Cuando callaron al predicador de La Flecha / Por Oswaldo Manrique

Sentido de Historia

 

 

– Que cosas tan extrañas se ven en estos tiempos – Dijo el paisano al leer la última página del Diario de los Andes, que estaba sobre el mostrador, para que los clientes y amigos pudieran leerlo.

Luego de observar y tocar algunas hortalizas de las estanterías, se reanuda la conversa:
– Lamentablemente es así. Esto es un lugar de poca fe, y quizás como usted le llama, un lugar de suicidas. Le comentaba Pablo Rivas a su cliente, mientras le iba surtiendo los víveres que le pedía.
El establecimiento de venta de comestibles, ubicado en el caserío La Flecha, entre el Restaurant San Miguel, de la familia Volcán y la panadería de los Valero,  jurisdicción de la parroquia La Puerta trujillana, (hoy hay una funeraria), era muy visitado por su cercanía a la estación de gasolina y lugar de tránsito hacia La Lagunita, pero además, por la esmerada atención de su propietario y sus ayudantes, uno de ellos el joven Néstor Valero, hermano del amigo Bernardino.

– Lo dije porque van varias personas de aquí, que han tomado esa fatídica decisión de terminar con su vida. Los problemas, la falta de cobres, las desilusiones ¡Qué baja autoestima, señor!
– Sí, pobre gente. Le digo algo, yo creo que en el fondo la causa no es otra que la poca elevación espiritual, le agregó Rivas Rivero.
– ¿Cómo así? Preguntó el cliente.
–  Es que no se reconcilian con el Señor de los cielos, viven aquí mismo, pendientes de las supersticiones, del juego y una total indiferencia a los compromisos religiosos, porque en algo superior debemos creer. Son almas que no se han elevado por encima de la cotidianidad espiritual.
– Amigo, siento que usted tiene mucha fuerza mística. ¿Cuánto le debo?
– ¡Gracias a mi Señor!, respondió el Predicador de La Flecha, al momento de sacarle la cuenta.

Pablo de la Cruz Rivas Rivero, luego de sus labores como comerciante, se entretenía en leer las Santas Escrituras.  Había logrado vencer a la muerte y a las enfermedades, con su fuerza espiritual, enfrentándolas en su propio terreno: en los quirófanos. Se quemó terriblemente siendo niño.

Era un hombre joven, pero fue objeto de ocho intervenciones quirúrgicas de trasplantes, como consecuencia de las quemaduras. Una de esas veces que fue operado, pasó once meses recluido en el Hospital Central. A pesar de esa limitación física, que le impedía el uso normal de sus brazos, salió adelante y fue venciendo esas secuelas.
A mediados de febrero de 1983, enamorado y contando 27 años de edad, contrajo matrimonio con la joven Eliberta Ramírez, con quien se propuso fomentar familia y prosperar con su negocio. Eso, lo convirtió en un ser humano servicial, colaborador, solidario y de virtud espiritual, atraído por sus creencias, salía con sus correligionarios a llevar la palabra de Dios a las casas de familia del municipio, lo que emprendía bien ataviado y pateando las calles y mayormente la carretera Trasandina. Al fin y al cabo, de alguna manera había que retribuir el placer de seguir viviendo.

Un día, se rompió la tranquilidad en la que se desenvolvía Pablo y su familia. Era el miércoles 21 de septiembre de 1983, a eso de las 2 y 30 de la tarde. Escuchó cuando dos hombres armados, vestidos con el uniforme de la Guardia Nacional, tocaron fuerte e intimidatoriamente en el mostrador, él los atiende, le dicen unas palabras, se meten a su vivienda dizque buscando garrafas de sanjonero para decomisar, no encontraron y montan al Predicador en un vehículo de las Fuerzas Armadas de Cooperación y se lo llevaron detenido, sin dar explicaciones.

La última página del Diario de los Andes, de su edición del día 23 de septiembre de 1983, da cuenta que, Pablo <<trató de despojar de su arma de reglamento (a los guardias) y fue entonces cuando recibió un balazo en el tórax>>; según esta versión, esto ocurrió en el interior del vehículo de las FAC, a la altura de Los Cerrillos.  Pablo, el Predicador, nunca se imaginó que aparecería en la página roja de la prensa.

El hecho criminoso creó alarma, confusión y consternación en la tranquila comunidad rural andina.

El destacado y acucioso periodista Francisco Graterol Vargas, no permitió que pasara al olvido uno de los hechos criminales más reprochables y aborrecibles del siglo pasado en el estado Trujillo, tampoco el amigo Benito Rivas, residenciado en Maracaibo, quien guardó y me suministró la crónica de prensa.

 <<Honda manifestación de duelo sepelio de comerciante de La Puerta>> (Diario de los Andes, última página, edición domingo 25 septiembre de 1983). De la información recopilada por el periodista, obtuvo que,  <<Pablo Rivas Rivero,…era prácticamente un inválido porque había sido sometido a varias operaciones que le impedían cualquier esfuerzo físico>> (ídem); su comunidad conocía muy bien a la víctima.

 

El Manifiesto de la indignada comunidad de La Puerta

 

El día jueves 29 de septiembre, la pequeña comunidad rural andina, sintiendo <<en ese momento dolor, inseguridad e indignación>>, se pronunció mediante un manifiesto publicado en la prensa regional, en el que solicitó <<se abra la necesaria, escrupulosa y exhaustiva averiguación del asesinato el día 21 de los corrientes, en la persona más inocente, inerme y apreciado del pueblo: Pablo Rivas Rivero>> (Diario de los Andes. Edición 29 septiembre 1983); los pobladores testimonian y describen las virtudes de este joven Predicador.

Realizadas varias diligencias de investigación, se llegó a determinar el hecho, la última página de la edición del lunes, muestra <<Secuestro y crimen caso del bodeguero de La Puerta>> (Diario de los Andes. 26 de septiembre de 1983); así, quedó descartado el supuesto forcejeo y resistencia a la autoridad.

Al día siguiente, aparece destacado este otro titular <<Detenidos Guardias Nacionales acusados de crimen a bodeguero. Los dos efectivos serán puestos hoy a la orden del Juzgado Militar de Primera Instancia de Maracaibo>>; esta declaración la dio el Mayor (GN) Oswaldo Faría Barboza, comandante (e) del Destacamento 15 de Valera, motivado a que <<habitantes de la pintoresca población de La Puerta emitieron una serie de declaraciones repudiando el trágico hecho>> (Diario de los Andes. Última página. Edición del 27 septiembre de 1983). 

Al parecer, todas las pruebas, daban fuertes y directos elementos de convicción de la culpabilidad de los dos funcionarios en el crimen, pero,  intervino la fuerza del Poder Militar, poder real y verdadero, que con descarad complicidad tomó la investigación bajo su jurisdicción, para beneficiar con la impunidad a los presuntos perpetradores.

La investigación del crimen la arropó un total velo de reserva y de misterio.

El viernes 30, la prensa regional publicó lo siguiente: <<Trascendió en fuentes judiciales que en el caso del Predicador Pablo Rivas Rivero, ocurrido en la vecina población de La Puerta, podía plantearse un conflicto de competencia en virtud de que el expediente relacionado al sonado hecho será remitido al Tribunal Militar de Maracaibo, cuando el suceso pueden ventilarlo los tribunales ordinarios de la jurisdicción regional>> (Diario de los Andes. Edición del 30 de septiembre de 1983); efectivamente así ocurrió.

 

Los presuntos responsables del crimen

El Cuerpo de investigaciones, ya había concluido la averiguación, <<Fiscalía del Ministerio Público se avocó a las averiguaciones correspondientes en torno a los pormenores de la muerte de un tiro en tórax del comerciante Pablo Rivas Rivero, en donde aparecen involucrados dos efectivos de la Guardia Nacional, adscritos al Destacamento 15 de Valera, Ernesto Rojas y otro de apellido Linares…no estaban en cumplimiento de misión de esa índole (militar) el día que falleció a consecuencia de un tiro el Predicador Pablo Rivas Rivero… tampoco se ha dicho qué tarea efectuaban en la población de La Puerta el día de los acontecimientos>> (ídem). Este Linares, el GN, recordado en la memoria oral de la Parroquia, como un individuo corpulento, de esos que llaman “kilúos”, camisa trenzada, tipo Hércules, acostumbrado a usar camisas ajustadas para lucir su tórax y brazos, entraba a los restaurantes a comer y beber e irse sin pagar. Maltrataba a las personas. Cuando fue retirado de la Guardia Nacional, al parecer se fue volviendo loco y murió de cirrosis hepática. Rojas murió en la cárcel, a dónde fue parar, por otro crimen.

 

Entre ayudar al prójimo y la muerte no existe tregua

 

Así se dio, en este repugnante caso, reprochado por todo el pueblo, una demostración de contención entre la denominada fuerza espiritual, la de Dios, de la que hizo gala Pablo,  y la fuerza real del Poder Militar, de la Guardia Nacional. De esa forma, culminó la vida y callaron la palabra del Predicador de La Flecha.
Sus recordadas palabras, en la memoria del caserío de los suicidas,  quedaron  impregnadas del triste aroma de lo contradictorio.

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