Paquita Muñoz tiene ochenta y cinco años, y afirma ella que muy bien vividos. Paquita tuvo tres hijos, ya fallecidos; aparte de sus hijos ha visto morir a muchos familiares y amigos, así que de muertos sabe bastante. Sus dos hijos mayores murieron por causas naturales, pero el menor murió en un accidente automovilístico y ese es el motivo para este relato.
El día en el que Baudilio murió en aquel terrible accidente en una carretera del estado Táchira cuando venía a visitarla por el día de las madres, Paquita amaneció muy intranquila, desde temprano estaba en la cocina preparando el lomo de cerdo que a su hijo le gustaba tanto. Mientras picaba y adobaba tenía la incómoda sensación de ser observada y a pesar de que las ventanas estaban cerradas sentía un frío intenso. Fue a su cuarto a buscar un sweater y cuando regresó vio algo que hasta hoy la tiene impresionada: alguien había hecho sobre la mesa un corazón con los tomates y las cebollas y en el centro colocó una rosa blanca. El día anterior Paquita había comprado una docena de rosas blancas para el altar de la Virgen de Chiquinquirá que tenía en un rincón de la sala, se acercó hasta el altar y las contó: efectivamente, faltaba una rosa, la que estaba sobre la mesa de la cocina.
Asustada, Paquita preguntó: ¿Quién está aquí? –Como respuesta un cristal de la ventana de la cocina se desprendió y en ese momento Paquita entendió que algo grave había sucedido. Guardó la carne de cerdo en el refrigerador, limpió la mesa, pero dejó el corazón hecho con tomates y cebollas, se sirvió una taza de café y resignada se dispuso a esperar. Su espera tuvo respuesta un rato después cuando su nuera la llamó desde La Grita anunciándole que su querido hijo Baudilio había muerto en un accidente.
Paquita miró el corazón con la rosa y como una autómata fue hasta el cuarto de su hijo, el que usó desde niño hasta que se casó y se fue a vivir con su esposa para La Grita. Allí estaban todas sus cosas, libros, ropa, cuadros pintados por él, discos y muchos recuerdos más de su paso por la vida. Por fin llegaron las lágrimas y Paquita dejó escapar el dolor de una madre que se siente despojada de todos sus amores. Continuaba llorando cuando su nuera la volvió a llamar para preguntarle si enviaba a alguien a buscarla.
-No – respondió Paquita decidida – no voy a ir al sepelio, me niego a ver cómo la tierra se traga a mi último hijo, sé que no lo voy a resistir y espero que él, desde donde esté lo comprenda.
-La entiendo, doña Paquita, dijo su nuera. No se preocupe, yo me encargaré de todo. Cuando se sienta en condiciones de venir avíseme para enviar a alguien a buscarla.
Con lo que no contaba Paquita era que a su hijo, desde donde estuviera, eso de que su mamá no quisiera asistir al entierro como que no le causó ninguna gracia, pues de pronto, como si un huracán se hubiera desatado dentro de la habitación, todo comenzó a revolverse. Paquita vio ropa, discos, zapatos y libros volar por encima de ella, los cristales de la ventana estallaron en decenas de pedazos, mientras aterradores gritos surgían de todas partes. Aquello parecía cosa de locos y Paquita intentó salir de la habitación, pero no pudo abrir la puerta. Cuando por fin se tranquilizó un poco para pensar, entendió lo que estaba sucediendo y dijo en voz alta:
-Está bien, hijito, perdóname por no querer enfrentar nuevamente el dolor de ver enterrar a uno de mis grandes amores; iré a tu entierro y me quedaré para el novenario, pero por favor, ya no me asustes más – Dijo esto y la calma regresó a la habitación, nuevamente intentó salir y la puerta abrió normalmente.
Cuando se dirigió a su cuarto a preparar la maleta, le esperaba una nueva sorpresa: ya “alguien” lo había hecho por ella, la maleta con ropa suficiente para varios días estaba perfectamente hecha. Así que por las buenas o por las malas, iría para el entierro.
Paquita no paraba de llorar y mientras cerraba la maleta sonó el timbre. Cuando abrió, un amable taxista le preguntó: ¿Es usted la señora Paquita Muñoz? Vengo de la línea de taxis para llevarla hasta La Grita. Reciba mi pésame por la muerte de su hijo, pero así es la vida.
Sí, así es la vida, esa es la frase en la que Paquita durante todos estos años se ha refugiado para resistir la pena de ver partir de este mundo a tanta gente querida. Así es la vida ¿qué le vamos a hacer?