Cuatro periodistas escriben a Armando Hernández

Se nos fue “Josefito” un personaje del periodismo que no se olvidará

Judith Valderrama

Despedir al amigo, al maestro y compañero de muchas batallas en este plano terrenal no es una tarea sencilla. Una razón, es el amor y la amistad que nos unía; la otra, el cúmulo infinito de anécdotas que vivimos, porque cada encuentro con Armando Hernández era eso. Una anécdota, era risa, era comedia, era escuela y siempre la admiración presente, aunque no se notara mucho en la camaradería.

Deja tantos frutos en el periodismo tachirense. Pocos con ese espíritu periodístico, gremial y esa pluma ágil, creativa y precisa que conectaba con el público que esperaba sus reportes cuando algo sucedía.

No hemos perdido a Armando, “Josefito”, no lo hemos perdido. Nunca será así. Porque su estela es grande, ilumina y será siempre eco en los periodistas del Táchira.

Le decíamos Josefito, porque a todos los nuevos periodistas y pasantes en Diario de Los Andes se los llevaba a su recorrido por la fuente de sucesos, y como no memorizaba sus nombres -en principio- en su divertida manera de ser, les decía “Josefas” o «Josefos». De ahí surgió una forma divertida de llamarlo a ratos, “Josefito”.

Pudiera llenar más páginas, desde el primer día que me hice periodista en la calle, con historias junto a Armando Hernández, porque fuimos compañeros por años en su casa editorial de décadas, Diario De Los Andes, de donde nunca se fue. Desde esa ventana informó, vivió, luchó y fue destacado como siempre. Hace un tiempo había migrado a Diario La Nación, pero seguía haciendo visitas a la sede de Los Andes y se interesaba por todos y todo lo de este hogar de noticias.

Mi querido Armando, mi amigo, mi consejero profesional y gremial quien en momentos en que ocupe posiciones en el Colegio de Periodistas del Táchira, jamás se apartó, siempre fue luz y brújula sabia.

Ya nada será lo mismo en muchas reuniones de periodistas, pero queda el orgullo y el placer de poder decir, fuimos compañeros de trabajo, periodistas de lucha y amigos.

No despido a Armando con llanto, al menos no quisiera. Su vida y su personalidad me hacen recordarlo con alegría y hasta risa, porque él era trabajo, noticia, pero siempre humor. Pequeñas disputas también se tenían, y se resolvían en minutos porque se generaban por nimiedades propias de la cotidianidad laboral como peleas por una silla, un computador o el puesto en el estacionamiento, suceso que terminaba en risas y con la intervención jocosa de casi todo el equipo de la redacción.

Lo recuerdo corriendo, Armando lo dejaba todo cuando se enteraba de un suceso, de un muerto en tragedia, casi siempre era el primero en llegar a donde se originaba la noticia para informar a los tachirenses, quienes extrañarán su voz y su pluma.

Chao Armandito, nos vemos luego. Entonces, y convencida estoy, tendrás un buen relato hecho y serás guía para quienes lleguemos a ese destino seguro, porque por aquí hiciste eso, guiar, no solo dar noticias sino formar a quienes empezaban a darlas en los medios de comunicación donde dejaste huella que otros transitarán sabiendo que abriste pasó.

Armando Hernández, gran maestro del periodismo

Mariana Duque

Armando Hernández es un maestro del periodismo y lo seguirá siendo después de su muerte. Desde niña lo escuchaba en la radio, cuando ocurría un suceso, pues en mi casa era referencia obligada para estar informados.

Al llegar al Diario de Los Andes como pasante, me sentía admirada de escribir en la misma sala de redacción de aquel hombre tan escuchado, del papá de mi compañero de clases en el colegio, del que estaba en todos lados, el que no se perdía nada.

Y es que de verdad estaba en todos lados. Armando no dormía, a la hora que había un suceso dejaba la comodidad de su casa y salía en su vehículo a hacer la fotografía del momento, a recolectar los datos. Al día siguiente llegaba a la sala de redacción a echar el cuento, y sonaban las teclas del computador de tal manera, que todos sabían quién estaba allí.

A pesar de ser un hombre tan reconocido, nunca fue egoísta. A los nuevos siempre los enseñó y les dio un consejo. No soportaba las injusticias y las reclamaba airadamente, sin temor a nada.

Le encantaba enseñar a los pasantes de fotografía de la ULA y del liceo. Se los llevaba a hacer sucesos y los enseñaba una de sus grandes pasiones.

A medida que el periodismo fue evolucionando, Armando también lo hizo. Cuando por la crisis de papel Diario de Los Andes pasó a ser semanario, Armando siguió haciendo sucesos, pero con las mejores historias. Incorporó los videos a su quehacer diario, y los entregaba a la plataforma web. Sabía de lo que era capaz, y siguió siendo ejemplo para las nuevas generaciones.

Con Josefo la mayoría del tiempo había risas. Siempre tenía un chiste, bueno o malo, un abrazo, y una gran sonrisa cuando tenía tiempo sin ver a alguien.

Cuando se fue a Diario La Nación nos llamaba casi a diario, a Rosalinda, a Judith y a mi. Echaba cuentos y chistes, se reía de la una y de la otra, preguntaba por cualquier pauta y también orientaba lo que fuera necesario.

Armando me avisó la muerte de una persona cercana, con todo el respeto y la consideración, mucho antes que lo hicieran los cuerpos de seguridad. Le había avisado previamente de su secuestro, y él no dudó en ayudar.

Lo vi hace como tres meses, fue a la sede del Diario de Los Andes a llevarse lo que había dejado. Conversamos un rato y reímos otro. Ese fue el último abrazo, la última risa y la última conversación.

Gracias, Armando Hernández, por todo lo que nos dejas. El periodismo no es el mismo sin ti.

¡Gracias, Josefo!

Yulliam Moncada

Ala, Josefo, ¿cómo es eso que se fue? ¡Qué tubazo! Usted como siempre… cuando uno iba usted ya venía…yo no sé tanto de la vida como usted, pero sabía que usted no se iba a quedar quieto en una cama esperando, creo que nunca lo hizo. Salía a buscar la información a cualquier hora, de noche, de madrugada, días feriados, se habilitaba cuando no estaba de guardia, porque “los sucesos no esperan, chama”. Armando y su impaciencia…abría una zanja en el piso del periódico esperando al conductor con la cámara en una mano y el celular en la otra: ¿qué pasa chama, que no llega?, ¡vamos a llegar pa´ los novenarios!

¡Qué bonita manera de vivir su vida Josefo! Con pasión, con entrega total, con entusiasmo, sin dejar nada para mañana, “porque hoy estamos y mañana no sabemos”, “cuando nos toca, nos toca”, “nos lleva la pelona” Usted y sus expresiones, Josefo; usted y sus cosas… entonces se fue…

Y claro que estoy triste, cómo no estarlo, si sé que no nos vamos a abrazar de nuevo. No voy a estar de nuevo ocupada escribiendo y usted va a llegar para decirme: “chama, párese, deme un abrazo” y no voy a quedar impregnada de su colonia el día entero. Pero me siento tan afortunada de haberlo conocido, que no dejo de sonreír recordando tantas experiencias acumuladas a lo largo de los años.

Ah, pero usted sabe que no todo fueron risas…usted no era fácil, Josefo. Pero yo respiraba profundo y me acordaba de mi papá…la gente grande es así…intensa, y a veces caprichosos como niños, hacen berrinches, y bastantes que usted hizo en la redacción, y siempre se salió con la suya, viejo zorro. (jajajaja)

Ay, Josefo, ¡usted fue todo un personaje! Estamos llenos de historias, de risas y rabietas, de emociones, de sentimientos, de vivencias, de amo. Y no queda más que agradecer a la vida la oportunidad de haber vivido un trecho a su lado, de haberlo conocido, de no quedarme con la voz del hombre de los sucesos, del maestro del periodismo, porque usted fue mucho más que eso.

Bueno Josefo, vaya pué, siga su camino tranquilo, vaya en paz, aquí usted dio bastante, nos dejó mucho.

Gracias Josefo!

Que María Santísima lo reciba en sus brazos y lo lleve al encuentro con Dios…paz a su alma.

Armando le gustaba enseñar 

Rosalinda Hernández      

Hablar de Armando es remontarme a mis inicios en el periodismo, cuando fui pasante y luego periodista de planta en el Diario de Los Andes, en San Cristóbal, Táchira.

Armando además de ser un periodista acucioso y destacado en la fuente de sucesos, le gustaba  enseñar y compartir sus conocimientos con los que apenas dábamos los primeros pasos en el apasionante mundo del periodismo.

Recuerdo que se acercaba a mi lugar de trabajo y decir: «vamos china, acompañarme», mientras él se adelantaba con su cámara para ir en busca de la noticia.

Lo acompañé a cubrir muchos sucesos unos más fuertes que otros y me sorprendía la agilidad y maestría con la que Armando manejaba cada información. Luego ampliaba la historia con sus comentarios en la sala de redacción, otras veces había chistes y las risas nunca faltaron.

Las llamadas o notas de voz para averiguar datos sobre algún suceso en frontera se volvieron cotidianas con el pasar de los años, siempre atento a todos los detalles y conocía tanto su fuente que ya casi predecía lo que iba a suceder.

Hablar de Armando Hernández, es hablar de una vida fructífera en el periodismo local, es hablar del amigo solidario que acompañaba cuando era necesario y daba consejos que uno a regañadientes aceptaba.

Hoy ya no está físicamente con nosotros y deja un luto enorme en el periodismo regional pero nos quedan sus historias y un recuerdo bonito para quienes compartimos con él su vida  profesional.

Que  Dios de el descanso eterno a tu alma.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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