Cuando supe de la muerte del ingeniero Joel Maya, la noticia me estremeció. Me hizo parar los pelos. Otra víctima del virus que azota al mundo trayendo dolor y llanto a millones de hogares.
Joel excontralor general de Trujillo era mi vecino en La Cejita. Su familia vivía cerca de la plaza Bolívar. Solíamos tener largas pláticas, donde también intervenía Luis Huz, mano derecha de Joel en su despacho y también residente de esa comunidad.
Parece que fue ayer, que hablaba con Joel. Lleno de vida. Después lo perdimos de vista. Lo Cambiaron a San Felipe con el mismo cargo. Sus restos incinerados volvieron a su tierra, pero en un ataúd. Adiós amigo.
El Covid-19 ha atacado fuertemente en este fin de año a gente amiga, a vecinos del sector La Arboleda. Gente que no entra en las estadísticas, o se van a una clínica o se someten a tratamiento en su propia casa. Amigos que han luchado contra la parca y han sobrevivido gracias a Dios.
Uno de los primeros casos que conocí es el de Ernesto, profesional en el área de la salud. “Ernesto tiene Covid”, se corrió entre los vecinos. Se lo llevaron en una ambulancia. Ernesto retó y venció a la muerte vestida de Covid.
“Me valió mucho la experiencia de quince años en el área de la salud, no sentí pánico. Cuando observé las uñas moradas y otros cambios en mi organismo, ayudé a los médicos para el tratamiento”. Me cuenta hace días cuando caminábamos juntos en horas de la mañana como parte de su recuperación.
Lo internaron en una clínica. Salió luego de haber cumplido con el encierro obligatorio. “Gracias a Dios me encuentro entre los sobrevivientes del Covid-19”, señala con una amplia sonrisa. Anda feliz con su esposa, a quien le dio de manera asintomática y se resguardó en su casa.
Marta, otra vecina, tuvo miedo a asistir al hospital y tampoco tenía dinero para pagar una clínica. Siguiendo los protocolos del doctor Google y profesionales de la salud vecinos, se encerró en su apartamento y ya puede gritar a los cuatro vientos que se comerá las hallacas en esta Navidad, sólo le quedan secuelas respiratorias.
Lo de Marta no es lo recomendable por las autoridades, pero cuando toca, toca, por falta de recursos o temor de recluirse en el hospital centinela con sede en Valera, destinado por el gobierno para atender los presuntos enfermos del virus en la entidad.
Al licenciado Araujo, lo conocemos desde joven, de aquella época en que jugábamos beisbol en el estadio del Barrio El Milagro. Siempre el deporte nos ha unido. Ya de juventud acumulada, jugamos juntos en el softbol máster, ganáramos o perdiéramos al son de unas espumosas pasábamos un rato agradable después de cada encuentro.
Con el correr de los años, la amistad se ha mantenido, a Araujo le ha ido bien en sus negocios, viento en popa con su empresa. El 25 de noviembre recibo una llamada suya: “Estoy en mi casa enfermo de Covid”. Lo fue a ver un profesional de la medicina y salió positivo en los exámenes.
Hemos estado pendientes de su salud. “El que no le ha dado esto, no sabe lo fuerte y grave que puede llegar a ser”, me apunta a través de la línea telefónica. “Uno pierde hasta el hábito de comer, todo le sabe a tierra, un día amanecí muy mal, hasta aquí me trajo el río, pensé, un desmayo enorme, casi inconsciente”, pero el hombre no se ponchó, sacó el bate como en sus mejores tiempos, pasando el susto, está vivito y coleando.
Entre las experiencias recordadas está, la de como el cuerpo se le llenó de ronchas y con la vista encendida. Los primeros cinco días fueron horribles. Ya está bien, de reposo, esperando el año nuevo para reiniciar sus actividades empresariales.
Henry es otra historia, su señora madre presentó un presunto cuadro de neumonía, personalmente atendió a la autora de sus días, el diagnóstico no se hizo esperar: Era Covid. A los días Henry también fue diagnosticado con el terrible mal. Su condición de deportista, su juventud, lo sacaron del trance. Ha guardado estricto tratamiento médico en su residencia. Ha gastado un dineral en medicinas para él y su mamá, pero ya están fuera de peligro. “El que no tenga recursos económicos se muere, el tratamiento es muy costoso”, apunta el joven deportista.
A la hora de escribir esta nota, tengo en oración a un amigo de La Cejita, recluido en el Pedro Emilio Carrillo por Covid-19, lo han tratado muy bien, pero por los vientos que soplan, pasará Navidad y Año Nuevo incomunicado bajo atención médica.
Otra víctima de este mal, que ya está en proceso de recuperación, es nuestro estimado amigo: el padre Rafael, animador de las fiestas de aguinaldos durante el recorrido por los pesebres en las comunidades donde se encuentre. Es muy querido por todos. Rezamos bastante por su pronta sanación.
En este mes de flexibilización por las Navidades, la bola pica y se extiende, el peligro aumenta. Es una realidad, no un cuento de camino. Son muchas las personas infectadas por el virus que guardan silencio, se encierran como si fuera una penosa enfermedad, sin alertar a los vecinos ni pedir ayuda. Rogamos por ellos.
Como lo han contado los protagonistas y familiares, lo del Covid-19 es algo muy serio. ¡Dios nos agarre confesados!