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Cuando los ríos bajan turbios, es la montaña la que llora | Por: Alvaro Zambrano Carrera

por Redacción Web
26/06/2025
Reading Time: 2 mins read
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Ing. Alvaro Zambrano Carrera

Desde los Andes venezolanos, donde el silencio de la niebla suele abrazar los caminos de piedra y los cultivos de altura, hoy se alzan gritos ahogados por el barro. Las lluvias recientes han cobrado vidas, han desplazado familias y han partido comunidades enteras. El lodo no solo cubre casas y caminos: ha cubierto también sueños. A todas las personas afectadas, nuestro abrazo profundo y nuestra solidaridad sincera.

Pero esta tragedia no es solo meteorológica. Es también la expresión dolorosa de una relación rota con la montaña. Durante décadas se pensó que desmontar el bosque era avanzar. Que talar árboles en zonas altas liberaría más agua. Se dijo que sin vegetación habría más caudal. Se olvidó que el bosque no es obstáculo del agua, sino su madre.

Sí, tal vez al principio los ríos fluyen más rápido sin árboles, pero no con más sabiduría. Pronto el suelo se suelta, los sedimentos oscurecen los cauces, y los nutrientes, esta sangre del paisaje, son arrastrados lejos. El agua ya no brota con constancia: golpea, destruye, se escapa. El rendimiento hídrico verdadero se pierde cuando se pierde el alma del ecosistema.

Y sin embargo, los árboles no solo retienen agua: también la convocan. En los bosques de dosel cerrado, la evapotranspiración alimenta las nubes. La copa vegetal captura la niebla, regula la lluvia, e incluso genera bombas bióticas capaces de atraer humedad desde el océano. Los árboles hacen llover. No es metáfora: es ciencia.

Frente a esa verdad olvidada, nuevas prácticas resisten y florecen. La agricultura regenerativa, cultivar sin herir, nutrir sin agotar, cobra fuerza en laderas y páramos. cultivos gestionados con rotación, biofábricas comunitarias, sistemas agroforestales con especies nativas, y saberes ancestrales que escuchan a la montaña antes de sembrar. Estas no son técnicas solamente: son lenguajes de reconciliación.

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Porque los pueblos andinos saben que no se puede cultivar si no se honra el cerro. Que la lluvia viene cuando hay respeto, y que la tierra devuelve en frutos lo que recibe en cuidado. Donde se retoman rituales, donde se canta antes de sembrar, donde se consulta el ciclo de la luna, la agricultura deja de ser lucha y vuelve a ser pacto.

Y ese pacto debe ser también político. A quienes hoy gobiernan desde oficinas lejos de la montaña, les decimos: proteger los bosques no es un lujo, es una medida hídrica. Restaurar páramos no es un capricho ambientalista, es una inversión estratégica. Escuchar a las comunidades no es debilidad, es la única forma de construir futuro.

Cuando los ríos bajan turbios, la montaña nos está hablando. Nos dice que llora, pero también que espera. Que aún estamos a tiempo. Que, entre raíces y niebla, todavía hay forma de sanar. Que gobernar también es saber sembrar sombra para el mañana.

 

Ing. Alvaro Zambrano Carrera

Ingeniero Forestal

Profesor Universitario (UCLA)

 

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