Resulta evidente que la profunda crisis política, económica, educativa y social que vivimos tiene su origen, su sustento y razón principal en la profunda crisis moral que ha corrompido vidas y conductas, ha exacerbado la ambición, la deshonestidad y la inmoralidad, y ha hecho de la ley y de la constitución algo inútil porque, si bien todos la invocan, muy pocos la cumplen. Hoy, asistimos a un fuerte debilitamiento de la ética donde cada uno decide lo que se puede hacer o no se puede hacer. El fin justifica los medios. Todo parece lícito si produce poder o si produce dinero, que son los valores esenciales. Para obtenerlos se sacrifican vidas y personas, se engaña sin el menor pudor, y arropándose en una retórica pacifista y patriotera, se recurre a la violencia e incluso a la tortura para mantener el poder y la ambición. Por ello, cada día ganan más y más terreno las llamadas economías subterráneas como el sicariato (de lo único que no hay inflación en Venezuela es del valor de la vida que cada día vale menos), la corrupción, la delincuencia, el secuestro, la prostitución de adultos y de niños, la pornografía, el bachaqueo, la especulación abierta y descarada, el tráfico de drogas, de armas, de medicinas y hasta de personas. El llamado de Jesús “Amaos los unos a los otros”, lo estamos traduciendo por “Armaos los unos contra los otros”. Por otra parte, propuestas moralizantes y discursos con fervientes llamados a la ética, ocultan con frecuencia, la manipulación, el ansia de poder, la corrupción, el engaño, la mentira. Hoy se miente tan descaradamente que ya no sabemos qué es verdad y qué es mentira, pues hemos matado el valor de las palabras, hasta el punto que se comienza a hablar de que vivimos en la era de la postverdad, donde lo importante es mover los sentimientos y pasiones de las personas, sin importar que las informaciones sean verdaderas o falsas.
Ante esta realidad, urge una educación integral, que forme y no sólo informe, que se oriente a gestar personas respetuosas y ciudadanos honestos, responsables y solidarios, preocupados por el bien común, defensores de los derechos y cumplidores de sus deberes y obligaciones. Y esta debe ser la principal tarea no sólo de los educadores, sino también de las familias, del Estado y de la sociedad en general. Resulta de un gran cinismo pedir a los educadores que eduquen en unos valores que vemos cómo son pisoteados todos los días. ¿Cómo es posible que algunos gobernantes o connotados políticos que deberían dar ejemplo de probidad, respeto y tolerancia ofendan, mientan y amenacen a cada rato y no pase nada?
Para ello, es urgente que la política se cimente sobre la ética, y que padres y maestros, vuelvan a reencontrarse y a proponerse vivir tanto en la casa como en la escuela aquellos valores que consideran esenciales para el pleno desarrollo personal y la sana convivencia. Los políticos deben ser, parecer y actuar como ciudadanos ejemplares, y padres y maestros deben plantearse con humildad y con responsabilidad, ir siendo modelos de vida para sus hijos y alumnos, de modo que estos los vean como personas seriamente comprometidas en su continua superación. No olvidemos que todos educamos o deseducamos con nuestra conducta y nuestra vida, más que con nuestras palabras.