Crímenes: El último disco de María Donata

El caso del asesinato e intento de violación de María Donata Viloria Montilla  (23) en el año 1979, horrendo crimen convertido en “cangrejo policial”  y  luego en saga digna de una novela, dejó al descubierto las falencias del Sistema de Justicia venezolano y  la influencia del poder económico. Fundamental para la resolución del caso, fue  la insistencia de los medios para su esclarecimiento;  un hecho abominable del cual rogamos al Altísimo no permita que se repita nunca más.

El caso de  la bella María Donata, conmovió a la colectividad trujillana a finales de la década de los años setenta.

 

Gabriel Montenegro

Fuentes: Roger Rondón y DLA.

La comunidad valerana y trujillana en general,  se conmovió hondamente cuando el día 7 de agosto del año 1979, se conoció sobre la infausta noticia del asesinato vil y despiadado de una joven mujer de apenas 23 años, hecho ocurrido  en la pujante urbe valerana.

A la joven  María Donata Viloria Montilla, la asesinaron el 7 de agosto de 1979, en un local comercial denominado “Auto Sonido”, del entonces nuevo Centro Comercial “7 Colinas”, ubicado en el sector El Bolo de Valera. Su cuerpo mancillado y con una herida punzopenetrante a nivel del cuello  sería hallado, según se dijo, por los mismos compañeros de trabajo y el dueño del comercio donde laboraba.

Al conocerse sobre la muerte de la joven trabajadora, de inmediato los sabuesos del Cuerpo Técnico de Policía Judicial (PTJ) se apersonaron raudos al lugar de los hechos, al igual que el dueño del local, el ciudadano R B, a la sazón un militar retirado de cierta reputación, quien también dio sus primeras declaraciones y hasta muy compungido expresó hondo pesar por la muerte de su empleada y su rechazo a tal “abominación”.

María Donata era una bella chica trigueña clara, de rasgos mestizos muy característicos de nuestra tierra multiracial y como toda joven cuidadosa de su apariencia, despertaba pasiones en los mozuelos que la pretendían y a quienes con denodada sutileza los apartaba de su determinación en conquistarla, habida cuenta que ella con marcada sensatez quería disfrutar primero su juventud  para luego pensar en eso de los compromisos sentimentales.

Esta alegre y cándida chica valerana, cedió su vida de la manera más sanguinaria en una época donde los crímenes de esa naturaleza no eran muy comunes, incluso tiempo en el cual la información sobre algún delincuente abatido era cosa de grandes titulares y diversos comentarios sobre la “inseguridad reinante” durante mucho tiempo. Era la Valera vertiginosa, considerada de las ciudades más seguras del país.

El caso se puso complicado,  cuando un par de jóvenes de nombres Carlos Alfredo Berríos Peña e Isidro González, ambos de profesión indefinida,  considerados “mala conducta”, quienes por obra de la casualidad andaban por los lados del también nuevo Mercado Municipal de Valera (inaugurado dos años antes),  fueron atraídos por la música rimbombante que salía del local, donde yacía inerte en el baño el cuerpo semidesnudo de la víctima y sin pensarlo se introdujeron a la tienda de venta de discos y amenidades.

Los sujetos, al notar que no había ningún dependiente atendiendo el negocio, sin vacilar optaron por vaciar rápidamente la caja registradora, cargando también con varios discos y los ya desaparecidos “casettes” con la contagiosa música de la época, balas, salsa, merengue y boleros, huyendo de manera despavorida.

 

El Centro Comercial “Mercedez Díaz”, teatro de los acontecimientos. Han pasado 39 años del horrendo crimen.

Tras una posterior  y extenuante saga de dimes, diretes, investigaciones, detenciones, declaraciones de abogados, de los propios indiciados, Carlos Alfredo Berríos Peña y e Isidro González, éstos últimos fueron a parar a la cárcel y todo se enfriaría poco a poco, hasta la llegada, años después,  del “Juez de la Causa”, el connotado jurista Hilario Rivas Marín, quien sería el elemento fundamental junto a Rivas Parra, para el esclarecimiento del hecho, más no para su resolución definitiva, porque el culpable verdadero jamás pagó por su atrocidad.

Las huellas digitales recolectadas arrojaron como resultado posterior  la presencia evidente de los dos jóvenes rufianes, a quienes jamás les pasó por la mente que estaban robando un local donde había sucedido una violación y asesinato, permitiendo al real criminal salirse con las suyas.

 

Hasta para la literatura

El escritor y poeta Roger Rondón en su cuento corto estilo Narrativa “María Donata”, expresa con mucho acierto sobre este caso que “La noticia se propagó como un reguero de pólvora. A María Donata la asesinaron no se suicidó, la localizaron en el baño de la tienda de discos donde laboraba desde el 20 de diciembre de 1976. Estaba semi-desnuda”.

Agrega que “los hombres de camisa azul clarita, corbata azul oscura y pistola al cinto, una chapa de “jota pe” en el bolsillo izquierdo de la camisa (hoy en día Cicpc), quedaron atónitos al ver el estatus de los despojos, llamaron de inmediato a su director y recibieron la instrucción de no dar declaraciones ni a la radio ni prensa escrita, por aquelllo del “ secreto sumarial” y por supuesto que “nadie tocara nada”.

La noticia- continúa Rondón en su obra-  “espelucó” el cuerpo de todos los habitantes de los barrios La Floresta, el Bolo, la avenida cuatro, el Milagro, la Ciénega, el Lazo de la Vega, el cerro Caja de Agua, el Cañón, San Isidro Sector Morón.  La gente al leer con minuciosidad la última página del Diario el “Tiempo”, la primera del semanario “el Tubazo” y el Diario “de los Andes”, de la familia Muchacho-Unda, se quedaba con un hueco en el pecho, con unas ganas indetenibles de echar a llorar a moco suelto, con una desesperanza inmensa y los ojos eran puro guarapo de caña como si vinieran de una bronquitis.

Pudo haber sido tu vecina, tu compañera de clases, tu sobrina, tu hermana, a cualquiera de las mujeres de tu familia y eso es humillante desde donde lo mires, todos querían venganza, castigo para el culpable, el asunto era quién, a qué cliente se le puede pasar por la pensadora, planificar, ir de compras a una tienda, pedir un disco, que se lo prueben, ponerse los audífonos y luego salir como si nada.

Luego de las deliberaciones de los tribunales y leídas las declaraciones de los acusados, en los diarios se publicaría titulares de este tipo: “Cerebro e Pollo” y “Pipiolo” cometieron el crimen, confesaron al juez todo, estaban bajo el efecto del opio y el bazuco”. Les echaron 25 años de prisión en la cárcel de Trujillo, la misma de donde años atrás se fugó el famoso Fabricio Ojeda, el guerrillero heróico, precursor de la izquierda buena venezolanista, pero quienes al final no pagaron los 10 años completos, porque todo se aclaró, solo que hubo una especie de “prescripción” del caso a nivel judicial y no se ahondó en castigar al verdadero culpable.

 

 El escepticismo tenía razón

La tía de la malograda muchacha, no quedó conforme con la “solución” del caso y justo a los cinco años del crimen de su sobrina, contrató los servicios de un abogado llamado Carlos Rivas Parra, quien con la ayuda del eminente jurista Oscar Linares Alcántara (+) lograron abrir el expediente.

Se habló durante el proceso hasta de dinero ofrecido por el verdadero asesino, presuntamente un ex oficial militar que estaba en situación de retiro y que era precisamente el dueño del local donde laboraba la joven mujer.

También se especuló hasta la saciedad que los detenidos se prestaron para la farsa. Ellos tenían que pagar indubitablemente doce años por otros delitos y el militar  dueño de la tienda de discos se habría tranzado supuestamente con los hombres de camisa azul clarita, corbata azul oscura y pistola al cinto por una fuerte suma de dinero, al igual que con los “indiciados” en el hecho, quienes supuestamente recibirían una gruesa suma de “cascabeles”.

En una grabación mostrada por los funcionarios de la PTJ a los medios, la cual nadie se la creyó,  el más expresivo de los señalados en el crimen, Carlos Alfredo Berríos Peña “ Cerebro de Pollo”, declaraba los pormenores del asesinato, incluso dijo que cuando salieron del local de manera apresurada, tras cometer su tropelía,  lanzaron el objeto punzopenetrante con el cual apuñalaron a su víctima al techo del Centro Comercial “Mercedes Díaz”. Esto resultó otra mentira, movida más por la presión de los interrogatorios, que por la veracidad de lo dicho por Berríos Peña y el fulano “puñal” jamás fue hallado en la platabanda de la estructura referida por el indiciado.

Nada de lo que se dijo en esa maraña de declaraciones y conjeturas en los cuales se desenvolvía el caso se comprobó a ciencia cierta; sin embargo de lo que no nos olvidamos los valeranos que todavía sobrevivimos a esa época, es que el caso de  “María Donata” no solo desbordó pasiones, trajo expectación por los medios de comunicación que difundieron ampliamente el caso;  puso a reflexionar a muchos y sacó al descubierto la miseria y descomposición de gente que oculta su real ferocidad de lobo malvado, tras el sutíl pelaje disfrazado de una dócil oveja.

Rondón expresa con mucho acierto, que  “María Donata ya es una leyenda, ser leyenda es la mejor manera de pasar por la historia, las leyendas entran en el inconsciente colectivo, un crimen que todo valerano lleva su luto encima, todos lo recordamos y bajamos la testa” –agrega el narrador.

Lo que si es una verdad del tamaño de una catedral y nadie podrá dudarlo, es que el  pueblo valerano y trujillano en general,  recuerda aquel fatídico episodio, fecha en la cual se perdió, por obra de un pervertido, una joven y prometedora vida en nuestra urbe valerana… la existencia de una muchacha humilde que pagó caro el ser atractiva y muy femenina; simplemente mataron ese día a la “ La muchacha de los discos”, a quien tampoco pudo pasarle por su mente, que en esa rara mañana sencillamente escucharía su última melodía.

 

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