Todo el mundo anda preocupado con la pandemia del coronavirus, pero pocos hablan de la pandemia de la miseria y el hambre, a pesar de que producen muchísimas más muertes. Según la ONU, cada tres segundos, muere un niño de hambre, 1.200 cada hora. El hambre produce una matanza diaria similar a todos los muertos que ocasionó la bomba nuclear sobre Hiroshima. Sin embargo, si la humanidad se lo propusiera seriamente, el hambre podría ser derrotada fácilmente: Según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) la agricultura moderna está en capacidad de alimentar a doce mil millones de personas, casi el doble de la población. Pero no hay voluntad política para ello: Todas las propuestas para aliviar la pobreza y la miseria han fracasado estrepitosamente. Y no hay voluntad política, porque hemos perdido la sensibilidad y la misericordia. Por ello, Jean Ziegler, exrelator especial de la ONU para el Derecho a la Alimentación, no vacila en catalogar al actual orden mundial como asesino y absurdo: “El orden mundial no es sólo asesino, sino absurdo; pues mata sin necesidad: Hoy ya no existen las fatalidades. Un niño que muere de hambre hoy, muere asesinado”.
Si esto es así, y para desentrañar la perversidad de la corrupción en Venezuela, debemos empezar a relacionarla con el asesinato. Hay que mostrar a todos, especialmente a los corruptos, que sus fortunas mal habidas están manchadas de sangre inocente. No sólo se robaron el dinero y desmantelaron el país, sino que, al hacerlo, arrancaron vidas y sembraron muerte. Porque no sólo se asesina a balazos, con armas blancas o mediante la tortura. También se asesina a los enfermos que mueren por falta de medicinas o atención sanitaria porque algunos se robaron los dineros. Se asesina a los que mueren de hambre porque destruyeron el aparato productivo y utilizaron los recursos para derrocharlos en una vida de lujos y fiestas escandalosas. El whiskey que paladean tiene el sabor de la sangre. Se asesina a los niños que mueren por falta de leche o por una de esas enfermedades de la miseria, originadas por la desnutrición y la falta de agua. También han muerto asesinados los que, agobiados por la depresión al verse sin salida ni esperanza, optaron por suicidarse.
Y no sólo se asesina a las personas. Está siendo asesinada la naturaleza, y con ello, la posibilidad de vida de las generaciones venideras. En el Arco Minero se está cometiendo uno de los más graves ecocidios del planeta. Ubicado al sur del río Orinoco, el Arco Minero ocupa una extensión que equivale al 12% del territorio nacional. La extracción de forma masiva de minerales como bauxita, coltán, diamantes, hierro y sobre todo oro, ha generado una grave contaminación de los ríos, pérdida del subsuelo, deforestación, enfermedades como la malaria, asesinatos de indígenas y proliferación de grupos armados al margen de la ley. El mercurio es el elemento químico utilizado en las minas y tiene un efecto letal sobre los ríos y suelos.
En cuanto a la deforestación, según la ONG venezolana Provita, que ha estudiado la biodiversidad de Venezuela durante más de 3 décadas, en los últimos años han sido devastados 5.266 kilómetros cuadrados de vegetación, en su mayoría para desarrollar las operaciones mineras. Se calcula que en el Arco Minero hay 1.899 puntos de minería no autorizados y para posibilitar su funcionamiento hay que arrasar entre 2 y 10 hectáreas de selva por cada punto.