de comer”.
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