El capitalismo, acostumbró a nuestros pueblos y pueblas a surtirlos de cuanto invento se le ocurriera vender. Los comerciantes sirven de locuaces agentes en esa práctica. A comienzos de la década de los 50 del siglo que se fue, se produjo el boom de la “música de rocola”; a las pulperías, bodegas o negocios mercantiles de La Puerta, llegaron las famosas rockolas, que se consideraron escandalosas y para otros, la fórmula de masificar la música para los que no tenían tocadiscos, gramófonos, ni receptores de radio, en este medio rural. Allí, metiendo una moneda, podían escuchar los corridos, ranchera, mejicana, porro, tango, balada, bolero, joropo y cualquier expresión de música popular que estuviera de moda, lo que motivaba al escucha a seguir consumiendo en el local. Eran unas maquinas bastante populares, permitiendo que el melómano escogiera de una lista de canciones, la que más le gustara. Se estima históricamente que en 1910, mejoraron y modernizaron el sistema del cilindro con que se iniciaron las primeras rockolas, y fue sustituido por un mecanismo que reproduce el grupo ordenado de discos de 45 rpm, mediante la introducción de monedas y haciendo su selección personal.
Fuimos testigos cuando estos gordos aparatos, se convertían en sentimentales acompañantes de aquel campesino enamorado y presa de alguna desilusión amorosa o guayabo o cuando sospechaba le comenzaban a comer los cambures por las esquinas, la solidaria, robusta y tarifada maquina iba soltando canciones de esas que animan a cortarse las venas, las que llegan hasta la cédula misma. Era una forma de desterrar la tristeza, pero también de alegrar la vida por unas horas, tras una semana de dura explotación humana en las haciendas y el trapiche.
La rockola impactó el mundo de la diversión y el entretenimiento de los habitantes de La Puerta. En mucho sitios se instalaron estas maquinas musicales. Las más visitadas en su época de apogeo, fueron las del Centro Familiar El Valle, de la señora Elda Torres, local frente a la plaza Bolívar, atendido por su hijo Kike Matheus; el Centro Social Tropical, en la calle Bolívar, del señor Gil Combita; la Terraza Zulia, esquina Bolívar con calle 2, del señor Benito Sánchez y su esposa la señora Domitila, que fue un sitio muy popular donde en su barra, podían montarse desde un buen sancocho, hasta una guataca con guitarra, cantantes espontáneos y profesionales, o un canto de décimas, bailes, videos musicales, jugar dominó o barajas, y se podían comer las burreadas arepas con todo y tomarse unos extraordinarios ponches y merengadas. Era este lugar popular, donde se juntaban los mas disimiles personajes, alcanzando su mayor esplendor en las tres últimas décadas del siglo XX. En estos establecimientos se podía además de comer, beber y escuchar la música, bailar en el local, muy cerca de la rocola. Fueron muchas las parejas de enamorados y matrimonios que generaron estos lugares.
Hubo rockola en el negocio y gallera del señor Jacinto Peñaloza, a media cuadra de la plaza; y otras, no menos animadas como las de Augusto Carrasquero, local y gallera, ubicada en la calle Bolívar, a una cuadra de la Iglesia, donde tenían buenas rancheras y variadas criollas y extranjeras; debemos anotar las de Rodulfo Combita, con rancheras, boleros, guarachas y baladas; también las del señor Antonio Rivas y la señora Marta Combita, entrando por la Calle 3, hoy cerca del hotel Cordillera; igualmente hubo música de moneda en el negocio de Escolástico Combita, ubicado en la calle Páez, a media cuadra de la Prefectura. En el Restaurant Pastelito de Oro, en La Hoyada, también hubo rockola. En La Flecha, se disfrutaba de la rockola en el restauran San Miguel, de Ramón Volcán; y en el negocio de Pablo Volcán; y en el sector la “Y”, la del señor Enrique Aldana.
La gran cantidad de rockolas, nos da cuenta de un pueblo rural andino trabajador, que también fue adicto a la música y a los temas populares de aquel momento. Esa diversidad musical en la que no podían faltar las piezas musicales de Billos, entre los años 60 y 70, los Máster (Maracaibo); Súper Combo Los Tropicales; Tormento, Los Blanco; posteriormente, se escucharía a los Terrícolas, Ángeles Negros, el grupo Miramar, época alegre y de alta musicalidad popular.
Aunque fue manufactura norteamericana, formó parte de la cotidianidad de nuestros abuelos, de esos aparatos, brotaban canciones como El Aventurero, la Cama de Piedra, Sonaron cuatro balazos, Cucurrucucu Paloma, Amanecí en tus brazos o la infaltable de José Alfredo, El Rey, y los famosos corridos mexicanos, entre ellos, Camino de Guanajuato. La mayoría las distribuía una empresa de Maracaibo, era de marca Segburg-Wurlitzert, la más vendida fue la Modelo Spectra Con 80 Discos y la Rockola Marca Ami modelo G-120, también Rowe y las de marca Rockola de donde se tomó el nombre para llamar asi genéricamente a estos aparatos. Algunos dueños de estos negocios o hijos aun la conservan como reliquias, como es el caso del vecino Oscar Volcán.
Época, que da cuenta de esta gente amable, propensa a la sensibilidad, que además de su reconocida espiritualidad, expresa estados de ánimo de cotidiana alegría, frente al agotador y arduo trabajo, que a la postre, son parte de nuestra historia musical y cultural.