Mujer es sinónimo de fortaleza, resiliencia, trabajo, dedicación, esmero, sacrificio y amor. Sea cual sea el rol que ejerza, el papel de la mujer en la sociedad venezolana y tachirense es fundamental, sobre todo en tiempos de crisis, cuando su ímpetu contribuye con el crecimiento en medio de las adversidades.
Diario de Los Andes conversó con cuatro mujeres trabajadoras y luchadoras que hacen vida en el estado Táchira y desempeñan diversos oficios. Mujeres que se han destacado por su labor y atención a los demás, un ejemplo del valor de los venezolanos que han apostado por quedarse en el país y dar lo mejor de sí.
María José Pereira, Haydde Dávila, Claudia Cano y Rosa Maldonado son el reflejo de la mujer tachirense. A través de sus historias Diario de Los Andes les rinde homenaje en su día.
Alpargatas con estilo
Buscando alternativas ante la decadencia del salario en el ejercicio profesional, María José Pereira, quien es abogada y contador público, crea Bary Alpargatas, un emprendimiento que ha llegado a varios países del mundo, presentando un zapato folklórico venezolano, con nuevos matices, colores y formas, que han embellecido los outfits de las damas que tienen la oportunidad de adquirirlas.
Desde su taller de creación, repleto de hilos de colores llamativos, acompañada de otras tres mujeres que se encargan de darle forma y color a las alpargatas, y de su hermana y socia Andreina Pereira, María José manifiesta que Bary ha sido una segunda oportunidad para salir adelante, una oportunidad de aprendizaje, crecimiento, de tener y ofrecer oportunidades de empleo, de quedarse en Venezuela y de llegar al corazón de los demás hasta con la historia de sus vivencias personales. El 75% del personal de Bary son mujeres.
María quería comercializar un producto venezolano. Inicialmente pensó en artesanía procedente de diversas partes del país, pero ante las dificultades para movilizarse se le fueron presentando nuevas opciones y así llegó a las alpargatas. El 2 de julio de 2018 comenzó vendiendo de este calzado confeccionado por otros, le fue adaptando nuevos componentes, hasta que crearon el taller de confección y ahora es un producto neto de Bary.
“La iniciativa de Bary nace en el año 2017, pero tú sabes que todo tiene un proceso para la formación y no es hasta el 2 de julio del año 2018 en que nace Bary como Bary Alpargatas. El año pasado (2021) logramos consolidar todo lo que es la fábrica y hoy en día orgullosamente podemos decir que somos fabricantes no solamente de alpargatas, sino de calzado en general”.
Aunque Bary nació en manos de María José y su esposo, un año después ingresa su hermana, quien es profesional de la salud. Posteriormente, incorporó a la venta unos bolsos de trapillo creados por una tía de su esposo que había quedado sin empleo, el jefe de fábrica es un tío de su esposo, y quien coloca los logos al calzado, bolsos y sombreros, es la abuela de su esposo.
“Somos una empresa familiar y de hecho las chicas que pertenecen al taller creativo no son familia directamente, pero ellas saben que nosotros estamos aquí para ellos, y una de las cosas que ha sido fundamental para nosotras ha sido el ambiente, que el ambiente de trabajo se sienta así, un área donde vienes, te relajas y lo haces con amor, porque soy participe de que eso se nota en el trabajo final”.
La materia prima de Bary es colombiana, porque aunque intentaron que fuera con productos venezolanos, los hilos no son de la misma calidad, sin embargo, la mano de obra y el resto del proceso es venezolano. “Me da risa porque viajamos a Colombia a traer la materia prima, fabricamos, intervenimos en taller y volvemos a llegar a Colombia para vender el trabajo terminado”.
Con orgullo, María José y Andreina relatan que sus alpargatas han llegado además de Venezuela y Colombia a Italia, España y Qatar.
“No es fácil”
Aunque no todo es color de rosa, María José indica que las adversidades para el paso de la mercancía en la frontera, los problemas eléctricos, entre otras cosas, se van sorteando. En diversas oportunidades a través de sus redes sociales ha transmitido cómo es el proceso de compra en Cúcuta y lo que debe hacer, porque es la encargada de comprobar la calidad de nuevos materiales, colores, entre otros.
“Es muy complicado, pero no es imposible y es muy satisfactorio. Ellas son testigos que la primera vez que llegaron rollos de tela, los abracé y lloré, y dije ok, si se puede, porque todo fue una aventura, de zapatos yo no sabía nada, tocó irnos educando, haciéndonos léxico, conocer de materiales… Igual, la primera vez que trajimos materia prima fue una aventura, ese día lloré, y la primera vez que vi las alpargatas totalmente terminadas también me senté y lloré, porque son logros. Es muy duro rehacerte, porque digo tengo 10 años de pregrado, 10 años en la universidad que no me sirven para hacer zapatos. Obviamente si es la base, pero ha sido difícil la reinvención”.
Cuando se va la electricidad se ven obligados a detener una parte del proceso de confección, pues se para la máquina de costura y el horno que usan para el pegado de la suela, no puede funcionar.
Por emprender en Venezuela la han criticado, le han cuestionado por quedarse en el país. “La respuesta siempre es la misma, porque no quiero, porque si yo quisiera irme ya me hubiese ido, pero aquí todavía hay posibilidades y yo digo que nosotros luchamos todos los días de esta vida no solamente por nosotros, porque tenemos puestos de trabajo nuevos. Si te cuento cada una de las historias de quienes nos han dicho quiero trabajar con ustedes, se rompe el corazón, son profesionales sin empleo”.
En 2020 les afectó la crisis producto de la pandemia por COVID-19 y anunció a su personal que cerrarían, pero esa misma semana llegó una venta al mayor de 800 alpargatas que le permitió continuar. En medio de las crisis, siempre aparece algo, “un ángel”, que las incentiva a seguir.
La tenacidad, constancia, la creatividad y el amor han sido para las hermanas los ingredientes perfectos que les han permitido impulsar a Bary, lo que los ha llevado a ser reconocidas en redes sociales, tener un taller creativo, una fábrica, y una tienda de venta en Sambil San Cristóbal.
“No me veo fuera del Hospital”
Haydee Dávila (60 años de edad) trabaja desde hace 34 años como enfermera en el Hospital Central de San Cristóbal, y desde 2020 en el área de triaje COVID-19. Hablar sobre su ejercicio profesional le llena los ojos de brillo y resplandor, pues a pesar de los bajos salarios que percibe el sector salud en Venezuela, para ella, ayudar a los demás a salir de una crisis sanitaria es la mejor recompensa.
“Ha sido muy bello para mi todas las experiencias que he obtenido en mi trabajo como enfermera, la sensibilidad humana que uno debe tener con los pacientes, igualmente el trabajo que hago día a día como compañeros”.
Haydde es madre de cuatro hijos, y desde muy pequeños debía dejarlos para ir a cumplir con las guardias en el hospital con el fin de solventar sus necesidades, obtener una vivienda y darles buenas condiciones de vida. Ahora, que la situación económica ha desmejorado, no se ve por fuera del hospital, ni siquiera porque desde hace dos años debió haberse jubilado.
“Ha sido muy fuerte por la parte económica y la pandemia, sin embargo, nosotros no hemos dejado de asistir a nuestras áreas de trabajo. Ha sido muy fuerte para todos. A veces hablo con mis compañeros y pienso en aquellas madres que son solteras, con hijos, que pagan alquiler, para poder llegar aquí al trabajo cuesta, pero no hemos dejado de cumplir con nuestros deberes, lo hacemos con mucho amor”.
Vive en el sector Llanitos, vía a Cordero, municipio Andrés Bello del estado Táchira. Cuando la situación del transporte público desmejoró se le dificultaba su arribo al centro asistencial, pero ahora cuenta con la movilización de Transtáchira, sin embargo, cree que hace falta una motivación con mercados o bonos, para cubrir las necesidades que no solventa el salario mínimo.
Su vocación de servicio la sigue manteniendo en pie. “Me gusta ayudar al ser humano, porque nacimos con esa devoción de ayudar al prójimo. Hace dos años tenía que salir jubilada, pero en vista del déficit de personal, después se nos vino la pandemia, nos pidieron que no nos fuéramos y aquí estamos. Yo no me veo fuera del hospital porque a pesar de todo esta es mi segunda casa, la carpa es mi tercer hogar, aprendí más a valorar la vida aquí, a hacer por el prójimo lo que está al alcance de nosotros. No es que no quiera mi casa, amo a mis hijos, a mis nietos y a mis bisnietos, pero este es mi segundo hogar”.
“Dar de sí, sin pensar en sí”
Claudia Cano es la presidenta del Club Rotary Valle de Santiago, organización de la que forma parte desde hace tres años y medio, ayudando a niños con labio leporino en las jornadas de cirugía, presentando proyectos para donar insumos a los hospitales, llevando alimentos al personal de salud de las áreas COVID-19, apoyando a migrantes, entre otros.
Para ella ha tenido un gran significado realizar labor social a través del Rotary y en alianza con otras organizaciones, a pesar de que ello represente no dedicarle el 100% de su tiempo a su familia, como ocurría anteriormente, pero se siente contenta de que sus hijos y esposo la apoyen en este camino.
Lo más complicado en este tiempo ha sido dejar de visitar a su hija y nieto que se encuentran fuera del país, formando parte de la migración venezolana, pero considera que la ayuda a los demás ha valido la pena.
“Nosotros como Rotarios somos un grupo muy unido, hacemos diferentes tipos de actividades, siendo uno de nuestros principales proyectos las cirugías de labio y paladar hendido a niños de bajos recursos, las cuales cubre en su totalidad el club. También llevamos filtros nuevos a todas las máquinas de diálisis del estado Táchira desde hace tres años, tenemos el programa de banco de medicinas, sillas de ruedas, jornadas de vacunación, presentamos proyectos en grande para el Hospital Central como la donación de camas especializadas para UCI Covid, apoyados por los directores que allí han pasado, con Corposalud y ambulatorios”.
En alianza con la organización Juntos Salvemos A Un Héroe, Claudia Cano y varios integrantes del equipo del Rotary, han preparado cenas y llevado al personal de salud que labora en las áreas COVID-19 del Hospital Central de San Cristóbal, del Hospital del Seguro Social “Dr. Patrocinio Peñuela Ruíz” y del Ambulatorio de Puente Real, lo que le llena el corazón de alegría.
“Es muy linda esta labor. Se han donado más de 5.000 comidas en unión con los demás integrantes de Juntos Salvemos Un Héroe para los médicos y el personal de salud que labora allí”.
Se siente contenta de que los esfuerzos hayan sido un éxito, y que pueda dar de sí, sin pensar en sí, como es uno de los eslogan del Rotary.
“Somos heroínas”
Rosa Maldonado es médico del Hospital Central de San Cristóbal, perteneciente al área de triaje COVID-19 conocido como la carpa. Desde hace dos años y medio labora en este centro asistencial, de los cuales, dos le ha dedicado a los pacientes que han padecido por la pandemia, lo que representó un reto para ella y su familia.
Tiene dos hijos de 5 y 6 años, a quienes deja con sus padres y esposo cuando está de guardia, que por lo general es tres o cuatro veces a la semana de 12 o 24 horas consecutivas en el área de aislamiento y carpa.
Vive en La Cuchilla, una zona rural de Santa Ana, municipio Córdoba del estado Táchira, y al inicio de la pandemia por COVID-19 lograba llegar a su trabajo pidiendo cola desde Santa Ana hasta El Corozo, le pedía el favor a los guardias nacionales allí destacados que la ayudaran a buscar a otra persona que la dejara lo más cerca del hospital.
“Muchas veces llegaba hasta la Coca Cola y de la Coca Cola para acá me venía caminando y viceversa, de aquí hasta la redoma de la ULA y de la redoma de la ULA hasta El Corozo, y de El Corozo así, en cola y muchas veces caminando también. Ahorita a las 5 de la mañana salgo desde donde vivo en La Cuchilla hasta Santa Ana, muchas veces caminando, pido cola o cuando puedo pago mototaxi que me baja hasta Santa Ana y de ahí en el Transtáchira (transporte para el personal de salud)”.
Rosa considera que las mujeres que laboran en el área de la salud son heroínas, pues así sean criticadas, asegura que hay que vivir las carencias que padecen para entenderlas. “Esto nos ha hecho mejores personas, pero lamentablemente esta pandemia ha sacado de muchos su parte también oscura, pero nosotros en la parte de salud hemos dado todo por el todo hasta que Dios lo permita”.
Su mayor aspiración es hacer un postgrado de cirugía en el Hospital Central de San Cristóbal, pero por la situación económica del país no lo ha logrado. Aunque en algún momento ha evaluado en irse del país, no es su principal opción. “La principal es mantenerse aquí en pie hasta que Dios lo permita, y que le dé a uno la fuerza de seguir”.