Por Silvia Alegrett (*)
En una época en que la tecnología avanza a pasos agigantados, como una simple usuaria de algunas de esas herramientas digitales que nos bombardean todos los días, he reflexionado sobre ciertos aspectos de su uso.
Muy lejos estoy de ponerme en una posición anti tecnología pero si me preocupa ver como ella parece estar arropándonos y asfixiando mucha de nuestra esencia como seres humanos.
En esta etapa de la pandemia, afortunadamente contamos con internet, WhatsApp, Instagram, Twitter, Google, Telegram y pare usted de contar. Herramientas que nos han permitido, en esta cuarentena que parece que nunca va a acabar, estar en contacto con familiares y amigos, aliviando en algo este terrible aislamiento. Distintas organizaciones han aprovechado para hacer foros, dictar cursos y talleres y hemos podido asistir a obras de teatro y conciertos, sin salir de casa y hasta leer libros sin haber tenido que pagar un centavo por ellos, o mejor decimos sin pagar un dólar.
Sin embargo, demos una mirada a un pasado cercano, previa pandemia, y veamos algunas cosas que estaban pasando. Si ibas a un restaurante, era común observar que muchos de los que estaban sentados en las otras mesas no se hablaban, pues cada uno prestaba atención a su celular. Si ibas a una plaza podías ver a los padres mirando sus celulares sin prestar mucha atención a sus hijos, ni interactuar con ellos en sus juegos. Y en bastantes hogares, el compartir en familia se volvió algo de la época antigua. Cada muchacho, al igual que los padres se meten en sus habitaciones y cada quien en su mundo digital y como mucho, comparten por medio de un reenvío de WhatsApp o Twitter o cualquier otro mecanismo, alguna información, si el caso lo amerita. Esta desconexión familiar y social, a mi modo de ver, deteriora las relaciones humanas. Si, porque a pesar de que nos acercan a los que se encuentran lejos, siento que nos alejan de los que están cerca.
Y aun cuando esto no es algo que está pasando en todos los grupos familiares y sociales, algo de lo que estoy diciendo no deja de tener razón cuando ya en muchas películas vemos como se dan escenas en donde se describen situaciones como las que mencioné.
Y si pasamos al plano del periodismo, lo positivo de la inmediatez y el hecho de que siempre hay una cámara o un celular grabando donde ocurre un hecho noticioso, no deja de ser preocupante la falta de verificación y profundidad en las noticias.
A través de estas fabulosas herramientas nos informamos rápidamente de lo que está pasando en Venezuela y en el mundo. Lo que en algo alivia el inmenso vacío informativo que este régimen le impone a los ciudadanos con el cierre de medios y la persecución a periodistas, lo que provoca la censura y autocensura, en detrimento del derecho de los ciudadanos a estar informados y a expresarse libremente.
Ahora bien, también a través de estas herramientas digitales se transmiten informaciones, intencionalmente o no, que no son verdad, las mal llamadas fake news, y a veces las mismas no solo
pueden mal informar a los ciudadanos, sino también pueden crear confusión en ellos, llegando incluso a generar una opinión pública basada en una información errada.
Un caso bien patético, pero sobre todo grave, ocurrió esta semana, cuando unos vecinos denunciaron que el dueño de una panadería había bañado con agua caliente a una perrita callejera que se encontraba frente a su establecimiento. Esto generó de inmediato una reacción de linchamiento por las redes sociales en contra del dueño de la panadería, no solo por parte de los ciudadanos, sino también, de periodistas que sin investigar a profundidad los hechos, se hicieron eco de la denuncia de unos vecinos. El resultado fue la inmediata detención del dueño de la panadería, resultando después que no hubo tal baño de agua caliente contra la perrita. Sin embargo, el señor tuvo que pasar una noche en el Helicoide, quién sabe en qué condiciones, por una denuncia falsa que hicieron correr algunos vecinos y que muchos periodistas también comentaron sin averiguar.
Afortunadamente el señor fue liberado sin cargos, pero quién le restituye a ese ciudadano las terribles horas que pasó detenido y los daños morales sufridos.
No puedo dejar de comentar mi asombro por la rapidez con que actuaron las autoridades para detener al dueño de la panadería y, afortunadamente, en soltarlo al no haber pruebas, cuando existen miles de casos de injustificadas detenciones que están arrumados en alguna gaveta de nuestro muy deteriorado sistema de justicia.
El caso es que el mal uso de estas herramientas puede ocasionar graves daños, sobre todo en Venezuela que sabemos cómo se maneja la justicia. Siento que aun cuando se ha mencionado el problema, estamos lejos de tener formas de lograr que estas fabulosas herramientas digitales sean siempre utilizadas adecuadamente para que no se vuelvan en contra de sus propios usuarios.
(*) Coordinadora general de Expresión Libre
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